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Columna
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Balanza de pagos

El déficit español por cuenta corriente está en su cota más alta desde hace dos décadas. El autor analiza el problema de la posible pérdida de competitividad de los bienes y servicios españoles al margen de burbujas de precios, más o menos transitorias, en las materias primas

Como se dice en la jerga periodística, los datos de la balanza de pagos por cuenta corriente del año 2004 'han disparado todas las alarmas' sobre la situación económica de nuestro país. España, se dice, está gastando más de lo que puede -lo cual es una obviedad pues no otra cosa es el déficit por cuenta corriente- y algunos observan que esto tiene su explicación en el llamado modelo de crecimiento económico de los últimos años, basado en el crecimiento de la construcción y el consumo privado, eso a pesar de que la casi duplicación del déficit corriente en 2004 se ha producido justo cuando el modelo empieza a registrar los primeros signos de cambio.

En efecto, por primera vez en los últimos años la inversión en bienes de equipo crece a tasas superiores a la inversión en construcción (5,8% vs. 4,4%), las exportaciones de bienes y servicios crecen mucho más que el año pasado (6,9% vs. 3,9%) y la producción industrial acelera su crecimiento en casi un punto, en tanto el valor añadido en la construcción se desacelera en algo más de medio punto respecto de 2003.

Hay que evitar toda tentación de interven-cionismo industrial al calor de las alarmas exageradas

La verdad, es que, en el largo plazo, unos patrones de crecimiento pueden llevar a mayores incrementos de la productividad que otros y, con algunas hipótesis adicionales de por medio, también a mejores situaciones de competitividad que otros (depende de lo que los demás están haciendo). Pero eso tiene muy poco que ver con un grave deterioro de la balanza de pagos por cuenta corriente en un solo año. Para que tal cosa se produzca deben ocurrir alguna de estas cosas: un incremento en el diferencial de crecimiento y capacidad de absorción de nuestra economía respecto de nuestros principales socios comerciales o un deterioro en nuestra relación real de intercambio (términos del comercio) o, como ha ocurrido en 2004, una combinación de ambas cosas.

Si el deterioro de la balanza por cuenta corriente (2,1 puntos del PIB) se hubiera debido exclusivamente a la diferencia en el crecimiento real de importaciones y exportaciones de bienes y servicios y pagos de rentas de factores (dejando a un lado las transferencias corrientes cuyo saldo, por otra parte es casi nulo) en esa misma proporción (2,1 puntos del PIB) se habría deteriorado el impacto del sector exterior sobre el crecimiento económico del país. Sin embargo, dicho impacto negativo sólo ha aumentado en un punto, pasando del 0,8% del PIB en 2003 a 1,8% del PIB en 2004. El restante 1,1% de empeoramiento de la cuenta corriente debe atribuirse a la pérdida de la relación real de intercambio (mayor subida del precio de las importaciones que de los de las exportaciones) lo que no es sorprendente en un año de fuerte apreciación del euro y de subidas extraordinarias del precio del petróleo y de otras materias primas de las que somos fuertes importadores, lo que nos seguirá ocurriendo mientras la tecnología no descubra sustitutos competitivos que podamos fabricar nosotros.

Con todo, sigue en pie la cuestión de nuestro crecimiento real y las corrientes de fondo de posible pérdida de competitividad de nuestros bienes y servicios al margen de burbujas de precios en las materias primas de carácter más o menos transitorio (no sabemos el efecto sobre los precios a largo plazo de la incorporación al mercado mundial de grandes países como China o India).

Sobre lo primero, hay que señalar que esto no indica sino el exceso de la inversión interna sobre nuestra tasa de ahorro. Dado que el sector público se muestra prácticamente en equilibrio (-0,4 del PIB) habrá que reconocer que se trata de un asunto del sector privado, es decir, de mercado. A los tipos de interés actuales, empresas y familias en España están endeudándose para invertir en construcción y bienes de equipo de producción o de consumo duradero para complementar sus propios ahorros y otras empresas y familias del resto del mundo no ven riesgo inminente en financiarlo.

Mientras no se demuestre lo contrario unos y otros hacen lo que más les conviene en las condiciones actuales y nada hay de malo en que esto se produzca en un país como España cuyo objetivo es converger en niveles de vida con los países más avanzados de la Unión Europea.

La marcha de los costes laborales por unidad de producto sugiere, sin embargo, un deterioro de nuestra situación de competitividad que se ve matizado por la estabilidad de la participación de exportaciones españolas de mercancías en el mercado mundial de exportaciones. Teniendo en cuenta la moderación con que se han comportado los costes del factor trabajo de los últimos años, lo anterior apunta a un deterioro en la marcha relativa de nuestra productividad lo que pone de manifiesto el acierto del Gobierno al señalar la mejora de la misma como uno de los principales objetivos de la actual política económica. Pero aceptamos que los resultados tardarán en verse y que la situación tampoco es tan dramática como los análisis simplistas sugieren. Y, sobre todo evitemos toda tentación de intervencionismo industrial al calor de las alarmas exageradas.

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