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Columna
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La sinfonía del nuevo mundo

El autor sostiene que tanto Rusia como China y la India están destinados a convertirse en protagonistas del siglo XXI. Y subraya la necesidad de que las empresas y las ideas europeas participen activamente en el desarrollo económico de las nuevas potencias

Hace un siglo Alemania superó en riqueza al Reino Unido, el gran país desarrollado del siglo XIX que a su vez ya había sido superado por EE UU. Hace un siglo también Japón, que había venido adaptando sus estructuras productivas y su mentalidad económica a los modos más eficientes de los países occidentales, derrotaba sorprendentemente a una gran potencia militar como Rusia. Si a los contemporáneos de aquellos acontecimientos se les hubiera preguntado quiénes iban a ser los grandes países del siglo XX que entonces se iniciaba seguramente hubieran respondido que EE UU, Alemania y Japón.

Medio siglo después, tras la Segunda Guerra Mundial y cuando sólo dos potencias, EE UU y la URSS, disponían de armamento nuclear, algunos hubieran rectificado su profecía y hubieran apostado a estos dos países como los grandes triunfadores del crecimiento en el siglo XX. Sin embargo, se hubieran equivocado. Su primera apuesta era la correcta. Desde las cenizas resurgieron de nuevo Alemania y Japón como grandes economías, en tanto que a partir de mediados los sesenta la URSS fue desacelerando su crecimiento para terminar, al final de ese siglo, en un camino de ida y vuelta, con un nivel de producción y renta que, comparativamente a los países más avanzados, no era mejor que el que la vieja Rusia había alcanzado al comienzo de la Primera Guerra Mundial. Con la generosidad de los vencedores de la segunda contienda mundial Japón y Alemania pudieron reiniciar un enorme desarrollo cuyos cimientos eran la mentalidad productiva de sus poblaciones y el importante nivel de conocimiento científico técnico que en ellas se había acumulado en los decenios inmediatos.

Otro tanto puede pasar con la nueva Rusia. La adaptación a las formas capitalistas de mercado, la ruptura de la vieja mentalidad burocrática, la consolidación de las nuevas instituciones jurídicas y políticas llevará algún tiempo. Pero el conocimiento científico y técnico está ahí. La influencia de la Gran Rusia sobre su entorno también y su fuerza militar, aunque muy deteriorada, sigue siendo la segunda del mundo. Rusia saldrá adelante en no mucho tiempo y pasará a formar parte principal de la sinfonía del nuevo mundo que se está ahora alumbrando.

Tres regiones parecen destinadas a perder peso: Europa, América Latina -con la excepción de Brasil y tal vez de México- y Oriente Próximo

El resurgimiento de China y el peso creciente de la India así como el contrapeso de Europa impedirán seguramente la reproducción de una situación bipolar a la que además ahora le faltaría el componente ideológico de la guerra fría. Pero en un mundo multipolar Rusia está llamada a ser una de las potencias en presencia, aunque en estos días algunos pueden considerarla un jugador menor.

Junto a Rusia, China y la India están destinados a convertirse en los protagonistas del siglo XXI. Sus tasas de crecimiento muy elevadas de las últimas dos décadas -excepcionales en el caso de China- no durarán eternamente (tampoco lo hicieron las excepcionales de EE UU, Alemania o Japón a lo largo del siglo pasado), pero, aún aceptando una desaceleración significativa de las mismas conforme vayan alcanzando el estatus de economías maduras, China sobrepasará el peso económico de EE UU para el año 2050 y la India bastante antes de que termine el siglo XXI. En el proceso, su aportación a la demanda y al crecimiento mundial será creciente, y por tanto, la marcha de la economía planetaria dependerá cada vez más de los resultados cosechados por estas economías asiáticas y por la potencia euroasiática que es Rusia.

En este nuevo mundo tres regiones parecen destinadas a perder peso: Europa, América Latina -con la excepción de Brasil y seguramente la semiexcepción de México- y Oriente Próximo, en tanto que África sigue eliminada del mapa del crecimiento y Japón y el este de Asia podrían quizás mantener una posición semejante a la actual en una relación con respecto de China y de la India no muy diferente de la de México respecto de EE UU, aunque con la situación de sus niveles de bienestar invertida.

¿Qué pueden hacer los pequeños países de Europa en este nuevo mundo? En primer lugar, tratar, mediante su integración supranacional de hacer oír su voz con la fuerza que puede dar la unión. Pero esto seguramente no será suficiente ante las realidades de los volúmenes de producción o de población. Por eso, en segundo lugar, todos y cada uno de estos países tendrá que buscar qué papel debe jugar en el desarrollo de estos nuevos gigantes, obteniendo los beneficios de la globalización y tratando de que los principios que la favorecen y las ideas que la desarrollan, que han tenido su origen en el mundo occidental, prevalezcan, evitando las guerras comerciales y de esferas de influencia que suponen el mayor peligro para la convivencia en el nuevo mundo, como lo constituyeron en el antiguo.

Las empresas y las ideas europeas deben estar participando activamente en el desarrollo económico de las nuevas potencias, creando relaciones de interdependencia, actuando lealmente en el desarrollo de los intercambios, facilitando la división internacional del trabajo, generando instituciones de gobierno internacional, desarrollando la comprensión y el diálogo. Hay quienes creen que esta labor tan solo puede ser efectiva si va acompañada en su intento de persuasión de una capacidad militar correspondiente. La Historia parece darles la razón aunque sin despejar la incógnita de cuál es el coste de esta estrategia. Otros piensan, pensamos de otra manera. Quizá porque a lo que más tememos es al propio miedo.

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