La publicidad, ¿el desencadenante?
En los últimos años, el problema de la obesidad está adquiriendo tintes dramáticos en toda Europa, y es especialmente preocupante en la población infantil. Esto ha llevado a la CE a poner de relieve la acuciante necesidad de asumir compromisos concretos y desarrollar iniciativas para hacer frente de modo eficaz a un problema que, de seguir así, terminará por convertirse en la epidemia de la sociedad occidental del siglo XXI.
En un intento de dar los primeros pasos firmes, la Comisión Europea ha puesto sobre aviso a los Estados haciéndoles saber que, si bien considera la autorregulación por los propios operadores de la industria como la vía más adecuada para la consecución de objetivos a largo plazo, Bruselas no dudará en adoptar medidas legislativas si, en un año, dicha autorregulación se demuestra ineficaz.
La eventual actuación de la Comisión, que sin duda supondría limitar la capacidad de las empresas para comercializar libremente sus productos, encontraría su fundamento en el Tratado de Amsterdam (artículos 95 y 152), que exige la consecución de un elevado nivel de protección de la salud humana en la definición y ejecución de todas las políticas y acciones de la Comunidad.
'Las limitaciones a la industria alimentaria tendrían fundamento legal'
La Comisión parece haber concentrado su atención en la necesidad de controlar los contenidos publicitarios dirigidos a los niños. Sin embargo, ¿hasta qué punto es la publicidad desencadenante de las conductas alimentarias insanas desarrolladas por los niños?
Los estudios comparados realizados hasta ahora señalan que la publicidad televisiva es un factor más del problema, de relevancia escasa si se compara con el efecto desplegado por otros elementos ligados a la obesidad infantil, como la falta de ejercicio físico, la influencia de los familiares en sus hábitos alimentarios, las políticas escolares, el nivel de información pública acerca de la nutrición, el etiquetado de los productos, el precio, etcétera.
No obstante, apreciar en su justa medida el influjo que la publicidad tiene en el problema de la obesidad infantil no debería llevarnos a rechazar la necesidad de concienciar a los operadores de la industria, para que procedan a desarrollar políticas publicitarias más responsables y luchen para tender un puente que permita salvar la abismal diferencia entre, por un lado, las dietas consideradas sanas y, por otro, las seguidas por los consumidores a resultas de la promoción a gran escala de productos escasamente nutritivos. Y decimos escasamente nutritivos porque es fundamental recordar que no debemos caer en el habitual error de categorizar los alimentos según sus supuestas bondades, puesto que no existen alimentos más o menos sanos, sino dietas más o menos saludables.
Así, la industria alimentaria debe tomar conciencia de la necesidad de evitar aquellas campañas publicitarias que minen la promoción de dietas sanas y equilibradas, poniendo especial énfasis en lograr que, cuando se dirijan a la población infantil, los anuncios no inciten al consumo desproporcionado de determinados productos.
La obesidad infantil es un problema multisectorial que exige una respuesta coordinada por todos los agentes implicados, entre los que se incluyen no sólo la industria alimentaria y el sector de la publicidad, sino también la Administración y los propios padres y educadores. Se hace preciso un enfoque multifactorial que conduzca a la adopción de medidas como el fomento del ejercicio físico entre los más jóvenes, la creación programas educativos sobre nutrición y hábitos alimenticios saludables, y un etiquetado de productos más completo y de fácil comprensión, medidas todas que van mucho más allá del mero control de la promoción de los alimentos, sin duda necesario pero insuficiente cuando se somete a consideración de manera aislada.