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Tribuna
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¿Necesita otros líderes la Europa del siglo XXI?

A la vista de los análisis y de la información que recibimos diariamente, estamos viviendo un periodo de crisis profunda en la construcción de Europa. Las reacciones de los líderes políticos y de las instituciones nos alarman ante las posibles consecuencias catastróficas del futuro más inmediato. Se oyen voces sobre la definitiva parada del tren europeo, la apertura del debate sobre la conveniencia del euro, etcétera.

Quizá, como Chirac, Schröder, Durão Barroso y otros líderes políticos han comentado estos días, es necesario detener un poco la locomotora y hacer un análisis más sosegado y profundo de la situación.

Obviamente la no ratificación del Tratado por Francia y Holanda ha supuesto un duro golpe para el proceso político, institucional y burocrático que se había puesto en marcha pero, por otra parte, ha supuesto la entrada con una enorme trascendencia de un actor de primera magnitud, el ciudadano europeo, que quizá hasta ahora no se había implicado de manera real en el asunto. Este cuenta con una característica ontológica que dificulta su existencia, el ser a la vez miembro de un Estado nacional y de uno supranacional. Esto le dota de una situación particular; toma decisiones, vive y se mueve en los dos niveles. Pero la conciencia sobre su identidad es de un calado muy diferente.

Mientras que su identidad nacional ha sido forjada desde hace siglos y le proporciona cierta manera de entender el mundo (desde la construcción del Estado nacional), su conciencia supranacional apenas tiene un recorrido cronológico extenso y no se ha batido con desafíos que le hayan supuesto un peligro real de desaparición. A lo largo de la historia, la identidad nacional del europeo ha sido violentada, agredida, invadida, reconstruida y defendida en multitud de ocasiones. Esto ha hecho que sus bases estén psicológica, económica y socialmente muy definidas y profundizadas en las mentalidades de cada uno de los habitantes nacionales, es decir, el sentimiento de ser francés, inglés, holandés o español, no precisa de demasiadas explicaciones. Sin embargo, quizá no se ha prestado demasiada importancia al hecho de ser europeo. Es decir, no se ha prestado la atención necesaria para conformar una identidad europea, real y compartida que cale en las mentalidades y trascienda y conviva con la mentalidad nacional.

No es nueva la idea de la lejanía de los europeos de a pie de la complejidad de las instituciones y del quehacer político y económico de la maquinaria comunitaria.

La propia construcción europea parece más un proceso burocrático y técnico, realizado por fríos especialistas y expertos, que un proceso donde una de las claves es alcanzar el corazón y el alma de los europeos. Es vital la creación de una Razón de Ser contemporánea, de un propósito claro y trascendente y de unos valores compartidos, sentidos y vividos más allá de lo escrito en los documentos oficiales.

Quizá en los inicios de la Europa Comunitaria esta razón de ser y su finalidad trascendente tenían un claro sentido, consecuencia del contexto histórico y del pasado inmediato, pero ahora las circunstancias históricas y sociales han cambiado y, manteniendo el núcleo, sería conveniente estimular el progreso, avanzar hacia propuestas y formulaciones capaces de crear un sentido de identidad europea que vincule y cree un compromiso suficiente para hacer avanzar el proceso conjuntamente, no sólo desde la visión de las elites políticas sino también desde la ciudadanía.

En este sentido, y desde un punto de vista de liderazgo, merece la pena destacar una característica que podemos apreciar estos días. La mayoría de los entrevistados destacan la necesidad de que emerja una figura, un líder fuerte, carismático, que canalice el proceso y lo lleve a un buen puerto.

De hecho se oye con relativa frecuencia frases y titulares del tipo 'en Europa necesitamos líderes'. Esta perspectiva, aunque seductora, es poco realista y además preocupante. Parece que, en estos momentos, cuando surge la crisis se hecha de menos la aparición de un nuevo Schumann, alguien capaz de impulsar y poner en movimiento los engranajes detenidos.

No es una buena solución. La construcción de Europa se fundamenta en ir avanzando paso a paso y este avance no está exento de retrocesos, como su propia historia ha demostrado en sobradas ocasiones. Por ello es importante no alarmarse y no buscar soluciones de urgencia, como parece que demanda la cultura de inmediatez en la que vivimos, sino aportar una solución de mayor perspectiva y calado, no detenerse simplemente a replantearse los procesos y procedimientos, sino más bien hacer una reflexión holística profunda de cuales son los puntos de ruptura reales en la construcción y como afrontarlos para poder ofrecer una salida apropiada y acertada, que combine la dualidad del ciudadano nacional y del europeo. Por ello no es el tiempo del líder, sino del liderazgo, del proceso colectivo que teniendo en cuenta todos los actores políticos, sociales, institucionales y psicológicos, marque una dirección y sea capaz de generar el compromiso y el alineamiento necesario para que el proceso de construcción siga adelante y no se detenga.

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