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Columna
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Puesta al día de la política monetaria

La confianza en la eficacia de la política monetaria se reduce a medida que se retrasa la recuperación económica en Japón, en Alemania y en Francia. Los éxitos en contener la inflación se están poniendo en entredicho porque es la irrupción de nuevos productores con costes bajos la que, en el actual entorno comercial abierto, reduce el precio de productos manufacturados. El riesgo de explosión de la burbuja inmobiliaria de muchos países también se achaca al aumento de la oferta monetaria y, consiguientemente, a la caída de los tipos de interés. The Economist, en su último número del mes de julio, relaciona estos temas con los efectos de la economía china en el mundo.

En la eurozona, en el periodo 1999-2004, la media del crecimiento anual de la oferta monetaria fue del 6,4%. La media del aumento anual del IPC armonizado fue el 2,18% y el PIB real creció un 1,8%, lo que da una media de aumento anual del PIB nominal en torno al 4%. Esto indica que el crecimiento de la oferta monetaria excedió al del PIB monetario en un 60%. Con ese aumento de los medios de pago sería esperable un incremento más alto del PIB nominal, fuera por aportación del PIB real o del IPC. Sin embargo la mayor cantidad de dinero ha influido poco en el IPC por el menor precio de productos importados debido a la apreciación del euro (excepto el petróleo). Al parecer las autoridades monetarias han tratado de evitar la deflación que podría ir asociada con estancamiento en el nivel de actividad y pérdida de empleo.

En una depresión económica la falta de demanda obliga a vender, no sólo sin margen, sino incluso sin recuperar parte de los costes en que se ha incurrido, con lo que los precios bajan. En los años treinta, iniciada la depresión, se redujo el volumen de medios de pago haciendo más profunda y prolongada la crisis. La lección se aprendió a posteriori. Sin embargo, los precios también pueden bajar por razones compatibles con la expansión económica. Eso ocurrió a lo largo del siglo XIX cuando el desplazamiento de la población del campo a las ciudades y los avances técnicos permitieron aumentar la oferta reduciendo el coste de producción unitario y mantener o reducir los precios sin deteriorar el margen, posibilitando así la continuidad del proceso inversor. El abaratamiento de los productos finales incrementaba el tamaño del mercado solvente y la tendencia de crecimiento se mantuvo con momentos de auge y recesiones puntuales.

El tipo de interés podría acercarse a su tasa natural, evitando desincentivar el ahorro y reduciendo suavemente la presión sobre el precio de la vivienda

La aportación de los nuevos países industrializados tiene aspectos afines a lo ocurrido en el siglo XIX, pero también diferencias importantes. Lo común es el flujo continuo de un enorme contingente de trabajadores industriales, con coste de sus servicios laborales inferior al de los países industrializados, y un aumento de la inversión por persona ocupada suficiente para dar competitividad. El resultado, en forma de menores precios, es patente en productos textiles, en el calzado, en electrónica de consumo, muebles y, en general, en los productos manufacturados. En los países desarrollados, las diferencias están, en el plano comercial, en que las políticas proteccionistas no son aplicables y las medidas de apoyo a la exportación están restringidas a fin de evitar distorsiones en la competencia. En el ámbito monetario, mientras que en el siglo XIX regía el patrón oro, ahora no hay esa ancla y algunos países exportadores, especialmente China, mantienen la cotización de su moneda al margen del mercado, con lo que logran una ventaja competitiva cuestionada… aunque sin éxito.

Lo anterior parece indicar que el objetivo de estabilidad monetaria debería ser más rígido que el actual, donde el 2% no es un techo máximo, sino un objetivo adecuado. El riesgo es pequeño con tal de que el cambio en los precios relativos siga emitiendo señales sobre escasez relativa de cada producto. El tipo de interés podría, en consecuencia, acercarse a su tasa natural, evitando desincentivar el ahorro y reduciendo suavemente la presión sobre el precio de la vivienda. Convendría que el índice de precios que se considera referente a efectos de política monetaria incluya, también, bienes de inversión de las familias, como la vivienda, lo que le convertiría en un indicador más fiable del poder de compra de la moneda.

La incidencia de producción importada afecta a la producción y comercialización tradicionales. Esa situación se mantendrá y afectará, aún más, al vínculo entre variables de política económica y nivel de empleo, que ya están cambiando con rapidez y debilitando la influencia de política monetaria. æpermil;sta tendría más impacto si la fiscalidad recuperara su papel de variable, más allá de los ajustes marginales que se hacen en la actualidad y, sobre todo, si hubiera un marco de regulación que posibilitase la adaptación continua de la actuación empresarial.

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