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Columna
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Uno de 'Las mil y una noches'

Durante el pasado verano, dos destacados dirigentes socialistas reunieron en Madrid a la Prensa para hacerla partícipe de los resultados de un estudio cuya conclusión más destacada, y desalentadora, era que el 40% del incremento del precio del petróleo se debía a la guerra en Irak. No fui capaz, lo confieso, de encontrar las bases de tan fino cálculo, lo que me ha llevado a interesarme respecto a los altos y bajos del precio de tan vital combustible, y como, para mi desgracia el citado estudio no se ha actualizado, me encuentro huérfano a la hora de analizar las tendencias y los acontecimientos que pueden influir a medio plazo en una variable que afecta directamente a nuestros bolsillos y a la evolución de nuestras economías. Pero aun así asumo el riesgo y me atrevo, con la venia, a decir lo siguiente.

Lo primero es que, efectivamente, el precio del barril del petróleo ha experimentado, sin o con guerra en Irak, una subida espectacular que lo ha llevado desde los 10 dólares, aproximadamente, que costaba en 1998 a nada menos que los casi 57 dólares a que se cotizó la última semana de octubre . Y si bien, como gustan señalar los optimistas, ese incremento es en términos reales inferior a las subidas experimentadas a comienzos de loa años setenta y entre 1978 y 1980, no deja de ser una amenaza para la plena recuperación de las economías industrializadas, que podrían verse atenazadas por el circulo vicioso de mayor inflación y menor crecimiento.

Esa peligrosa realidad se torna todavía más amenazadora si recordamos que dichos precios no son consecuencia de una oferta escasa, muy al contrario, sino de la combinación de tres factores muy preocupantes a corto plazo: una demanda creciente, cuellos de botella en la cadena de distribución -especialmente en EE UU- y especulación sobre posibles atentados contra la infraestructura de algunos de los grandes productos, con la consiguiente prima de riesgo.

Esos tres factores, con ser preocupantes, no son los únicos ni los más ominosos, pues a medio plazo se le añaden otros dos graves problemas. El primero es que las reservas conocidas del justamente llamado oro negro parecen estar descendiendo rápidamente y, segundo, que de acuerdo con el último informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), será preciso por ello invertir en la infraestructura petrolera durante los próximos 25 años ni más ni menos que tres billones de dólares con objeto de satisfacer la demanda. Ello es debido a que encontrar y explotar nuevos yacimientos resulta cada vez más costoso.

En efecto, durante los años ochenta los costes de exploración descendieron desde unos 20 dólares por barril a entre 5 y 7 dólares debido a la aplicación de tecnologías revolucionarios. Desafortunadamente esos tiempos se han acabado. A lo largo de la década final del pasado siglo dichos costes no se alteraron apreciablemente, pero desde el año 2000 a la actualidad se han disparado debido en gran medida, al decir de los especialistas, a que las futuras prospecciones deberán realizarse en entornos cada vez más difíciles, tales como Siberia o aguas muy profundas en las costas africanas.

Con un cuadro semejante es obligado preguntarse por los efectos que un precio elevado del crudo pueden tener sobre nuestra economía, y ello tanto más cuanto que los supuestos en que se apoyan los Presupuestos del Estado para 2005 se basan en una previsión notoriamente baja de aquel.

El primer dato reseñable es que, a pesar de las mejoras registradas, nuestra economía no es muy eficiente ahorrando petróleo, y eso que ha seguido la tendencia general a incrementar la importancia de los servicios, menores consumidores de petróleo que la industria. Pero aun así seguimos estando por encima de Francia, Inglaterra, Alemania e Italia en este campo.

Además, los responsables de la política económica, antes y ahora, siguen sin adoptar las medidas necesarias para flexibilizar los mercados de trabajo y de servicios y la competencia en los de productos es reducida, de forma que las empresas no encuentran demasiados obstáculos a la hora de incorporar sus costes a precios más elevados.

Por lo tanto, cálculos más bien elementales indican que la elevación del precio del petróleo puede explicar la reducción de algo más de una décima de punto en el crecimiento real del PIB este año y entre dos y tres décimas el ejercicio próximo. Por lo tanto habrá que ir pensando medidas para capear el temporal, sobre todo, como dirían los autores del estudio inicialmente citado, porque los electores americanos, pertinaces en el error, se han empeñado en reelegir al candidato republicano como presidente para los próximos cuatro años.

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