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Columna
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Un Presupuesto con (¿nuevo?) rigor europeo

El autor duda de que se vaya a cumplir la estabilidad presupuestaria anunciada por el Gobierno en las cuentas públicas para 2005. En su opinión, el aumento de la recaudación que se espera no va a compensar la pérdida de ingresos por un menor crecimiento

Parece que la nueva versión del Pacto de Estabilidad lo hará más flexible. La evolución de la deuda pública será más relevante que el déficit anual y además podrá superar el fatídico 3% en un periodo de ralentización, aunque como contrapartida los Gobiernos no deberán malgastar los superávit que generen un fuerte crecimiento.

Se tiende más a confiar la gestión del Pacto a la discrecionalidad, a los políticos más que a los contables. Pero ¿no es dar muestra de angelismo creer en la mayor eficacia de un sistema que se ha hecho menos coercitivo? ¿No hay un riesgo de un laissez faire generalizado de nefastas consecuencias cuando desaparezca la amenaza de multas y sanciones?

Han cambiado mucho las cosas desde que se hicieron las previsiones presupuestarias el pasado verano

Y hay sobrados ejemplos en los que el rigor presupuestario pasó a un muy segundo plano frente a un objetivo político. El canciller Helmut Kohl, promotor precisamente del Pacto, sabía que la enorme ayuda prestada a la Alemania del Este iba a crear un elevado y persistente déficit público, y el presidente Jacques Chirac prometió en la últimas elecciones presidenciales un importante recorte de impuestos incompatible con el equilibrio de las cuentas públicas.

Pero también en España se han dado ejemplos recientes en los que los intereses políticos preponderan sobre los de la economía, y en último extremo sobre los de la ciudadanía. Porque lo que menos necesitaba la economía española en 2003 era que acelerasen su marcha con un recorte (electoral) de impuestos, cuando, sobradamente estimulada por unos tipos de interés históricamente bajos, avanzaba a un ritmo relativamente elevado y mostraba signos de fuertes y crecientes desequilibrios internos y externos.

En épocas premastriquianas este proceder no lo hubiesen permitido los mercados de divisas, que habrían impuesto un ajuste a la economía. Este ajuste sigue siendo inexorable, pero con la moneda única se va demorando aunque al final será mucho más doloroso. Sin embargo parece que existe la creencia generalizada (y errónea) entre los responsables políticos de que se puede forzar impunemente la marcha de la economía aunque las crecientes tensiones muestren que está chocando con su potencial.

Prueba de ello es que en la primera parte de 2004, del incremento anual nominal de la demanda interna de casi el 9%, menos de un tercio se traducía en crecimiento económico, es decir el 2,6%, mientras cuatro años antes esa relación era del 50%. O sea que ese estímulo fiscal creó mucha más actividad y empleo en el exterior que en la economía doméstica al disiparse en subida de precios y un mayor déficit exterior corriente, tendencia que se irá acentuando con el deterioro de la competitividad.

Parece, pues, que el avance del potencial de la economía podría haber caído bastante por debajo del 2,5% anual. Este proceso no ha visto la luz de la noche a la mañana. Venía siendo claramente perceptible desde hace tiempo en determinados sectores, como la construcción naval, calzado, textil y turístico, donde existen crecientes márgenes de capacidad no utilizada porque es económicamente inutilizable.

Y todo hace pensar que el próximo ejercicio va a ser más de lo mismo. Lo es al menos en dos de los tres elementos cardinales proclamados en el proyecto de Presupuestos para el 2005. El informe económico financiero que los acompaña adolece de la falta de transparencia de siempre.

El proyecto prístino que preparó hace años el que escribe estas líneas era un informe claro, sencillo y conciso. Presentaba una liquidación del sector Administraciones públicas para el año en curso en términos de contabilidad nacional que permitía una comparación con la correspondiente proyección para el año siguiente, situando los nuevos Presupuestos en un marco macroeconómico. Pero el que vio la luz quedó muy lejos de aquel proyecto inicial y con el tiempo acabó degenerando en un imponente y disuasorio fárrago de documentos que impide ver el bosque presupuestario, dificultando el debate más importante del año legislativo. Es difícil hacer un juicio sobre el segundo elemento cardinal, la estabilidad de las finanzas públicas, precisamente porque no se dispone de la información a que se ha hecho referencia. En el proyecto de Presupuestos Generales del Estado para el 2005 se espera poder financiar el fuerte aumento del gasto presupuestario inicial (6,2%), particular y justificadamente en gastos sociales y en capital humano, cerrando el ejercicio en equilibrio gracias a los mayores ingresos generados por un crecimiento del 3%. Pero desde que se hicieron esas previsiones presupuestarias el pasado verano han cambiado mucho las cosas. La hipótesis de un barril de petróleo a 33 dólares en 2005 ha quedado desfasada y hoy es más probable una de 45-50 dólares, lo que supondría una pérdida de renta real del 1% del PIB, con los consiguientes efectos negativos sobre el crecimiento y la inflación.

No es pues probable que se cumpla la estabilidad presupuestaria anunciada, porque el aumento de la recaudación que se espera de la mayor tasa de inflación no va a compensar la pérdida de ingresos de un menor crecimiento. Pero si se consiguiese, ese equilibrio sería pan para hoy y hambre competitiva para mañana.

La opción inteligente ante un cambio drástico de circunstancias no es mantenella sino adaptarse a ellas. En parte para aminorar los efectos macroeconómicos negativos en el corto plazo, pero sobre todo para preparar la economía para las amenazas que se ciernen sobre la misma.

Además de los factores geopolíticos que explican parte de la carestía del petróleo, el censo de las reservas existentes o probables de oro negro sugieren que en los próximos años el petróleo va a oscilar entre 30 y 50 dólares en vez de entre 10 y 30 dólares del pasado decenio.

Es decir, que la civilización industrial podría estar entrando en una era irreversible de energía cara, pues la carestía estructural del petróleo parece ineluctable en el largo plazo.

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