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Columna
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La agenda de Barcelona

Carlos Sebastián

La Fundación Cidob, presidida por Narcis Serra, organizó el último fin de semana en el Fórum de Barcelona una importante reunión con el objetivo de sustituir el mal llamado (y equivocado) Consenso de Washington por otro conjunto de recomendaciones, tanto para la política que deben seguir los países en vías de desarrollo como para la reforma de la arquitectura institucional global. Con este fin reunió a un grupo muy relevante de especialistas, aunque personalmente eché a faltar algunos (Sala i Martín y Acemoglu, por citar a un local y un foráneo).

El llamado Consenso de Washington pretendía ser un recetario, un protocolo en la moderna terminología médica, para que los países subdesarrollados iniciaran su despegue. Puede resumirse en estabilidad macroeconómica más apertura exterior más liberalización interna. Se le ha otorgado un tinte ideológico ultraliberal que Williamson, que asumió en su día la responsabilidad de redactar el Consenso, no aceptó en Barcelona. Pero el problema no es su color ideológico. El problema es su escasa relevancia. Ninguno de los países asiáticos que han tenido éxito ha seguido sus recomendaciones y los dos mayores (o únicos) éxitos africanos (Botsuana y Mauricio), tampoco.

El fracaso de las recomendaciones se debe a tres factores que han quedado claros en Barcelona. Primero, que ese tipo de recetas generales no pueden aplicarse a los países en vías de desarrollo sin tener en cuenta las peculiaridades de cada uno. Segundo, que la evidencia a favor de las proposiciones en las que se basan las recomendaciones no resulta nada convincente. Por ejemplo, no está claro que ni la estabilidad macroeconómica ni la apertura de la economía puedan por sí solas o conjuntamente situar a un país subdesarrollado en la vía del crecimiento sostenido. Por último, que el ritmo al que se hagan las reformas es relevante y la idea del big bang puede ser aquí muy desafortunada.

Ninguno de los países asiáticos con éxito ha seguido las recomendaciones del Consenso de Washington

No fue posible en Barcelona lograr un nuevo consenso, pero se hicieron algunos avances interesantes. En primer lugar, que cada país es un caso diferente por lo que no caben recetas generales. En este sentido Rodrik y Hausmann hicieron una propuesta conceptualmente muy interesante para el diagnóstico de la situación de los países, que ayude a la definición de una estrategia de reforma. La metodología concreta tiene que enriquecerse, pero conceptualmente resulta atractiva. En segundo lugar, que en algunos casos será conveniente acudir a algunas acciones liberalizadoras como las abogadas por el Consenso de Washington, pero aún entonces es conveniente un ritmo pausado y, quizá, acompañado con medidas de política industrial. En tercer lugar, son necesarios avances institucionales en los mercados financieros internacionales (Cohen y Hausmann hicieron algunas propuestas interesantes) y en el funcionamiento de los organismos internacionales (FMI, OMC y Banco Mundial). Este último aspecto es en el que más insistió el Nobel Stiglitz.

La posición del premio Nobel merece algún comentario. Stiglitz es en mi opinión uno de los economistas teóricos más importantes de los últimos 35 años. Pero últimamente está en batallas ideológicas y políticas y, como es lógico, ha perdido finura. La ha perdido cuando tras afirmar acertadamente que en el mundo subdesarrollado hay enormes fallos de mercado que hacen absurdo abogar por una total liberalización, pasa a proponer la acción de los Gobiernos. Sin darse cuenta que en esos países los fallos del Gobierno son tan importantes como los de mercado: el clientelismo político, una burocracia asfixiante y un alto grado de corrupción son la norma.

Ha perdido también finura cuando pone en primer plano la reforma de los organismos internacionales (su batalla política), siendo así que, aunque no sea irrelevante, tendría un efecto muy menor sobre la dinámica de los países subdesarrollados. Porque, como dijo Rodrik, lo relevante son los factores internos y no los internacionales.

Otra reflexión interesante, sobre la que hubo un relativo consenso, es la importancia de que se avance en mejoras de la distribución. Stiglitz debe haber leído a Acemoglu y afirmó, con razón, que el marco institucional (las reglas del juego económico) está afectado por la distribución y será más propicio para el desarrollo si la riqueza está más distribuida.

Pero hubo escasa referencia, incluso por Rodrik y colaboradores, a la importancia de los factores políticos que condicionan las reglas del juego económico. Plantearse cómo se puede contribuir a que los Gobiernos de los países del Tercer Mundo impulsen instituciones económicas favorables a los innovadores sigue siendo, después de Barcelona, un debate pendiente.

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