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Columna
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Y ahora a encarar (de verdad) los problemas

Ante los desequilibrios de la economía internacional y especialmente la escalada del euro, el autor augura un nuevo 'Acuerdo del Plaza', como el que suscribieron hace casi 20 años los países más desarrollados sobre los tipos de cambio de las principales divisas

Los resultados de las elecciones en Estados Unidos van a tener repercusiones claras a ambos lados del Atlántico. Estados Unidos ya no podrá demorar más tiempo el remedio a los serios problemas con que se enfrenta, sobre todo, aunque no únicamente, en el campo económico.

Pero Europa deberá superar la consternación que supuso el haber apostado por un caballo perdedor en esas elecciones, y tomar conciencia de que para defender su modelo tendrá que volver página en sus relaciones transatlánticas, eliminando las diferencias que existen al respecto entre los países más importantes, Francia, Alemania y España por un lado; Reino Unido, Italia y Holanda, por otro. Tendrá además que remangarse de una vez, dejándose de inútiles declaraciones del tipo de Lisboa 2000 y liberarse de la tenaza que la aprisiona la superioridad tecnológica de Estados Unidos, por un lado, y la ventaja competitiva de los países asiáticos, por otro.

Europa tiene que librarse de la tenaza que suponen la superioridad tecnológica de EE UU y la ventaja competitiva de los países asiáticos

En la surrealista campaña electoral los dos contrincantes pasaron de puntillas sobre problemas como las ambiciones nucleares de Irán y Corea del Norte, y fue ensordecedor el silencio sobre el conflicto israelo-palestino. A ninguno de los dos candidatos se les ocurrió decir en relación con los graves y crecientes déficit gemelos que el pueblo norteamericano viene viviendo desde hace tiempo muy por encima de sus posibilidades. Tanto uno como otro prometieron reducir el déficit público a la mitad en los primeros cinco años, pero los dos sabían perfectamente que esta promesa electoral no se podía cumplir sin recurrir a la indispensable frugalidad de la sociedad norteamericana.

Y el problema no es tanto que el Tesoro tenga que financiar los 500.000 millones de dólares del déficit público y refinanciar cada año el 40% de esa deuda (unos cuatro billones de dólares) como que la mitad está colocada en el extranjero, particularmente en los países asiáticos y en especial en China. De hecho el banco central chino al comprar los bonos del Tesoro está financiando el consumo desenfrenado de las familias norteamericanas y los gastos de la guerra de Irak.

Esta situación crítica es la consecuencia de una política expansiva de intensidad jamás vista, que la Administración Bush aplicó, con la ayuda entusiasta de la Reserva Federal. Así se logró mantener la economía de EE UU, y con ella la mundial, en fuerte expansión en periodo preelectoral, gracias también a una alianza entre este país y China: las familias norteamericanas se precipitaban sobre los productos chinos y el enorme y creciente déficit comercial generado era financiado por el Banco Central de Pekín. El sistema ha funcionado a las mil maravillas en estos tres años, pero ya no puede durar, y la continuada caída del dólar muestra que los bonos del Tesoro norteamericanos están perdiendo su atractivo en el extranjero como inversión.

A la vista está que para ajustar el insostenible desequilibrio exterior la Administración de EE UU no quiere asumir el coste político de frenar la expansión de la demanda interna, y como en situaciones parecidas del pasado está dejando caer el billete verde como método menos doloroso para llevar la economía a mejores equilibrios sin riesgo de bloquearla.

Es imposible saber cuál debe ser la depreciación del dólar necesaria para el ajuste -las opiniones varían entre 1,40 y 1,70 dólares por euro- y no se puede dejar que el mercado resuelva esta incógnita. La solución vendrá una vez más, como aquí habíamos vaticinado hace cosa de un año, dado el cariz que tomaban la economía y la política en EE UU, por una reunión de los países del G7, como la que tuvo lugar en 1985 en el Hotel Plaza de Nueva York. Entonces la reunión fue propuesta por EE UU y motivada por la fuerte apreciación del dólar. Ahora el Plaza II será promovido probablemente por los países de la zona euro para frenar su caída, y el G7 más China (es de suponer) intentarán llegar a un acuerdo sobre las paridades de las divisas más importantes.

Es urgente en todo caso eliminar la tendencia bajista del dólar para frenar sus efecto contractivos. Aun suponiendo que el precio del petróleo y la apreciación del euro permaneciesen en los niveles actuales, las consecuencias sobre la economía europea en 2005 podrían ser iguales si no mayores que en este año, pues entonces se dejarán sentir los efectos inducidos del primero y los desfasados de la segunda.

Así parece entenderlo el FMI cuando se ha apresurado a revisar a la baja su reciente previsión de crecimiento de la zona euro en 2005, y dentro de ella la de España al 2,6%, pero pensando sin duda en una cifra más baja, como suelen hacer en ese tipo de revisiones para no deteriorar en exceso las expectativas.

El objetivo de crecimiento sobre el que se fundamenta mayormente el escenario presupuestario para 2005 se encuentra, pues, seriamente tocado. Como la evolución de los correspondientes ingresos y gastos va a ser considerablemente afectada, también deberá quedar tocada la proyectada estabilidad de las cuentas públicas.

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