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Columna
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Somos latinoamericanos

Somos latinoamericanos. Así lo ha dicho, con pruebas irrefutables en apoyo, el economista José Juan Ruiz durante su intervención en las sesiones del XI Foro Eurolatinoamericano de Comunicación, clausurado ayer en Salamanca. Hablando ante una audiencia de expertos y de periodistas de toda Iberoamérica y de la Unión Europea, convocados por la Asociación de Periodistas Europeos, la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano y la Corporación Andina de Fomento, José Juan Ruiz explicó cómo Latinoamérica es una historia de éxito y, en un guiño a los españoles presentes, sostuvo cómo aunque sólo fuera por egoísmo deberíamos reconocer que hoy todos nosotros somos latinoamericanos.

Enseguida añadió que ha sido Latinoamérica la que ha impulsado la globalización de nuestra economía, la que nos ha hecho globales a los españoles. Cifró después en un 40% del total de las inversiones españolas en el exterior las realizadas en América Latina. Puso también en claro que nuestra importancia en aquel continente viene dada por nuestra condición de inversores muy por encima de lo que representamos en el plano del comercio, porque Latinoamérica representa el 7% de nuestro mercado exterior. Pero, sobre todo, atribuyó a nuestras relaciones económicas con Latinoamérica el efecto de haber multiplicado por cinco el valor de la Bolsa española.

Los españoles, que tantas veces se han defendido, por ejemplo cuando vivían en Estados Unidos, de cualquier asimilación al mundo de los hispanos, que reivindicaban su condición de spanish frente a la de hispanic, que acuñaron términos como el de sudacas para los inmigrantes procedentes de Iberoamérica, descubren ahora -con la ayuda de los datos cuidadosamente recopilados para el Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos por Paul Isbell y Carlos Malamud- su nueva condición de latinoamericanos, una condición venturosa, un valor añadido, que les ha hecho, mire usted por donde, figuras del mundo de la economía globalizada. De manera que se impone el reconocimiento de que somos latinoamericanos aunque todavía nos falte entrenamiento y esté pendiente una reconciliación con el vocablo antes de que nos estrenemos y nos lo apliquemos como denominación de origen sin complejos.

La extrema desigualdad encierra también peligros extremos

José Juan Ruiz propugnó la necesidad de que nuestro país dé un paso adelante de manera que, más allá de los ejercicios de solidaridad con América Latina favorecedores del cultivo de la buena conciencia, asuma nuevas iniciativas en Bruselas en pro de la apertura de los mercados de la Unión Europea a los productos de origen latinoamericano.

En su opinión, de esa apertura se derivarán con seguridad claros beneficios para España. Nuestro economista estimó que en estos años había funcionado bien en aquel continente 'la mano invisible' pero que seguía siendo necesaria la receta de más mercado y más y mejor Estado con una fiscalidad suficiente para atender las necesidades públicas.

A estas recomendaciones se sumaron otros panelistas pero, como en tantas otras ocasiones, se advirtió la paradoja de prescribir a nuestros hermanos aquello de lo que nosotros nos estamos quitando aquí, bajo la obsesión de que cuanto menos Estado mejor y la puja por la eliminación de los impuestos. Por una vez, los debates se abstuvieron de entrar en la cultura de la queja que suele acompañar cualquier encuentro donde se escuchen voces de interlocutores iberoamericanos, y tampoco se entretuvieron en señalar culpables ajenos al área. Otra cosa es que se volviera sobre una cuestión que gravita amenazadora: la inequidad en la distribución de la riqueza, que resulta ser en Latinoamérica la mayor respecto de cualquier otra región del mundo y que sigue incrementándose. Por eso, un periodista amigo pudo insistir en Salamanca sobre la idea de que la extrema desigualdad encierra extremos peligros y advertir cómo hemos pasado de los tiempos en que las amenazas provenían de los fuertes, a los nuevos, donde los más débiles y los más pobres han tomado el relevo de la peligrosidad.

La desigualdad y la miseria no son funcionales y terminan por hacer inhabitables los países incluso para los más poderosos de sus nacionales, que se recluyen blindados en guetos cercados por alambradas en busca de la seguridad perdida.

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