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Tribuna
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Responsabilidad social compartida

En los últimos años han tenido lugar diferentes iniciativas que se han hecho eco del interés de muchos ciudadanos occidentales por unas empresas más comprometidas con su sociedad. Al igual que el buen gobierno, se trata de un activo que en algunas compañías lleva gestionándose hace décadas. Es más, hay compañías que ya nacieron con una clara orientación hacia el bienestar de sus localidades de origen. Y ello a pesar de que en esos momentos el concepto de Responsabilidad Social Empresarial (RSE) no estaba definido -desgraciadamente, ahora tampoco lo está-. De alguna manera, ha habido emprendedores que se han adelantado a aquellos que creen que este es un invento o una moda del siglo XXI.

Aunque se está centrando en las actuaciones de las empresas, este es un tema mucho más amplio. Como en toda democracia y economía de mercado debería suceder, su evolución depende en último término de las personas. Si estas no entienden que los esfuerzos necesarios para desarrollarla empiezan en ellos mismos -por ejemplo, respetando la propiedad intelectual o pagando más por instalaciones que contaminan menos- de nada sirve que las compañías presenten impecables balances medioambientales, laborales o de ayuda al desarrollo. Tan importante como la RSE es algo que podríamos denominar Responsabilidad Social Individual y que depende directamente de la educación de las personas. Por eso, la política que debe desarrollar este ámbito no puede caer en el populismo ni en la postura fácil que siempre conlleva pedir a los demás -en este caso a las empresas- que se esfuercen por el interés común sin pedir a la vez que cada ciudadano asuma el sacrificio que tiene el vivir en un mundo mejor.

Que empresas y personas compartan esta responsabilidad depende de tres pilares: gestión empresarial, medios de comunicación y política.

Es bueno que las empresas introduzcan en su estrategia, en la medida de sus posibilidades, la RSE, con independencia de su tamaño, naturaleza o sector. Cuestión diferente es su gestión. En la mayoría de los casos no se hace uso del término RSE. Del mismo modo, algunas entidades que si lo hacen, únicamente se limitan a considerarla un coste y no una parte más de su estrategia empresarial.

Por ambas razones es importante apoyar a las empresas que han incluido estos aspectos en su estrategia, pero sin que aquellas que no lo hagan se sientan castigadas por el entorno o el marco legal. Así, no parece apropiada la puesta en funcionamiento de normas reguladoras de obligado cumplimiento para las empresas, pero sí de medidas que aporten más transparencia en torno a lo que es y no es RSE. Evidentemente, esta transparencia debe exigirse a las empresas que desean comunicar al público el carácter social de sus actividades, pero, en los numerosos casos en los que las empresas trabajan en silencio, debe respetarse y valorarse su derecho a permanecer en el anonimato.

El trabajo de los medios de comunicación es más complicado. Como ocurre en muchos otros ámbitos, desgraciadamente lo positivo no es lo que más periódicos vende. Además, subirse al carro de la defensa ciega del medio ambiente o del trabajador explotado siempre tiene un rédito muy superior a las posturas críticas que defienden que la mayor responsabilidad de una empresa es, cumpliendo la Ley al pie de la letra, ser rentable. Para ello sería importante que los profesionales conozcan a la perfección el tema, que no estén presionados por situaciones personales o por un titular y con criterio suficiente para saber que todo es relativo y no necesariamente categórico.

En el plano político existe un amplio consenso entre las principales fuerzas políticas y el Ministerio de Trabajo sobre la necesidad de fomentar la responsabilidad social empresarial bajo el principio de voluntariedad y evitando medidas que puedan alterar la libre competencia a través de subvenciones.

Partiendo de estos dos principios, la labor a realizar tiene mucho más de creativa que de reguladora. Se trata de buscar instrumentos que permitan difundir al máximo la importancia de estas actividades, que pongan de manifiesto el beneficio que tienen para la empresa en particular y para la ciudadanía en general y de facilitar que los principales agentes sociales puedan acceder, analizar y opinar sobre ellas.

Como ocurre a menudo en la economía internacional, lo esencial no es inventar o crear nuevos mecanismos, si no ver lo que se está haciendo en el resto del mundo y adaptarlo a la realidad española. Si logramos darle este enfoque, no sólo daremos un paso decisivo hacia una mayor responsabilidad social corporativa, también estaremos dando un nuevo salto hacia un mayor reconocimiento del espíritu emprendedor y, por su relación directa, hacia la mejora del bienestar de todos.

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