El cuerpo de puntilleros
La plaza de Las Ventas, donde estos días se sustancia la Feria de Otoño, tiene sus cariños particulares. Uno es Florito, el mayoral que tan bien domados tiene a los cabestros, a los que corresponde envolver al bravo que por algún defecto el presidente decide devolver a los corrales. Florito aparece detrás de los suyos vestido de corto con su vara de mimbre y da la señal de retirada cuando la manada tiene encerrada su presa. Al trotecillo regresan a toriles y el público premia la habilidad con sus aplausos. Otro personaje muy querido de los aficionados era el puntillero Agapito, al que tanto debemos, porque cómo exasperan esos torpes que aplican el verduguillo con el resultado inverso de levantar al astado cuando ya preparaban su salida las mulillas de arrastre.
Pero dejemos aquí por el momento a la figura de Agapito, cuya jubilación tanto se ha sentido en los tendidos, para tratar del problema del envejecimiento, cuyo alivio parecería que algunos residencian en la creación de una variante taurina en plan 'cuerpo de puntilleros del Estado'.
Porque si del mundo de los toros venimos al de los humanos, surgen algunas reflexiones. Reparemos en que hasta hace poco la esperanza de vida era uno de los índices que daban cuenta del progreso de un determinado país. Esta era una de las divisorias entre el mundo desarrollo y el subdesarrollo, entre la Europa de la civilización el África invariable de aquellos mapas medievales del hic sunt leones, usados para decorar las aeronaves de Iberia.
Vienen al unísono los demógrafos y los más afamados economistas a presentar la amenaza que representa la vejez
El caso es que ahora vienen al unísono los demógrafos y los más afamados economistas dispuestos a presentar con cifras y coeficientes una nueva amenaza, la que representa la vejez, naturalmente la de los demás. Señalan enseguida cómo los progresos de la medicina prolongan la vida de una buena proporción de humanos, hasta extremos que terminan por multiplicar el porcentaje de población dependiente (definida como aquella de edad inferior a los 15 años o superior a los 65). Una población que viene a gravitar sobre el resto. Los expertos, siempre muy finos en el manejo de los eufemismos, dan a entender que la carga representada por los 'dependientes' empieza a ser una amenaza insoportable para la eficiencia económica de la sociedad que los alberga.
El planteamiento y las dimensiones del problema ha sido analizado con algún detalle comparativo donde se enfrentan las distintas realidades que en este plano ofrecen Estados Unidos y la Unión Europea en el último libro de Guillermo de la Dehesa, ¿Quo vadis Europa?, y también acaba de ser abordado en un informe del semanario británico The Economist.
Dicen los sabios londinenses que el envejecimiento de la población dañará a las economías europeas y presionará sobre los presupuestos de la protección social sin que se divisen soluciones fáciles. Señalan que la ampliación de la Unión Europea de 15 a 25 países incrementa su población de 380 a 455 millones, muy por delante de la de Estados Unidos ahora cifrada en 295 millones. Pero enseguida añaden que a tenor de sus proyecciones en 2050 los americanos casi nos habrán dado alcance al crecer hasta 420 millones frente a una UE que habrá descendido a los 430 millones.
El envejecimiento dañará las economías de la UE. En Italia, por ejemplo, la población en edad laboral descenderá un 20% entre 2005 y 2035, y otro 15% más hasta 2050. De manera que al decrecimiento de la población trabajadora en más de un 30% se sumará el aumento de la población dependiente, que, siguiendo con el ejemplo de Italia, se incrementará en un 44% entre 2005 y 2050. Una combinación que elevará la ratio de dependencia desde el 32% actual al 67% en 2050. En Francia, donde la tasa de fertilidad ha ido en aumento, la ratio de dependencia dará un vuelco mayor al pasar del 28% actual al 51% al final del mismo periodo.
¿Qué hacer? Un intento es el de alterar la demografía mediante el recurso a la emigración, pero el número de inmigrantes necesarios, más de 3,6 millones al año, por ejemplo, en Alemania, resulta políticamente inimaginable. Otra alternativa es favorecer la natalidad, pero las mujeres no están por la labor. El panorama se oscurece más al comprobar la vinculación entre innovación y juventud.
De modo que se impondría cercenar la cúspide de edades de la pirámide poblacional. Algunos imaginan que a partir de una edad sea obligatorio pasar, como ahora los vehículos, una especie de ITV y que quienes presentemos deficiencias sustanciales vayamos quedando en manos del cuerpo de puntilleros del Estado para que nos ultimen. Continuará.