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Tribuna
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Empresarios 'galácticos' en Latinoamérica

Directivos de algunas de las empresas españolas inversoras en infraestructuras en Latinoamérica reclaman acerca de la suerte que últimamente vienen corriendo sus inversiones. Aunque sorprenda, es usual que sus análisis se limiten a considerar, sólo, a cuatro de los actores en este negocio: el inversor o empresario, el financiador, el regulador y el político. Dejan de lado a un personaje clave: el usuario.

Cuando exponen sus argumentos, los empresarios dicen limitarse a pedir reglas claras (que los Gobiernos no jueguen con los contratos y la inviolabilidad de las tarifas), mientras que critican al político por caer, a menudo, en la tentación de mover las tarifas a cambio de votos que lo fortalezcan. Consideran además, que el financiero existe para apalancar las inversiones, y que el regulador latinoamericano no convence a nadie como garante de las sacrosantas reglas del juego.

Nuestros empresarios demandan reglas claras y buena regulación. Ciertamente, son imprescindibles. Sin embargo, deberían darse cuenta de que un exceso de egocentrismo y un análisis incompleto para fundamentar sus peticiones, entorpece su andar y sus resultados en el medio y largo plazos, inherentes a las inversiones en infraestructura.

El inversor no debiera olvidar jamás al usuario de las infraestructuras y las particularidades de su bolsillo. Y sí tener más en cuenta que si sus contratos y específicamente sus tarifas, están 'tan' sometidos a presión, es como consecuencia del accionar de los usuarios. En contra de lo que ha señalado más de un sufrido directivo galáctico, no creo que en Latinoamérica exista una cultura del no pago. Lo que sí hay, es un desajuste entre los ingresos de los consumidores y sus capacidades de pago por servicios básicos e infraestructuras. En tal sentido, parece apropiado, más saludable y honesto, pensar que hay malas estructuraciones de negocio y cálculos fallidos.

Hace poco un empresario español con intereses en Argentina señalaba públicamente que 'o se portan bien o no reciben un duro'. Pues bien, en materia de inversiones en infraestructura y servicios públicos, resulta negligente no considerar la posición de aquel que soporta las tarifas que -por otra parte- retribuyen la inversión. Tal desconsideración puede conllevar que el negocio salga mucho más cuadrado que redondo. Un enfoque empresarial incompleto y desconsiderado con el usuario, podría desembocar en un matrimonio turbulento o un divorcio costosísimo.

Si queremos que nuestra inversión en Latinoamérica sea premiada económicamente (con independencia de discusiones morales), la estrategia no se puede reducir a la creación de una fundación o a las relaciones públicas alrededor de una paella.

El inversionista debe saber leer e interpretar no sólo el entorno económico sino también el social. Los contratos y las ecuaciones financieras en ellos reflejadas, nacen para ser cumplidos pero también para ser adecuados a los cambios de escenario que se puedan producir. Estos contratos deben poder incluir posibles correcciones a gruesos errores de diseño. En mi experiencia como regulador, he sido testigo directo en renegociaciones de inversiones en infraestructura en Latinoamérica y siempre fueron solicitadas por el inversora para alterar sus compromisos. No las pidió ni el Estado ni la población. Por el contrario, sí he visto a esta movilizarse contra un alza de tarifas, y detener una privatización con la que no estaba de acuerdo.

La empresa debe lidiar con el mercado (que incluye la población a la que factura y las empresas con las que compite) y con un regulador verdaderamente independiente. El inversor debe ser medido por el manejo que haga de sus capacidades financieras, y por su interpretación de los mercados. Se podrá discutir si los mercados arreglan todo o no, pero lo que está claro es que los mercados -opulentos o famélicos- siempre premian la eficiencia y los cálculos apropiados.

Hace poco, con coherencia y humildad inusual, un directivo del sector energético señalaba que su empresa, incapaz de competir en las primeras divisiones europeas, había escogido Latinoamérica y le había salido la jugada. Confesiones como ésta, adecuación a las diferentes realidades, y un mínimo de autocrítica, deberían estar mucho más presentes en nuestros altos mandos empresariales. Desafiante tarea para los encargados de recursos humanos.

Abogado

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