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Columna
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¡No es la economía, hombre!

Carlos Sebastián

La expresión '¡Es la economía, estúpido!' utilizada, entre otras ocasiones, cuando la derrota electoral de Bush padre en 1992, no puede emplearse, además de deber dulcificarse, al comentar el resultado de las recientes elecciones en Estados Unidos. Los 3,5 millones de votos con los que George W. Bush ha superado a su oponente no son en absoluto atribuibles a factores económicos. Creo que se explican mejor por la exacerbación de los valores conservadores estimulados por un abuso del mensaje del miedo.

La sensación de los ciudadanos de Estados Unidos de que, pese a la recesión de 2001 y pese a la débil recuperación del empleo, son ahora más ricos tiene mucho de falsedad. Se sienten más ricos porque sus activos (los inmuebles y, en menor medida tras el crash de 2000, las acciones) valen más. Pero muchos creemos que ese mayor valor, al que ha contribuido una política monetaria excesiva, es insostenible y que los mercados de activos, especialmente el inmobiliario, lo corregirán. La sensación de riqueza ha llevado a eliminar prácticamente el ahorro, lo que junto a la irresponsable política fiscal de Bush, ha conducido a que Estados Unidos, el país más rico del mundo, se haya convertido en el país más endeudado del planeta.

No se puede quitar importancia a este hecho. El enorme y creciente déficit comercial no se está financiado por flujos de fondos destinados a participar en productivas empresas americanas. Eso fue así en los noventa, pero ahora son fundamentalmente fondos de bancos centrales asiáticos y de los gestores de ahorro de esos países destinados a comprar títulos del Tesoro. Por tanto, son fondos que no van a ampliar el capital productivo americano sino a financiar gasto militar y transferencias de renta (en forma de menores impuestos) a un subconjunto de las familias americanas.

Es improbable que la nueva Administración Bush dé un giro a su política fiscal

La creciente debilidad del dólar hace problemático que los actuales flujos de fondos se mantengan sin exigir tipos de interés más altos. El deseo de las economías asiáticas de ligar sus monedas al dólar y acumular reservas nominadas en dólares puede tener un límite. Y cuando nos acerquemos a él, los emisores americanos tendrán que retribuir con tipos más altos a los mantenedores de sus títulos, y el dólar, además, se depreciará aún más.

Un escenario de tipos más altos, dólar más depreciado y corrección en el mercado residencial es probable durante el nuevo mandato de Bush. Más bien en la segunda parte del mismo. Será la consecuencia de los excesos del tándem Bush-Greenspan durante el primer mandato. Nuevas escaladas del precio del petróleo, que no se pueden descartar (aunque se produzcan períodos de relativo relajamiento), no harán sino agravar la situación.

La delicada situación financiera de las familias americanas sufrirá por la elevación de tipos y el mayor coste de los combustibles. Más aún si se produce una caída del valor de su riqueza inmobiliaria. Lo que, por otra parte, es más probable cuanto más se eleven los tipos. La depreciación del dólar y el encarecimiento energético tendrán efectos inflacionistas, lo que propiciará un cambio de signo de la política de la Reserva Federal, lo que redundará sobre los tipos de interés.

No es creíble que la nueva Administración Bush dé un giro a su política fiscal. Todo aparece apuntar a que el déficit público, lejos de reducirse, aumentará. Tampoco es creíble que un cambio en su política internacional contribuya a mejorar Oriente Próximo. Con lo que buena parte de los factores causantes de la actual fragilidad se acentuarán.

Pero, dicen algunos, las cosas no se deteriorarán mucho por la capacidad de la economía americana de mantener avances en su productividad. Y hay algo de verdad en ello. Sin embargo, resulta que la diferencia de productividad con los países europeos más avanzados no está tanto en la mayor productividad de cada hora trabajada (que es en Estados Unidos menos de un 10% superior a la de los mejores países de la UE), sino en el hecho de que los estadounidenses trabajan muchas más horas y que esa diferencia en horas trabajadas está aumentando.

No deja de resultar paradójico que los problemas causados por unas políticas irresponsables, y que van a tener como consecuencia el empobrecimiento de buena parte de las familias americanas (que verán reducido el valor de sus activos y sufrirán mermas en su solvencia financiera), tendrán efectos reales transitorios, porque esos mismos ciudadanos trabajan mucho más que los de otros países desarrollados. Y enciman votan mayoritariamente a los gestores de las políticas irresponsables.

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