Los entresijos de las encuestas
Abundando en el contenido de mi anterior artículo sobre los grandes errores en que suelen incurrir los estudios de opinión, cabe comentar una materia que, aunque sabida por los expertos, no es habitualmente dada a conocer a pesar de su enorme importancia. Se trata de los denominados errores ajenos al muestreo, que aumentan considerablemente las varianzas de las estimaciones, con lo que ese problemático error de muestreo que se publica en los estudios de opinión, que suele estar en torno a un envidiable 2%, queda bastante en entredicho.
Para que se pueda apreciar la envergadura de los errores ajenos al muestreo, se puede utilizar el ejemplo de la Encuesta de Salud y Hábitos Sexuales, cuyos resultados se han presentado recientemente por el Ministerio de Sanidad y Consumo y el Instituto Nacional de Estadística (INE), organismos que convinieron su realización con el objetivo principal de obtener información básica para prevenir casos de sida.
El primero de los errores ajenos al muestreo que se suele considerar es el debido a la imperfección de los marcos utilizados para seleccionar las unidades que han de ser objeto de entrevista, que puede tener unidades vacías y unidades repetidas. En la encuesta de salud, donde se ha utilizado como marco de muestreo el padrón municipal de habitantes para seleccionar a personas residentes en España que tuvieran de 18 a 49 años, los agentes entrevistadores encontraron un 3% de viviendas vacías o que estaban siendo objeto de usos distintos al de vivienda familiar y, lo que puede tener más importancia, un 17% de personas que resultaron ilocalizables por no residir en la dirección en la que figuraban en el padrón.
Otros errores se deben a la falta de respuesta que se puede producir por encontrarse ausente de su domicilio la persona que es preciso entrevistar, por negativas a colaborar u otras causas. En la encuesta que se viene tomando como ejemplo, todo el grupo humano que habitaba la vivienda estuvo ausente durante toda la fase de recogida de información en un 7% de ocasiones y lo mismo ocurrió con el 18% de las personas que habían sido seleccionadas. En un 4% de casos hubo rechazo inicial a colaborar por parte de la persona con la que se estableció el primer contacto y, por lo que se refiere a las personas seleccionadas, las negativas a colaborar se ampliaron al 20%.
En algo menos del 2% de ocasiones la entrevista no se pudo realizar por incapacidad de los ocupantes de la vivienda para responder, debido a enfermedad, discapacidad, desconocimiento del idioma y causas similares.
A estas incidencias hay que agregar otras, aunque no alcanzan el 1%, de quienes se negaron a contestar parcialmente la encuesta o a utilizar los ordenadores en que podían introducir sus respuestas de modo sencillo y con garantía de anonimato y confidencialidad, fuera de la vista de familiares y del propio agente entrevistador, método que ha dado buenos resultados al incluir esta encuesta preguntas muy comprometidas sobre experiencia sexual o uso de drogas.
Dada la permanente actualización del padrón que se ha utilizado como marco y el cuidado que se ha puesto en la formación de entrevistadores, en la búsqueda reiterada de los ausentes o en la citada garantía de confidencialidad, cabe suponer que, al menos, las incidencias que se han señalado deben estarse registrando con similar entidad en otras encuestas de corte sociológico de igual metodología, aunque no se hagan públicas.
Existen procedimientos estadísticos para aliviar el efecto de todas estas incidencias, como por ejemplo proceder a sustituir personas ausentes o que se han negado a colaborar por otras personas del mismo grupo de edad y sexo y que residan en la misma sección censal, donde suele existir bastante homogeneidad en las características socioeconómicas de sus habitantes.
No obstante, se sabe que los sesgos en la información son inevitables porque difícilmente será igual el comportamiento de los ausentes, debido por ejemplo a su gran movilidad migratoria, que el de quienes se consigue encontrar con facilidad por su mayor estabilidad en la residencia habitual.
Del mismo modo, en poco se parecerá el comportamiento de quienes se niegan a colaborar en un estudio estadístico, por su ignorancia sobre los beneficios que reporta la información o por su conducta antisocial, que el de quienes se prestan gustosos a hacerlo asumiendo la incomodidad que ello supone.
En cualquier caso, no deben ocultarse a la sociedad los problemas con que tropieza la investigación estadística porque, precisamente, muchos de esos problemas se originan en el seno de dicha sociedad.