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Columna
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Bienvenido, Mr. Juncker

Con el inicio del nuevo año, Luxemburgo, país de gran tradición europeísta, ha tomado el relevo de Holanda al frente de la UE. Su primer ministro, señor Juncker es una personalidad de gran prestigio. Muchas esperanzas están puestas en su capacidad de resolver los importantes problemas a los que se enfrenta Europa.

Además, el señor Juncker une en su figura la Presidencia del Consejo, la del Ecofin, y también la del Eurogrupo, formado por los países que han adoptado el euro. Ello facilitara la mejor coordinación entre los ministros de Economía y Finanzas y los jefes de Gobierno.

El señor Juncker, con el que compartí varios años de Consejos de Presupuestos comunitarios, ha demostrado ya una gran atención al papel del Parlamento Europeo (PE), al que presentó las prioridades de su presidencia en la pasada sesión plenaria. Estas prioridades tienen un marcado carácter económico: la revisión de la Estrategia de Lisboa, la reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, y la definición del marco presupuestario de la UE para el periodo 2007-2013.

A fuerza de llenarnos la boca con eso de convertir Europa en 'el área más competitiva y dinámica del mundo', nos hemos olvidado de fijar objetivos concretos, que es lo que realmente importa

Será difícil que esas Perspectivas Financieras se aprueben a su debido tiempo si el señor Juncker no logra un acuerdo durante su presidencia.

En cuanto a la Estrategia de Lisboa, el informe Kok, publicado el pasado otoño, ya proclamaba la necesidad de su revisión. Cuando el Consejo Europeo se reúna en marzo, habrán pasado cinco años desde que la UE se fijó el objetivo de 'convertirse en la economía más competitiva y dinámica del mundo'. Pero estamos a la mitad del camino y nada o casi nada se ha hecho. El propio Juncker se preguntaba en el PE por la realidad misma de esa 'estrategia',

El informe Kok sonrojó a todos los Gobiernos europeos. En Lisboa se propusieron alcanzar un 70% de la población activa empleada para el 2010. Hoy, el porcentaje es aún del 63%, frente a un 71 % en EE UU. El Consejo Europeo de Barcelona fijó el objetivo del 3% del PIB para la I+D, pero Europa está detenida en un 1,9%, frente al 2,8 % de EE UU y al 3,1 % de Japón.

Quizá, a fuerza de llenarnos la boca con eso de convertir a Europa en 'el área más competitiva y dinámica del mundo', que recuerda el sempiterno objetivo de la URSS de adelantar a EE UU en eficacia productiva, nos hemos olvidado de fijar objetivos concretos, que es lo que realmente importa.

Coincido con el señor Juncker en que habría que abandonar esa jerga semicriptográfica que en Bruselas lo invade todo. Cuando utilizamos la denominación ritual de 'Estrategia de Lisboa' nadie sabe muy bien de lo que hablamos; el común de los ciudadanos quizá piense que es la nueva manera de jugar al fútbol que tantos éxitos ha deparado últimamente a Portugal.

Sin embargo, esa 'estrategia' es el camino para que Europa mejore su competitividad, el crecimiento, la cohesión social y la protección del medio ambiente. Son las bases necesarias para mantener y aumentar el bienestar en Europa a largo plazo.

El señor Juncker abogó en el Parlamento por clarificar y racionalizar los objetivos a conseguir, manteniendo sus tres dimensiones: económica, social y medioambiental, pero reorientando la estrategia y su puesta en marcha a nivel nacional.

Creo que es el camino correcto a seguir. Para que los objetivos de Lisboa puedan cumplirse, es necesario 'nacionalizar' el proceso. Esto significa introducir la estrategia como guía de las políticas económicas nacionales, para que el proceso gane en visibilidad y compromiso político. El Parlamento Europeo ha ofrecido su pleno apoyo a esta tarea y para ello ha convocado una conferencia con todos los Parlamentos nacionales.

La reorientación de la Estrategia de Lisboa enlaza con la revisión del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. El señor Juncker también ha demostrado tener ideas muy claras sobre ello, que en gran media coinciden con las propuestas por el comisario Almunia.

En primer lugar, parece claro que tanto el señor Juncker como la Comisión consideran que el Pacto no debe ser reformado en su letra, pero que sus medidas de aplicación deben ser modificadas. De ahí la propuesta de dejar los límites del 3% del PIB para el déficit anual y el 60% para la deuda pública acumulada, pero también integrando en el criterio de la deuda su sostenibilidad a medio y largo plazo.

También parece estar acordado que se tenga en cuenta la situación económica de cada país y aplicar criterios de evaluación en función de la fase del ciclo económico en la que se encuentre. Mal que les pese a muchos ortodoxos, el mantenimiento de una vara de medir única y radical para todos, en todo momento y circunstancia, lo único que ha conseguido es demostrar la necesidad de ajustar su funcionamiento. Ante el PE Juncker dejo claro que había que adaptar el Pacto incrementando su dimensión preventiva y flexibilizando la parte correctiva. En definitiva, más prevención y menos represión.

También dejó claro Juncker que la presidencia no propondrá que ninguna categoría de gastos se sustraiga a la evaluación del déficit, pero que en sintonía con las medidas propuestas por algunos países, su naturaleza podría ser tenida en cuenta. Queda por ver cómo se articula esto, pero para Juncker no será en ningún caso un camino abierto al gasto indiscriminado.

Todo esto invita a pensar que al final de la presidencia luxemburguesa será posible haber alcanzado un acuerdo y un consenso sobre este particular. Congratulémonos porque Europa se encuentra en una encrucijada y es vital que su política económica acompañe los desafíos y objetivos que tenemos por delante.

Europa dispone, en media, del modelo social más avanzado del mundo y esa es una de sus características principales. La mejora de los mecanismos que rigen sus economías es necesaria, pero sin que socaven este modelo hasta hacerlo desaparecer. En vez de más desregulación, lo que necesita Europa es más inversión, más cohesión social y territorial, un mayor desarrollo de la sociedad del conocimiento y un decidido avance hacia la incorporación de las nuevas tecnologías. Sin ello, el proyecto europeo se paralizará, como sucedió en los años setenta. Creo que el señor Juncker puede hacer una decisiva aportación para evitarlo.

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