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Columna
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Ataque a Londres

Escribimos a mediodía del jueves sin datos, es decir, en circunstancias de periodismo químicamente puro. El titular disponible da cuenta de bombas que han hecho explosión en el metro y un autobús de dos pisos en el centro de Londres. Los servicios del suburbano y de líneas de autobuses han quedado suspendidos mientras la situación informativa es de caos, el clima cívico de pánico, que tratan de paliar la policía y las autoridades, y la reacción internacional de plena solidaridad con la capital de Reino Unido, ayer jubilosa por su designación como sede olímpica para los Juegos de 2012 y hoy golpeada por el terrorismo de Al Qaeda.

Madrid, como Nueva York, como Estambul saben de estos ataques y ese conocimiento propio hace que se vuelquen en disposición inmediata hacia la ciudad golpeada. El primer ministro Tony Blair ha reconocido enseguida el origen terrorista de las explosiones y ha dejado la cumbre del G-8 para acudir a Londres y hacerse cargo de la situación. Es de agradecer que para nada haya señalado al IRA como línea preferente de investigación en línea con nuestro Acebes y ETA. Pero ahora se comprueba una vez más que los fanáticos son una amenaza indetectable por los aros magnéticos, que los hombres bomba buscan la línea de menor resistencia, la que termina por señalar como objetivos preferentes al público de a pie, el de los transportes masivos de bajo coste.

Ahora, mientras esperamos que los prestigiosos servicios de inteligencia británicos y la admirable policía de Londres progresen en el esclarecimiento de los hechos, se impone reflexionar sobre la forma de enfrentarse con un terrorismo que se ha querido combatir a base de guerras convencionales con el resultado que a la vista está. Vuelve a comprobarse que es inútil dar coces contra el aguijón y que contra las afecciones cerebrales de nada sirven ejércitos convencionales, como los desplegados en Afganistán o Irak. A los efectos de hoy cabe preguntarse si hubiera servido de algo la localización de las inexistentes armas de destrucción masiva que anduvimos buscando sin éxito en Irak.

Sabemos que el propósito asesino puede cumplirse con diferentes recursos instrumentales. De una parte, están los asesinos por contrato, mercenarios, de escasa fiabilidad sobre todo cuando son meros francotiradores. En el peldaño siguiente de la eficacia figuran los encuadrados en alguna mafia de intereses bien organizada. Vienen después los asesinos por convicción, impregnados de alguna ideología pero con la reserva declarada de dejar a salvo su propia vida. Luego, en la cumbre de la peligrosidad y del desconcierto, figuran los fanáticos del daño que se sienten recompensados con el suicido. Estos para nada necesitan disponer de arsenales convencionales y consuman sus acciones bárbaras sin apenas huellas materiales.

El ataque a Londres, como los padecidos antes por Madrid o Estambul, nos devuelve a la realidad cotidiana de Bagdad y reclama una respuesta a escala de la UE. Una movilización coordinada sin reservas de los servicios de inteligencia y de las organizaciones policiales. Ningún país, cualquiera que sean sus afinidades internacionales, puede considerarse a cubierto ni concluir que dejaría de ser objetivo terrorista alterando sus compromisos políticos. Europa ha padecido otras plagas terroristas y ha sabido combatirlas sin dañar la vigencia de la democracia y de los derechos cívicos. Ahora se impone reaccionar sin dejarse vencer por los malos ejemplos de probada ineficacia que nos ha suministrado la Administración del presidente Bush con las torturas de los campos de Guantánamo y Abu Graib.

No es la hora de las vísceras sino de la frialdad analítica, de la inteligencia sintiente, según expresión acuñada por nuestro filósofo de cabecera Xavier Zubiri. Ningún rastro debe quedar tampoco de la pasada competición de Singapur que favoreció a Londres y relegó a Madrid. Sería de una bajeza inaceptable. Pero al menos el príncipe Alberto de Mónaco debería presentar inmediatas excusas por sus preguntas indignas y dimitir de manera irrevocable del Comité Olímpico Internacional.

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