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Tribuna
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Turquía, Europa y la Unión

Turquía quiere estar en Europa. Lo quiere desde hace más de 150 años. Cuando el sultán abandonó el palacio de Topkapi a mediados del siglo XIX y se construyó otro palacio al estilo francés y sin mezquita en Dolmabahçe, prohibió el turbante y obligó a vestir a la manera occidental -pero con fez-, estaba dando un paso en esta dirección. Cuando Mustafá Kemal Atatürk transformó el país en república, prohibió el bigote, el velo y el fez, obligó a adquirir apellido, a adoptar el alfabeto latino y a secularizar el país, era otro paso en la misma dirección. Una dirección acompañada de grandes matanzas, como la de los jenízaros en el siglo XIX o la de los armenios durante la Primera Guerra Mundial.

Turquía, o el Imperio Otomano, ya entró en el mundo civilizado -que primero era europeo, después cristiano y, más tarde, el conjunto de Estados soberanos que existían por el derecho internacional del siglo XIX- al final de la guerra de Crimea, en 1856, cuando franceses y británicos se aliaron con el sultán contra los rusos. Desde entonces, era un Estado más en el concierto europeo, aunque iba perdiendo territorios sin parar, hasta la Bosnia nominalmente otomana pero regida por un príncipe austriaco que provocaría la Primera Guerra Mundial.

Europa es la aspiración, el ideal al que dirigirse, el reto que activa los esfuerzos del país para mejorar.

Este reto consiste ahora en entrar en la Unión Europea. æscaron;til como justificación externa indiscutible de la necesidad de regularización económica interna, porque es 'lo que dicen en Bruselas'. Hace un siglo, este mito era la creación de un imperio.

Durante las últimas fiestas de la Mercè Barcelona, telefoneé desde Estambul para felicitar a mi madre. Lo hice desde una cabina situada junto a la Universidad de Galatasaray. La llamada duró menos de tres minutos y costó 0,47 céntimos, o 846.000 liras turcas. Pocos días antes, en una cena, el ministro de Economía había prometido hacer desaparecer seis ceros de los billetes para el próximo año, ahora que habían logrado controlar la inflación por primera vez en la historia. Esto es mucho más digerible si es por Europa.

Pero Turquía tiene menos de un 20 % de territorio en Europa -aunque Asia esté a menos de un kilómetro-, unas fuerzas armadas muy influyentes y una población acostumbrada a oír periódicamente de los minaretes las invitaciones a rezar hacia la Meca.

Este proceso europeo ¿es irreversible? Si Turquía entra antes que Rusia o Croacia, ¿quién solicitará ingresar después? ¿Marruecos? ¿Irak -con quien esta gran Europa comunitaria tendría frontera-? ¿Israel?

Quizá Europa sea útil a Turquía. Pero la puerta de Turquía parece difícil de cerrar. Quizá Europa ya no sea Europa. Ello ya sucede en otras organizaciones internacionales, como la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) -que tiene como miembros a Estados Unidos, Kazajistán o Turquía, y como asociados para la cooperación a otros estados tan poco europeos como Tailandia-.

Desde esta perspectiva, ya no parece tan absurdo que Argentina solicitara entrar en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), a pesar de hallarse en el Atlántico Sur. La idea era de Carlos Menem, conocido como el turco, porque provenía de territorios históricamente otomanos. ¿Acaso no nos resulta más próxima Argentina que Turquía?

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