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Columna
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Aprovechar la coyuntura

España goza de una situación que le permitirá aprovechar la recuperación creciente de la economía europea, destaca el autor. En su opinión, la clave del aprovechamiento de esta nueva fase cíclica reside en la mejora significativa de la competitividad global de la economía española

La experiencia más novedosa de la economía española en los últimos años ha sido sin duda su mayor fortaleza relativa para resistir las tendencias depresivas durante la última desaceleración cíclica. Así como en 1992-1994 España, junto con Alemania, fue el país en donde la recesión causó mayor impacto, en la desaceleración económica con que se inició el presente milenio España no sólo sufrió menos que la Unión Europea, sino que continuó creando una voluminosa cantidad de empleo. De hecho, por primera vez en la historia moderna de la economía española, al contrario que en la gran crisis de 1975-1984 o en la de los años noventa citada, la convergencia del PIB per cápita español de la media europea se ha acelerado a lo largo de los últimos años de cuasi estancamiento europeo.

De acuerdo con las últimas previsiones de la UE, algunos países europeos que habían mostrado menos dinamismo en el pasado están creciendo ya a tasas iguales o superiores a España como es el caso de Francia o Bélgica. Según parece, la Unión Europea puede crecer este año un 2% en tanto que España crecerá probablemente un 2,7% o 2,8%, reduciéndose así el diferencial de nuestro país desde dos puntos en 2003 a menos de un punto en el presente.

Estas previsiones avalan la cuestión de si España ha conseguido aplanar sus fluctuaciones cíclicas por relación a las de la economía europea y de si la aceleración que tendrá nuestra economía en esta fase de recuperación no acabará siendo inferior a la de la UE así como su desaceleración en tiempos pasados fue igualmente menos notable.

Se ha exagerado la posibilidad de que el petróleo mantenga sus precios en los niveles actuales y el impacto de la subida sobre el crecimiento económico español

A favor de esta hipótesis juega el hecho de que los beneficiosos efectos durante el ciclo anterior de la enorme bajada de los tipos de interés monetarios y reales en España han tenido que perder una parte considerable de su impulso. Otro síntoma significativo es la detención del motor del crecimiento que en los últimos 20 años representó el proceso de apertura de la economía española. En los últimos cuatro años nuestro índice de apertura se ha estabilizado. El menor peso relativo de los ingresos por turismo y la ausencia de nuevas ganancias de mercado por parte de las exportaciones de mercancías son la principal causa de este fenómeno, ya que las importaciones han seguido creciendo a buen ritmo en términos reales.

No obstante lo anterior, España sigue gozando de una situación que le permitirá aprovechar adecuadamente la recuperación creciente de la economía europea y el buen clima mundial de crecimiento. Para ello necesita, como en parte ya esta ocurriendo, modificar gradual, pero significativamente, la composición de la demanda agregada dando mayor peso a la inversión pública y privada (incluida la inversión en capital humano que ha sido poco atendida en los últimos años) en tanto se desacelera ligeramente el consumo de las familias. Para ello cuenta con unas cuentas públicas en situación de equilibrio que favorecen la creación de ahorro nacional, un aumento considerable de la oferta de trabajo a través de la inmigración y una recuperación modesta, pero significativa de la producción industrial en el último año. El Gobierno debe vigilar que la desaceleración previsible en el sector de la construcción de vivienda residencial se produzca de manera gradual (lo que está muy relacionado con las expectativas que se formen en torno al papel de la nueva política de vivienda) hasta que su impulso pueda ser sustituido por otras formas de inversión en capital fijo.

Mucho se ha hablado del impacto negativo de la subida del precio del petróleo en este contexto. Personalmente creo que se ha exagerado tanto la posibilidad de que esta materia prima mantenga sus precios en los niveles actuales (las compañías de petróleo, desde luego, no lo prevén) o el impacto de la presente subida sobre el crecimiento económico español. En este último punto lo sucedido en este año debería mover a la reflexión. El aumento del crudo desde 30 dólares barril hasta 50 dólares tan solo ha obligado a reducir la previsión de crecimiento entre dos y tres décimas. Algo semejante puede pasar también con la descontada subida de los tipos de interés y su efecto sobre su crecimiento.

Pero la clave del aprovechamiento integral de esta nueva fase cíclica reside en la mejora significativa de la competitividad global de nuestra economía. En tiempos en los que los salarios reales iban muy por delante de la productividad la batalla se planteaba en el terreno de la consecución de la moderación salarial. Hoy, cuando productividad y salarios reales crecen muy moderadamente la batalla se plantea en el impulso a la productividad. El Gobierno es perfectamente consciente de ello. Otro cosa es cómo se puede instrumentar una política de mejora de la productividad global del sistema en cooperación con el sector privado. Para ello se necesitará la imaginación y el concurso de todo el mundo.

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