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Columna
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La discriminación, un fenómeno opaco

En las jornadas que, bajo el título Miradas migratorias, se celebran hoy y mañana, organizadas por las fundaciones Progreso y Cultura y Mira Suiza, y a las que he sido amablemente invitado, planeará sin duda el tema de la información estadística, de esa información tan necesaria para evaluar la envergadura y las características del fenómeno migratorio y, en el caso del estudio de algunos importantes aspectos como el de la integración de los inmigrantes en las sociedades de acogida, para poder denunciar con la necesaria contundencia aquellos casos en los que se ponen barreras a dicha integración, tratando como inferiores a personas o grupos de inmigrantes por el mero hecho de tener distinta raza, idioma o religión.

Sin embargo, este deseo legítimo de apoyar los argumentos en cifras sólo podrá satisfacerse de forma muy parcial porque la información estadística del fenómeno migratorio dista mucho de ser satisfactoria, cuestión que no puede por menos de ser reconocida siempre que se parta de principios de honestidad científica. Ciñéndonos al tema de la discriminación, es preciso reconocer que su propia naturaleza provoca la ocultación de la existencia de personas que sufren este tipo de situaciones, como se está poniendo de relieve con las medidas de empadronamiento con carácter retroactivo que puestas en marcha para favorecer el actual proceso de regularización.

Las largas colas que se están formando para empadronarse, sobre todo en algunos municipios cuya actitud frente a la inmigración sería digna de analizar, ponen en evidencia el miedo de muchos inmigrantes a la expulsión que hacía posible la última Ley de Extranjería del anterior Gobierno, donde era posible el cruce de ficheros por la policía para detectar extranjeros en situación irregular. Un miedo capaz de hacer que muchos inmigrantes, seguramente los más desinformados y vulnerables, renunciaran a derechos fundamentales de atención sanitaria, alojamiento o escolarización con tal de evitar el riesgo de poder verse expulsados a sus países de origen.

Esta ocultación de la propia existencia de personas marginadas impide obviamente que figuren tanto en los registros administrativos como en los marcos muestrales de las encuestas. Pero el problema del conocimiento de la posible discriminación se extiende incluso a aquellos extranjeros que sí figuran registrados y pueden ser entrevistados, dadas las dificultades con que se enfrentan este tipo de estudios, como es el caso de las negativas a colaborar, falseamientos de respuestas y otras incidencias comunes en cualquier investigación, que no pueden por menos de verse multiplicadas en poblaciones donde el temor y el recelo son superiores que entre la población integrada.

Pero, además de estos problemas, existen otros ligados a la metodología de los estudios estadísticos, que como se sabe obligan a sintetizar la realidad de manera que la situación de cada persona pueda clasificarse de forma inequívoca. La primera condición que se requiere para poder estudiar la existencia de discriminación es desarrollar, con el mayor grado de detalle posible, la caracterización de personas y grupos para ver si, efectivamente, existe ese supuesto trato diferencial entre personas o grupos. De este modo, es preciso desarrollar una larga y problemática batería de preguntas, puesto que, por ejemplo, en un estudio que intentara ver si los extranjeros están discriminados, no bastaría con saber si se es o no extranjero, sino que sería preciso conocer la nacionalidad, los años que lleva residiendo en el país, su nivel educativo, su religión, su nivel de renta y múltiples factores en los que podría basarse la discriminación y que, de ignorarse, permanecerían ocultos en la categoría general de nacionalidad.

También se requiere alcanzar un elevado grado de detalle en el terreno donde se trata de apreciar si existe discriminación puesto que, por ejemplo, no bastaría catalogar a las personas en las habituales clasificaciones genéricas de ocupación, sino sería preciso profundizar en los detalles de dichas ocupaciones, como nivel retributivo, horas trabajadas, grados de responsabilidad, riesgo laboral, etcétera.

Lamentablemente, estos niveles de detalle no se alcanzan. Los datos de fuentes administrativas no profundizan lo suficiente y, como en el caso de la información judicial, tienen problemas de representación porque muchas personas discriminadas ni siquiera se atreven a denunciar los atropellos de que son objeto. Las encuestas tienen serios problemas de tamaño para desglosar los resultados tanto como sería preciso. Con todo, la información siempre proporciona indicios importantes de lo que ocurre y, sobre todo, muestra hacia dónde hay que dirigir los esfuerzos para que problemas tan odiosos como el de la discriminación dejen de permanecer ocultos.

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