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Columna
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En ayuda de Washington

Ayer vimos a los Reyes don Juan Carlos y doña Sofía fotografiados en el rancho tejano de Crawford, donde han sido huéspedes del presidente George Bush y de su esposa Laura que les han sentado a su mesa para comerse el pavo del thanks given day. Completaban la escena íntima del dinning room los queridos padres George Bush I y Bárbara. Las fotos, tanto las tomadas al descender del helicóptero como las del coche con Bush al volante y las del grupo posando en el exterior son muy expresivas y reflejan un ambiente de cordialidad.

Los periodistas españoles estaban allí concentrados deseosos de observar cualquier detalle significativo. Al final pudieron grabar unas palabras que han resonado desde entonces sin parar en todos los medios electrónicos: Spain is a great country y también its a good friend. No consta palabra alguna en boca de don Juan Carlos, pero sostengo que nuestro Rey hubiera podido decirle a su anfitrión exactamente lo mismo porque sin duda alguna la recíproca también es cierta: Estados Unidos es un gran país y un buen amigo.

Otra cosa es la coyuntura particular en que cada uno de los dos países se encuentra en estos momentos. España -gracias sean dadas a Rodrigo Rato y sobre todo a Cristóbal Montoro- ha hecho sus deberes. Vive por ley abrigada en el déficit cero. Ha reducido sin cesar los impuestos mientras crecía simultáneamente la recaudación fiscal. Tiene un sistema público de pensiones saneado que ha seguido aumentando sus reservas. Goza de un sistema nacional de salud que protege al conjunto de la población en condiciones envidiables. El crecimiento de su PIB se mantiene por encima del de sus socios en la Unión Europea.

Es hora de reconocer el agotamiento del presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan

Todos estos datos contrastan con los de Estados Unidos, que bajo la primera Administración Bush se ha instalado en déficit galopante, mantiene a la mayor parte de su población sin pensiones públicas ni protección sanitaria y ha visto crecer el porcentaje de quienes viven por detrás del umbral de la pobreza, que suman ya más de 50 millones.

La hiperpotencia estadounidense se ha embarcado en costosísimas tareas como la de Irak y enfrenta graves dificultades de reclutamiento que pueden hacer necesario el regreso a la conscripción obligatoria. Y el horizonte se ensombrece más habida cuenta de que otros países del eje del mal como Irán y Corea del Norte están reclamando de Washington que les dé su merecido. Además su moneda, el dólar, continúa la pendiente de la depreciación y los chinos se niegan a devaluar el reminbi porque no aceptan lecciones de quienes incumplen las normas del FMI, como viene recordando su director, el español Rodrigo Rato.

Todos estos desequilibrios sólo pueden atenuarse sobre la base de los flujos de capitales exteriores. Así que si queremos conservar este líder benéfico se impone que cada uno desde su posición proceda a arrimar el hombro para aliviar la carga que ha echado sobre sí la Administración Bush. Basta ya de ser pequeñitos y de pueril inteligencia y empecemos a apreciar el bien que se nos hace, como reza la canción escolar que todos recordamos.

Estados Unidos ha ayudado a sus aliados en ocasiones decisivas con generosidad indiscutible y ahora parece llegado el momento de atender a las necesidades de Washington.

Durante años, Alan Greenspan, el presidente de la Reserva Federal, pudo parecer un mago que dirigía con mano firme y previsora inteligencia la economía norteamericana, pero es hora de reconocer su agotamiento. Escribe Martin Wolf en el Financial Times que cuanto más se posponga el ajuste del dólar será peor y que es necesaria una solución cooperativa. Así que, una vez instalado Rato en el FMI, ¿no sería el momento de prestarle a la Casa Blanca los servicios de Montoro? Tal vez conviniera que la FAES cediera por dos o tres años a don Cristóbal, a quien podría acompañar Alejandro Agag, para recuperar la desastrada economía norteamericana. Veremos.

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