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Columna
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UE: dinamismo político y atonía económica

La trayectoria de la UE tiene facetas desiguales. El autor subraya que, mientras se avanza en ciertos campos, hay decisiones y proyectos formales que se quedan en nada o se demoran. Aquí analiza este proceso y lo compara con lo que ocurre en otras áreas económicas

La trayectoria de la UE tiene facetas desiguales. La ampliación se ha hecho efectiva, hay perspectiva a corto plazo de integración de Rumania y Bulgaria y se han dado pasos importantes hacia la adhesión de Turquía. Sin embargo, decisiones y proyectos formales se quedan en nada o se demoran, como ocurre con las decisiones de la cumbre de Barcelona acerca del mercado eléctrico europeo y el objetivo de la cumbre de Lisboa para 2010, que debería crear empleo de calidad y transformar el proceso productivo basándolo en el conocimiento para convertir a la economía europea en la más dinámica. Incluso el Pacto de Estabilidad y Crecimiento se cuestiona públicamente a pesar de la evidencia de los resultados obtenidos por quienes lo tienen como guía.

La UE crece en número de habitantes y miembros, algo que también implica incremento del peso económico del conjunto. Sin embargo, el avance de la actividad económica es inferior al de EE UU y en los NIC de Asia, con lo que baja el peso relativo que representa respecto al conjunto mundial.

A primera vista parece lógico que quien parte de una situación más atrasada pueda registrar crecimientos rápidos, pero el hecho es que áreas muy desarrolladas, como EE UU, también tienen una evolución más briosa y prolongada. En este contexto, la distancia en renta no sólo no se recorta, sino que se incrementa. Así, si se da un valor de 100 al PIB per cápita expresado en equivalente del poder de compra, el de EE UU era de 132 en 1975, llegaba a 140,5 en 2003 y se espera que crezca hasta 142,6 en 2005.

Si Europa crece por debajo de su potencial y menos que otras áreas no es por casualidad ni por leyes incontrolables, sino por errores y omisiones

Hay muchos factores que explican la desigualdad de trayectorias, entre otros merecen mención en el plano laboral la mayor tasa de actividad y empleo, así como una jornada laboral anual más prolongada, las pocas barreras de entrada y salida en el mercado de trabajo y una presión fiscal menor y con progresividad más suave. La carga de la regulación es más llevadera, el sistema de formación e investigación más desarrollado y eficiente, la innovación es impulsada y un largo etcétera de factores, entre los que también cabe destacar la mayor dimensión empresarial que justifica inversiones en avances científicos y técnicos que otros no pueden permitirse. Desde hace décadas la política económica se beneficia de un dólar que se deprecia frente a las principales monedas y de los beneficios por señoriaje aportados por la capacidad del dólar como medio de pago aceptado.

El problema europeo es su irresolutividad para cambiar los incentivos perversos que impiden el aprovechamiento pleno de recursos humanos, y de otra índole, disponibles. La dificultad para crear empleo, y con él riqueza, está cuestionada por la absorción de oportunidades y empleos por parte de países como China, India y otros. Pero también EE UU ha creado más empleo que la UE, y países como España pudieron hacerlo cuando se dio solidez a la moneda y se flexibilizó la normativa económica, como muestran los resultados de la última década, a pesar de que el desmantelamiento del intervencionismo fue sólo parcial.

Lo curioso es que los textos de la CE, la OCDE y el FMI, entre otros, recogen una serie de recomendaciones que no se cuestionan abiertamente y que han mostrado su validez, pero no aplicadas porque parte relevante de los votantes parece oponerse.

El motivo podría estar en el orgullo por un modelo que parece protector y solidario frente a opciones que se tildan de egoístas. Parece como si en el imaginario europeo la seguridad frente a delitos comunes o de otra índole y la protección en caso de paro o enfermedad sólo se diera en nuestros países, con lo que la pérdida de oportunidades se ve como un precio justo a pagar por el mantenimiento del statu quo.

La posibilidad de que haya un enfoque diferente, que llegue a resultados similares por otras vías no se contempla, y al calcular la pérdida de empleos que se asocia a la mundialización sólo se cuentan los que desaparecen en Europa sin contar los que se crean en otros países, a los que se infravalora porque son precarios o generan poco valor añadido. Los nuevos países industrializados aspiran a estar en la primera línea del desarrollo y, en lugar de seguir nuestro ejemplo de crear obligaciones redundantes, ineficaces, caras y que absorben mucho tiempo, toman medidas concretas. Cuentan con empresas intensivas en conocimiento y capital, que trabajan en la frontera del conocimiento. Sus estudiantes se esfuerzan y aprenden. Los Gobiernos protegen a las empresas y amplían la protección social en la medida en que lo permite la base económica subyacente. La UE crece por debajo de su potencial y de lo que hacen otras áreas. No es por casualidad ni por leyes incontrolables, sino por errores y omisiones.

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