Los costes de alejarse del reloj europeo
Un importante banco suizo contrató recientemente a un ejecutivo bancario español. Pese a su brillante trayectoria, el fichaje no resultó satisfactorio. Los responsables de la entidad tuvieron que amonestarle al poco tiempo porque creaba problemas con los conserjes, con los servicios de seguridad y hasta con las secretarias. Y es que el profesional se afanaba tanto por hacer méritos que prolongaba su jornada más allá de la hora habitual de salida del resto de empleados. Es una anécdota real que ilustra el abismo entre los horarios laborales en España y en Europa.
'En España todavía se tiene muy en cuenta la presencia física en el trabajo, se identifica el compromiso con la presencia y se valora la cantidad más que la calidad, son hábitos endémicos, un infantilismo que tendríamos que superar para que las cosas funcionen', asegura Santiago Álvarez de Mon, profesor de comportamiento organizacional del IESE.
Así, mientras que en Europa dedicar demasiadas horas al trabajo significa que no cunde, que no se rinde, en España jornadas eternas equivalen a prestigio profesional.
Los españoles duermen de media 50 minutos menos que los europeos
Pero no termina ahí. La raíz del problema es que los españoles llevan el ritmo cambiado respecto a Europa. Almuerzan de dos a cuatro y media de la tarde y terminan su jornada laboral a las ocho, a las nueve o incluso más tarde. En Europa se come entre las doce y la una y difícilmente alguien sale de trabajar más tarde de las cinco o las seis.
Además, cuando se llega a casa, millones de espectadores se enganchan a la televisión después de la cena, ya de por sí tardía respecto a Europa.
Los programas de mayor audiencia se concentran en la franja horaria que va a partir de las diez o diez y media de la noche. En muchos casos, no se van a la cama hasta bien entrada la madrugada, cuando algunas cadenas todavía ofrecen las últimas noticias y se emiten muchos programas de éxito en las emisoras de radio. La última sesión de cine es a las 22.30 o 22.45. En muchas grandes ciudades europeas es raro encontrar alguna sala que proyecte una película más tarde de las ocho de la tarde. âpera, teatro, conferencias, toda la vida cultural empieza en Madrid o Barcelona mucho más tarde que en París, Roma o Berlín.
Eso sí, el despertador es igual de implacable y la hora de entrada en las empresas, idéntica. El resultado es que los españoles duermen, de media, 50 minutos menos que los europeos, según datos del Instituto Dexeus.
Hay quien asegura que estas diferencias en los hábitos constituyen una peculiaridad que liga con el clima y la idiosincrasia española y que sería un error pretender cambiarlo. Pero también son cada vez más quienes critican que esta singularidad está dificultando seriamente las relaciones transfronterizas entre las empresas, que tienen que relacionarse con clientes, proveedores o centros de producción situados en otros países.
Gregorio Izquierdo, profesor de Economía Aplicada de la Uned y director de Estudios del Instituto de Estudios Económicos, señala que 'la descoordinación horaria debida por los diferentes horarios de trabajo y comidas dificulta las relaciones y contactos interpersonales entre las empresas y perjudica nuestra imagen exterior, lo que se traduce en un aumento de los denominados costes de transacción'.
Entre sociólogos y expertos en recursos humanos crece también la preocupación por cómo los horarios afectan a la vida personal de los trabajadores y, como consecuencia, a su satisfacción y rendimiento laboral, incluso a su salud. Antonio Benetó, jefe de la unidad de sueño del hospital la Fe de Valencia, advierte de que 'la pérdida cotidiana de pequeñas cantidades de sueño reduce el rendimiento psicomotor y causa somnolencia diurna'.
A finales de 2002, la Fundación Independiente promovió y auspició la creación de una Comisión Nacional para la Racionalización de los horarios españoles y su normalización con los demás países de la Unión Europea. Su presidente, Ignacio Buqueras, pretende implicar en este objetivo tanto a las administraciones públicas como al sector empresarial, cultural, sindical o político. 'En un mundo cada vez más globalizado, España no puede mantener esta singularidad horaria que perjudica no sólo a los trabajadores, sino a las propias empresas. Convendría plantearse por qué en España la productividad es menor que en otros países cuando tenemos horarios más amplios', señala.
Buqueras insiste en que 'plantear una modificación de nuestros hábitos y horarios no es una cuestión baladí' y asegura que, aunque poco a poco, 'los agentes con poder económico, político y social que controlan los ritmos y las estructuras horarias empiezan a darse cuenta. Ni un sólo programa político en las pasadas elecciones eludió el tema de conciliar vida personal y trabajo', recuerda.
Tendencia en las empresas
Jornada continuaEs una forma de organizarse cada vez más habitual en las empresas. La tendencia es reducir a una hora el tiempo destinado al almuerzo y evitar comidas largas y copiosas con lo que se adelanta la hora de salida y, generalmente, se rinde más por la tarde. El creciente traslado de muchas empresas a centros y polígonos ubicados fuera de las grandes ciudades está impulsando esta fórmula, ya que los empleados difícilmente tienen tiempo de volver a casa a comer.FlexibilidadA juicio de los expertos es la clave. El profesor del IESE cree que es necesario apostar 'por la madurez y la autonomía personal' para organizarse en el trabajo y considera muy práctico 'contar con una franja horaria común pero un horario flexible de entrada y salida para que la gente administre su tiempo con rigor y profesionalidad'.Menor presencia Estar en el lugar de trabajo no es lo mismo que estar trabajando. Los expertos consideran que conviene que esta idea cale de lleno entre los directivos y trabajadores para evitar horas inútiles en el trabajo que impiden desarrollar otras facetas del individuo. En un mundo de tecnología cada vez más sofisticada, la presencia física es menos imprescindible.
La herencia de las clases ociosas
Los españoles no siempre fueron tan peculiares en su forma de organizar los horarios como lo son en la actualidad y hace menos de cien años tenían horarios idénticos a los de Europa. En 1860, en el hogar de los Duques de Roca, una familia nobiliaria, se almorzaba a las doce y se cenaba a las siete. A finales del siglo XIX, la infanta Eulalia, hermana menor de Alfonso XII, almorzaba a la una y cenaba a las ocho. A finales de los veinte, la Monarquía celebraba los almuerzos a la una, daban un paseo por la Casa de Campo o el Pardo a las tres, y cenaban a las ocho, según acreditan documentos recogidos de en hemerotecas y libros del siglo XIX.El sociólogo Amando de Miguel cuenta en La España de nuestros abuelos que la transición de un horario europeo, más adelantado, hacia el horario retrasado actual 'podría datarse en los años 30, cuando se empezaba a trasnochar y a retrasar el ritmo cotidiano'. En su opinión, se trata de una herencia de las clases ociosas, de rentistas noctámbulos en una época en la que trabajar no estaba tan bien visto.