España, en cielo de nadie
El Gobierno está sondeando a EE UU sobre la posibilidad de alcanzar, al margen de la Unión Europea, un acuerdo de cielos abiertos que abra el mercado transatlántico para las compañías aéreas españolas. Empresas como Iberia operan en inferioridad de condiciones en un mercado en el que sus principales rivales europeas gozan de un trato privilegiado al otro lado del Atlántico. La mayor libertad de movimiento para las aerolíneas españolas en un corredor tan importante puede redundar en su propio beneficio y en el del sector turístico en general. El objetivo, pues, resulta encomiable, pero el método parece tan redundante como, probablemente, estéril.
La Comisión Europea negocia con Washington desde hace más de un año un convenio que supere, precisamente, los acuerdos bilaterales como el que ahora busca España. El Tribunal de la UE ha anulado ocho de los convenios bilaterales existentes (los de Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Luxemburgo, Reino Unido y Suecia), por reservar en exclusiva los beneficios del acuerdo a las compañías de capital nacional. Y Bruselas advierte que denunciará cualquier otro pacto que incluya dicha cláusula, a la que culpa, en gran parte, de la lentitud en la consolidación del sector.
La iniciativa del Gobierno español nace de una legítima frustración ante el estancamiento de las negociaciones entre la UE y EE UU. Pero de poco servirá derrochar esfuerzos si el acuerdo, caso de que se alcance, nace bajo la espada de Damocles del Tribunal.
Los pasos del Gobierno deberían dirigirse hacia los socios comunitarios que, como el Reino Unido, se niegan a firmar el acuerdo conjunto con EE UU para no perder los privilegios de sus compañías en el aeropuerto londinense de Heathrow. España, sin olvidar sus intereses, debería coadyuvar a que Bruselas y Washington rematen un acuerdo que cree un auténtico espacio aéreo transatlántico entre los dos bloques.