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Tribuna
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Hechos y mitos en I+D+i

La inversión en investigación, desarrollo e innovación (I+D+i) es condición ineludible para llegar a cotas más altas de PIB a medio-largo plazo, según el autor. Pero en su opinión no es suficiente a corto plazo: altas tasas de I+D+i con políticas económicas mediocres llevan a bajas tasas de crecimiento

Parte del pensamiento corriente está compuesto, como revela a menudo un análisis somero, de lugares comunes no contrastados. En el caso del I+D+i esto sucede también con más frecuencia de lo deseable entre investigadores eximios, que habiendo dedicado su vida al trabajo científico, han trabajado poco en analizar la estructura económica en que éste se desarrolla.

Así, es frecuente oír que el crecimiento económico de un país es función de su inversión en I+D, o que la investigación militar es la clave para el progreso económico, o que sin investigación no hay innovación (¿y el despegue industrial de los sesenta?).

Sólo hay una forma de resolver el tema: analizar empíricamente los datos disponibles. Con este propósito, he investigado el periodo 1990-2000 para 13 países altamente desarrollados: Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca, España, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Holanda, Italia, Japón, Reino Unido y Suecia.

En todos los casos, he confrontado variables diversas con el porcentaje del PIB dedicado a I+D, buscando la correlación, una primera aproximación válida. De acuerdo con el valor del coeficiente de correlación r, he clasificado la correlación así: muy baja (0-0,1), baja (0,1-0,3), media (0,3-0,5), media-alta (0,5-0,7), alta (0,7-0,9) y muy alta (0,9-1).

El primer resultado sorprendente, es que la correlación entre el porcentaje en I+D y la tasa de crecimiento económico medio anual es muy baja. Ahora bien, si uno recuerda lo que viene pasando los últimos años, en que países como Alemania o Francia, con tasas de inversión en I+D dobles que las españolas, no han superado a veces crecimientos tres veces menores, el resultado no parece ya tan sorprendente. España, por ejemplo, ha basado buena parte de su crecimiento último en elementos diferenciales como el aprovechamiento de factores ociosos de producción -el importante paro reabsorbido con contratos basura- y la recepción de las más jugosas ayudas europeas, un 1% del PIB.

Pero entonces, ¿para qué investigar? Una buena pregunta sobre la que arroja luz el hecho de que existe, a nivel mundial, una correlación alta entre PIB per cápita y porcentaje en I+D. La inversión en I+D, simplemente es condición necesaria, ineludible, para llegar a cotas más altas del PIB a medio-largo plazo, pero no es condición suficiente a corto: altas tasas de I+D acompañadas por políticas económicas mediocres, llevan a bajas tasas de crecimiento. Una mayor I+D es una oportunidad, no una garantía.

Gastos militares y crecimiento, presentan una correlación media, igual que gastos militares y porcentaje en I+D del PIB. Pero España y Canadá, con gastos militares muy inferiores a los de EE UU, han tenido tasas de crecimiento económico similares al suyo. De nuevo la falta de determinismo.

¿Qué pasa con la productividad, que para no pocos debería aumentar automáticamente con una mayor I+D? Lo que pasa es que la correlación es simplemente media, algo presumible dada la escasa correlación con el crecimiento. No sucede así, sin embargo, con la competitividad de acuerdo con el índice del World Economic Forum: su correlación con el porcentaje del PIB en I+D es alta.

¿Y con la tasa de desempleo? La correlación es simplemente media. Sin embargo, la correlación con el porcentaje de población activa en el sector intensivo en conocimiento es alta.

Algo parecido sucede con la tasa de cobertura de la balanza comercial. Cuando se correlacionan porcentaje de I+D en el PIB y esta tasa se encuentra una correlación baja, igual que con las exportaciones; pero cuando se correlaciona con la tasa de cobertura de la balanza comercial de productos de alta tecnología, la correlación es alta. Probablemente este hecho guarda relación con las altas correlaciones de la I+D empresarial con el número de patentes en EE UU y de europatentes.

Quizá la razón de fondo para las pobres correlaciones de la inversión en I+D con no pocos indicadores económicos globales, estribe en el hecho de que todas las economías altamente desarrolladas son economías de servicios e información, y que el efecto principal de la I+D se opera sobre el sector industrial, un tercio del PIB.

¿Quiere esto decir que, en el fondo, no constituiría una prioridad central? Probablemente no. El sector industrial, y ahí están la Historia de la Tecnología y la Económica para atestiguarlo, es casi siempre el inicio de las grandes transformaciones horizontales que revolucionan los sistemas económicos. No puede ser casual la alta correlación PIB per cápita-porcentaje en I+D. Quien investiga y descubre o inventa, tiene una innovación más temprana y de una calidad superior al que innova comprando tecnología: está en el frente de la innovación.

Más bien, estos resultados serían una advertencia frente a interpretaciones simplistas de la investigación, frente a su mitificación en el terreno económico. Un aviso de que un I+D mayor no es condición suficiente; hay que cambiar estructuras y dinámicas, en la investigación pública y en la empresarial.

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