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Tribuna
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Europa: tribulación y mudanza

De las diversas explicaciones que recorren Europa sobre las causas de la crisis actual conviene descartar dos: el egoísmo de los franceses y el déficit democrático en el funcionamiento de la Comisión. El primero, porque no está demostrado que sea peor o mayor que el de otros países, el segundo porque el proyecto de Constitución más bien tendía a remediarlo que a empeorarlo. Y conviene retener otras dos: la ampliación de la UE y la falta de crecimiento económico

Europa es una mezcla compleja de impulsos políticos y frenazos económicos. Buena parte del estancamiento alemán viene causado por la unificación que, como la ampliación, se basó en admirables principios de solidaridad y equidad, los principios en los que descansa el proyecto europeo.

La experiencia de la unificación alemana podía haber servido de aviso sobre la ampliación, pero es cierto que había notables diferencias: los nuevos miembros no iban a integrarse, de momento, en la zona euro, ni su ciudadanía a disfrutar de protección social similar a la existente en los antiguos. Cabía cruzar los dedos y esperar que todo fuera bien, aunque el calendario parecía demasiado apresurado, incluso para la eurocracia.

No era sólo una cuestión de economía de mercado, la mayoría de los candidatos se diferenciaban de anteriores adherentes a la UE en carecer de una función pública independiente, lo que desgraciadamente incluye la judicatura. Desde ellos se esgrimía el peligro de involución, si el proceso se prolongaba.

La ampliación se ha producido, pues, sin que Alemania haya acabado de digerir su propia unificación, a lo que hay que añadir el débil crecimiento en Italia y Francia. En contraste, las tasas de incremento del PIB en los nuevos miembros se sitúan como mínimo en el 4% (excepto en Malta). En la otra Europa los salarios, la tributación y la supervisión estatal son más bajos, cosas todas excelentes para las grandes empresas, de forma que, por citar un caso, la industria del automóvil se ha encaminado a Eslovaquia, donde el salario medio mensual era de unos 200 euros en 2003. A quienes sostiene que el problema de Europa es resistirse a la globalización cabría objetar que precisamente al ampliarse lo que ha hecho es interiorizarla.

¿Puede perjudicar a los ciudadanos lo que favorece a sus grandes empresas? Parece evidente que sí, al menos en el corto plazo y desgraciadamente (o no) solemos vivir en él. Una de las constantes de la economía actual es la esquizofrenia: lo que nos favorece como consumidores (los bajos salarios de los demás, la desregulación de la actividad empresarial, por ejemplo) nos perjudica como trabajadores y como pensionistas.

Pero así son las cosas y no se ven signos de que vayan a cambiar pronto, excepto a peor. Lo que suele oírse de los habituales cronistas económicos es que rebajemos nuestras expectativas en esos dos papeles de trabajadores y pensionistas. Habrá que hacerlo en alguna medida, pero no nos engañemos, es difícil que Europa pueda crecer como China o como EE UU, países en los que apenas existen regulaciones medioambientales ni sociales. Si Europa tuviera que prescindir de ellas no valdría la pena seguir defendiendo su modelo económico y social.

Tony Blair ha inaugurado su presidencia de la Unión con una mezcla explosiva: mayor desregulación, integración de Turquía y rebaja de los subsidios agrícolas. No es un programa pensado para fastidiar a los franceses (aunque pueda parecerlo), pues el caso de Turquía levanta serias dudas en muchos más lugares y de los fondos agrícolas Polonia aspira a ser el gran beneficiario. En cuanto a la protección social es muy cierto que el Reino Unido no es EE UU y el Gobierno laborista ha incrementado constantemente las partidas presupuestarias en educación, en sanidad y en general en empleos sociales. Baste un dato: el porcentaje de pobres en el Reino Unido alcanza un 8,7% de la población y el gasto social un 7% del PIB; en EE UU las cifras son del 13,7% y el 2,3%. No sólo eso, ha puesto en práctica un excelente sistema de indicadores para medir los logros y controlar los recursos empleados.

Si en lugar de centrar la batalla en el monto de los subsidios agrícolas, la presidencia inglesa planteara la necesidad de un sistema de supervisión de los fondos comunitarios similar al del Reino Unido, prestaría un excelente servicio a la ciudadanía europea, porque ése es un capítulo en el que no ha habido gran avance.

Si no hay razones para anticipar logros sí que las hay para prever una discusión necesaria (y larga), en la que se aborden abiertamente algunas cuestiones fundamentales: ¿cuánta desigualdad social están los europeos dispuestos a soportar para acelerar su crecimiento?, ¿cuánto recorte del Estado de bienestar?, ¿hay alternativa a la desregulación? Puesto que la famosa globalización se basa en un uso intensivo y extensivo del transporte ¿es compatible con la protección medioambiental y en concreto con el protocolo de Kioto?

No hay muchos lugares en el planeta dónde plantear ese debate. Si la crisis actual sirviera para movilizar los abundantes recursos intelectuales que Europa posee, habría servido de mucho.

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