Cómo sortear la crisis de la Unión
De la noche a la mañana, la Unión Europea ha pasado de consolidar la mayor ampliación de su historia y caminar con paso firme hacia una verdadera integración política a ver cómo descarrila el proyecto de Constitución europea y empiezan a cuestionarse pilares que se consideraban inamovibles. Aquellos que hasta hace unos días desdeñaban cualquier sombra en el horizonte lanzan ahora mensajes catastrofistas y se embarcan en sorprendentes debates públicos sobre la pervivencia del euro o de la propia Unión Europea. ¿Es realmente tan grave la crisis provocada por el fracaso del proyecto de Constitución? ¿O quizás este tropiezo ha servido sólo para tener una visión más nítida sobre la Unión que se está construyendo?
El rechazo a la Carta Magna en Francia y Holanda ha hecho que afloren muchas de las quejas latentes de millones de ciudadanos; la acelerada ampliación hacia el Este y la perspectiva de incorporación de Turquía están provocando importantes tensiones económicas y sociales; un número creciente de ciudadanos ve con recelo las recetas económicas de corte anglosajón emanadas de Bruselas, y la crisis económica está disparando el desempleo en países como Francia y Alemania, al tiempo que las presiones para equilibrar los presupuestos obligan a apretarse el cinturón y recortar el Estado de bienestar. Todo esto existía antes de que arrancase el proceso de ratificación de la Constitución europea. Sencillamente, los líderes políticos preferían ignorarlo. Hasta el domingo pasado.
æpermil;sta ha sido la primera ocasión que tienen los ciudadanos europeos de pronunciarse masivamente sobre la marcha de la Unión desde las consultas sobre el Tratado de Maastricht hace trece años. Y su mensaje es claro: la Unión ha crecido demasiado, y demasiado rápido. Los políticos deberán tomar nota (pero no sólo de palabra) y revisar algunos de los planteamientos que hasta la semana pasada consideraban incuestionables. Pero de ahí a poner en tela de juicio la pervivencia misma de la Unión existe un abismo.
Europa puede seguir avanzando con el Tratado de Niza como marco de referencia hasta que se defina el futuro de la Constitución europea o cualquier vía alternativa para profundizar en la unión política. Las reformas económicas necesarias para impulsar la productividad de la zona deberán seguir adelante, sea cual sea el marco político que se defina, porque es la única manera de poder competir en un mercado global. En cuanto al euro como moneda ancla de las principales economías de la zona, sus beneficios en términos de estabilidad macroeconómica y financiera son tan incuestionables que, tal como señalaron ayer Trichet y Almunia, resulta 'absurdo' imaginar siquiera su posible abandono.
Los mercados, que a menudo son más racionales que los políticos, apenas han castigado a la moneda europea como resultado de las consultas en Francia y Holanda. Pero si los máximos dignatarios europeos, algunos de ellos en una situación de extrema debilidad en sus propios países, no reorientan pronto y con determinación el debate público sobre el proyecto de la Unión, pueden terminar provocando ellos mismos el desastre que algunos profetizan.