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Columna
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Un soplo de pesimismo

Carlos Sebastián

La economía española va a crecer este año ligeramente por encima del 3% mientras que la eurozona difícilmente superará el 1,5%. Se mantiene, por tanto, un amplio diferencial, que fue explotado por el anterior Gobierno como expresión de una política económica virtuosa y que, en cambio, parece no rendir igual rédito de imagen al actual (cuestión de marketing, supongo).

Muchos de nosotros pensamos que este diferencial no se puede mantener a medio plazo, porque está basado en impulsos largos, pero transitorios, que acabarán agotándose y porque las fuerzas subyacentes a largo plazo (productividad y competitividad) no justifican el mantenimiento de un crecimiento mayor que el de nuestros socios europeos. Como se suele decir, el modelo de crecimiento de los últimos ocho años no es sostenible. Tampoco se puede decir que los anteriores rectores de la política económica puedan ser responsabilizados de dicho modelo, porque éste ha sido más la consecuencia de factores que no fueron ni impulsados ni controlados por los Gobiernos. Factores que vinieron del exterior: inmigración e integración en el euro, este último con la consiguiente reducción de los tipos de interés y el logro de la estabilidad cambiaria.

Si el razonamiento es correcto, tenemos que esperar que en algún momento en un futuro no muy lejano el PIB español crezca a tasas similares (o menores) que el conjunto de la unión monetaria. ¿Cuánto de lejano? Depende de lo que tarde en agotarse el impulso del gasto de las familias y, por ahora, hay pocos síntomas de agotamiento. Lo cual puede suponer un respiro.

Es muy difícil para un Gobierno alterar las reglas de juego si la sociedad no quiere cambiarlas

Pero hay que apuntar dos cuestiones que impiden estar tranquilos pese al respiro. La primera es que a pesar de la enorme inercia que tienen las magnitudes macroeconómicas, reflejo de la inercia de las decisiones de los agentes, se producen a veces cambios bruscos en esa conducta. Recordemos lo que ocurrió en España en 1992: en pocos meses el gasto de consumo se hundió y se produjo una recesión corta pero de gran intensidad. A ello contribuyeron una serie de factores: caída en el empleo tras un largo periodo de fuerte generación (a la caída de la producción industrial en 1990 siguió el fin del ciclo constructor en 1991) que empeoró las expectativas de unas familias bastante endeudadas (aunque menos que ahora), elevación de los tipos de interés que ya estaban a niveles muy altos, fuerte inestabilidad cambiaria por la crisis del Sistema Monetario Europeo e, incluso, caída en el precio nominal de las viviendas (tras una fuerte revalorización). En las circunstancias actuales, el mayor peligro viene por el lado del mercado inmobiliario, cuya burbuja pudiera explotar. El mantenimiento de los actuales niveles de tipos no lo hace muy probable.

La segunda cuestión es que aunque hubiera el respiro que mencionaba, éste nunca será suficiente para que se pueda enderezar el modelo de crecimiento, de forma que pudiéramos seguir creciendo sistemáticamente por encima del resto de Europa. El conjunto de medidas que permitiría ese cambio de modelo (las que conducen a ganancias sostenidas en la productividad y en la competitividad) toman tiempo. Y lo que es peor, no hay un consenso ni político ni social para emprender algunas de esas medidas: las que representan cambios en las regulaciones de los mercados de productos y de factores (mercado laboral). Y ni hay debate sobre esas cuestiones ni se vislumbra que lo vaya a haber. Es difícil para un Gobierno cambiar aspectos relevantes de las reglas del juego si los agentes (en último término, la sociedad en su conjunto) no quieren cambiarlas.

Así las cosas, lo mejor que podemos esperar es que en dos o tres años la economía española crezca a tasas muy similares a las del conjunto de la Unión. ¿Serán éstas tan bajas como las actuales? No necesariamente. Dependerá mucho de lo que ocurra en Alemania. Y ya sabemos que de Alemania recibimos noticias mixtas. Un aumento sustancial en la productividad en los últimos años, por un lado, y, por otro, un desequilibrio de las cuentas públicas que no evita que la demanda interna se mantenga deprimida. A ambos factores negativos contribuye la incertidumbre sobre la intensidad y dirección de la reforma del generoso sistema de protección (que forma parte de la cultura de aquella sociedad en los últimos 50 años). Incertidumbre que ha conducido a una convocatoria adelantada de las elecciones generales. Todo ello lleva a esperar una recuperación lenta de la economía líder y, por tanto, un crecimiento lento de la Unión.

Un soplo de pesimismo que olvidaremos en las vacaciones que ahora comienzan.

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