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Tribuna
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¿El fin del hombre del hidrocarburo?

Con los precios del petróleo batiendo registros, conviene hacer un somero repaso de la trayectoria de esta materia prima. Quizá el camino recorrido esconda algunas claves sobre su futuro. Y es que los precios actuales son el escenario perfecto para quienes predicen el progresivo arrinconamiento del oro negro. Pero no por razones de escasez, sino de sensatez.

La historia moderna del petróleo comenzaba en la segunda parte del siglo XIX, aunque fueron las sociedades del siglo XX las que se vieron completamente transformadas por el advenimiento del que Daniel Yegin, en La Historia del Petróleo (Plaza & Janes, 1992), bautizó como 'hombre del hidrocarburo'. En los comienzos, cuando la gasolina era un subproducto de escaso interés, el petróleo proporcionó al mundo el keroseno, conocido como 'la nueva luz'. Previamente, aquellos hogares que podían permitírselo utilizaban aceite de ballena para su iluminación. Pero las ballenas se volvieron desconfiadas y los suministros empequeñecieron, con el consiguiente aumento de precios.

El descubrimiento de yacimientos de petróleo en el este de EE UU marcó un vertiginoso cambio energético. Entre 1850 y 1860 los productores de aceite de ballena perdieron el 90% de sus clientes. Para regocijo de ballenas. Además del precio, el keroseno ofrecía otras ventajas; era mucho más limpio. Posteriormente, el motor de combustión interna, alimentado por gasolina, abrió un nuevo horizonte para el petróleo. El resto es historia.

El aceite de ballena no ha sido la única víctima del petróleo. También terminó, junto con el gas natural, con la era del carbón. A ello aportó su pequeño granito de arena sir Winston Churchill quién, desde su puesto como Lord del Almirantazgo, abogó insistentemente por la conversión de la Armada Real Británica al petróleo, poco antes de la Primera Guerra Mundial. Dicha conversión contribuyó decisivamente a la superioridad naval británica durante la contienda y constituyó una señal decisiva respecto del cambio energético en marcha. Al final, afortunadamente, el mundo se cansó del carbón. Y no viceversa. Al fin y al cabo, el petróleo era más limpio y barato. Nunca se materializaron las profecías de los agoreros, que vaticinaban el agotamiento del carbón.

Ahora, cuando los precios del barril alcanzan niveles nunca vistos, se alzan voces que afirman que el petróleo podría correr la misma suerte del aceite de ballena. O el carbón. El apetito por el petróleo está constando al mundo más de 4.000 millones de euros al día. Un enorme incentivo para aquellos que sean capaces de desarrollar combustibles capaces de competir en precio y prestaciones con el petróleo. A tal fin se dedican, en todo el mundo, numerosas iniciativas tanto públicas como privadas. El empeño resulta tanto más fácil cuanto más alto es el precio del petróleo.

Al parecer, la respuesta al petróleo la constituyen los biocombustibles, como el biodiésel o el etanol. Los biocombustibles son obtenidos gracias a la captura de la energía almacenada en seres vivos; aceites de plantas como el maíz, el coco o la soja, entre otros. Al igual que el petróleo en su día, los biocombustibles ofrecen indudables ventajas: son más limpios, su disponibilidad está sólo limitada por la tierra de cultivo disponible y, además, su producción no la determina la geografía. Al parecer, la amenaza al petróleo es seria. Hasta tal punto que la revista norteamericana Newsweek afirmaba recientemente que los biocombustibles constituyen el primer desafío serio, en más de un siglo, a los combustibles basados en el petróleo.

Por supuesto, lo anterior no significa que el petróleo vaya a desaparecer de la noche a la mañana. Lo que nos indica es que el actual nivel de precios está haciendo económicamente atractiva la búsqueda de alternativas.

En Brasil, el etanol está siendo vendido al equivalente a 25 dólares el barril y constituye el 25% del combustible consumido. En EE UU, el uso de etanol se ha disparado desde 2001 y ya supone el 3% del combustible de transporte. Hasta en 30 países se están desarrollando programas para utilizar combustibles de origen vegetal. También la iniciativa privada se ha lanzado a por la oportunidad. Compañías como BP o Shell, que no quieren verse en la piel de los antiguos balleneros, se han implicado en ambiciosos programas de desarrollo de biocombustibles. Shell es, ya hoy, el mayor distribuidor de etanol del mundo.

Esperemos que, al igual que en el caso del aceite de ballena, el mundo esté a punto de cansarse del petróleo. Para desconsuelo de sátrapas. Y regocijo del resto.

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