Alarma en la enseñanza secundaria
Nuestro Ministerio de Educación (MEC) realiza evaluaciones anuales de la calidad de la enseñanza y proporciona indicadores de idoneidad de los estudios en función de la edad de los alumnos o de abandonos educativos tempranos.
Toda esta información, que se detalla por tipos de centro y nivel de enseñanza, por comunidades autónomas y bajo otras perspectivas, debería ser suficiente para alertar sobre los problemas que tiene planteados nuestro sistema educativo, pero tienen que llegar datos de una encuesta de dudosa representatividad que realiza la OCDE, el denominado informe PISA (Proyecto para la Evaluación Internacional de los Alumnos), o de Eurostat, que lo único que hace es juntar los datos que les facilitan los diferentes países, para que surja la alarma.
Bien es verdad que, aunque para reaccionar, debiera ser suficiente con la constatación de que nuestra situación en materia educativa es objetivamente insatisfactoria, la comparación de dicha situación con la de otros países sirve para fijar nuestra posición relativa y puede ayudar a interpretar las causas por las que, por ejemplo, el nivel de los estudiantes españoles en matemáticas, lectura y ciencia está muy por debajo de la media de los 30 países investigados de la OCDE, careciendo de los conocimientos mínimos en dichas materias más de la quinta parte de nuestro alumnado, o las razones por las que España es el tercer país de la Unión Europea en el que los alumnos abandonan antes los estudios, sólo por delante de Malta y Portugal.
Al igual que ocurre con muchos otros problemas, existe la cómoda tendencia a explicar los de carácter educativo por la escasez de recursos que a ellos se dedican, con lo que la solución, aparentemente, sería tan sencilla como incrementar el presupuesto en educación. En el caso de España, el gasto público en educación ha bajado desde el 4,8% del PIB en 1992 hasta el 4,5% en 2001, último año disponible en la reciente edición 2004 de Las cifras de la Educación en España del MEC.
Pero, siguiendo esta misma fuente, se aprecia que la baja fecundidad española, sólo paliada en parte por la mayor fecundidad de las mujeres extranjeras, ha venido a compensar la caída de la inversión relativa en educación, puesto que, por ejemplo, el alumnado en enseñanza secundaria y formación profesional ha disminuido un 15,4% desde el curso 1992-1993 hasta el curso 2001-2002.
Esta disminución del alumnado no se ha visto acompañada de una bajada en el profesorado de enseñanzas de régimen general no universitario que, por el contrario, ha aumentado en ese mismo periodo en un 20,3%, lo que ha tenido por efecto que el número medio de alumnos por profesor haya pasado de 17,8 en el curso 1992-1993 a 12,5 en el curso 2001-2002.
En concreto, gracias a que en la publicación del MEC se facilitan alumnos por profesor según tipo de enseñanza para el curso 2000-2001, se puede saber que hubo sólo 11 alumnos por profesor en la enseñanza secundaria, cifra muy inferior a la de otros países de la OCDE que han merecido mejores puestos en las evaluaciones, como Alemania, Reino Unido, Suecia, Países Bajos, Noruega o Finlandia, que están alrededor de los 15 alumnos por profesor en este nivel de enseñanza.
Otros indicadores contenidos en la publicación tampoco señalan la inversión como la causa principal de los males que acechan a nuestro sistema educativo. En efecto, el gasto por alumno en enseñanza secundaria, en dólares USA convertidos usando poder de paridad de compra, fue en el año 2000 de 5.185 en España, frente a 5.957 en la media de países de la OCDE.
En el análisis comparativo resulta relevante constatar cómo Finlandia, con 6.094 dólares de gasto por alumno, ha tenido mucho mejores resultados en la evaluación que, por ejemplo, Estados Unidos, donde el gasto por alumno de secundaria ha sido de 8.855 dólares.
Desgraciadamente, los problemas educativos parecen tener causas más profundas y difíciles de afrontar que las de tipo presupuestario. Un sistema educativo no es ajeno a la sociedad en la que se desenvuelve y basta contemplar el panorama moral e intelectual, donde la mentira se intenta imponer a la evidencia, se asalta la razón y se presentan como ejemplos a seguir personajes tan soberbios como insignificantes, para comprender, no sin tristeza, lo difícil que ha de resultar al profesorado transmitir a sus alumnos el afán por el conocimiento, la ilusión por aprender y, en suma, conseguir resucitar en ellos esa curiosidad innata en los seres humanos que tan injustamente se les ha arrebatado.