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Tribuna
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Paradojas del ahorrador español

El ahorrador español sabe, en términos generales, qué es lo más conveniente para él. Sin embargo no lo pone en práctica. æpermil;sta es la paradoja que podemos extraer del estudio Actitudes de los españoles hacia la inversión que hace poco llegó a mis manos, y que ha sido elaborado por un instituto de análisis e investigación para una entidad financiera internacional. Para esta investigación se han realizado miles de entrevistas, 50 pseudocompras en entidades y más de 20 mesas redondas.

Mayoritariamente los inversores encuestados afirman que:

¦bull; En el largo plazo, la rentabilidad de los mercados bursátiles supera a la del monetario y renta fija.

¦bull; Conocen el riesgo de invertir todo o gran parte del capital en un momento determinado porque saben que una periodificación de sus aportaciones reduce el riesgo.

¦bull; Defienden que una diversificación completa implica reducir pérdidas.

¦bull; Y, por último, afirman que su prioridad es maximizar la rentabilidad de sus inversiones.

Sin embargo, cuando se les pregunta cómo actúan, las respuestas muestran que lo hacen de forma totalmente opuesta:

¦bull; Mayoritariamente están invirtiendo en productos a muy corto plazo e incluso cuando invierten en Bolsa y ante noticias negativas en el corto plazo, sobreactúan y desinvierten.

¦bull; Reconocen que no planifican sus inversiones y que es la disponibilidad de liquidez la que condiciona el momento de la inversión. Generalmente no establecen un plan regular de aportaciones.

¦bull; El grado de diversificación observado en los inversores españoles es mínimo.

¦bull; En la composición de su patrimonio, y sin tener en cuenta la vivienda habitual, lo que predomina es el dinero a la vista, cuentas corrientes, fondos monetarios, en lugar de activos a más largo plazo que coincidan mejor con su horizonte temporal.

Otro aspecto interesante del estudio es que dos terceras partes de los encuestados admiten no tener suficientes conocimientos acerca de los mercados y los productos financieros; reconocen carecer de criterio suficiente para tomar las decisiones por sí mismos y que la información que reciben del sector financiero es insuficiente o insatisfactoria.

Aceptan, a continuación, que lo deseable es disponer de un interlocutor, llámese asesor personal, banquero o consultor, que les cubra estas carencias y les ayude a planificar convenientemente sus ahorros. Pero cuando se les pregunta si están satisfechos con su interlocutor bancario o financiero, la principal queja se refiere a la sensación de que quien les asesora dedica un 85% del tiempo a intentar colocar un producto y sólo el 15% restante a indagar en un mayor conocimiento de las peculiaridades de su caso concreto, es decir, analizar el horizonte temporal, el riesgo asumible, las necesidades de liquidez a medio y largo plazo, el nivel de ingresos, la fiscalidad, etc.

Si los clientes saben mayoritariamente lo que hay que hacer y no lo hacen, y además la ayuda profesional que desean recibir del sector financiero es insuficiente, está claro que en este país tenemos dos asignaturas pendientes. Por un lado, elevar el nivel de formación de todo profesional que se dedica al asesoramiento financiero, y por otro, fomentar un giro en el modo de relacionarse que actualmente tiene el sector financiero con la clientela, de forma que se oriente claramente hacia una mayor personalización, entendiendo como tal el conocimiento cada vez más profundo -y previo a la venta- de la singularidad diferenciada y de las necesidades distintas de cada cliente previo a la venta.

Con este panorama no creo que nadie discuta la necesidad de que se generalice el asesoramiento financiero en España. Pero no sólo eso, además se ha de garantizar la calidad y la profesionalidad de los asesores. Y en esa tarea es en la que está empeñada EFPA (European Financial Planning Association), la asociación europea de profesionales del asesoramiento que me honro en presidir en España. La EFPA, además de divulgar la profesión, garantiza la calidad del servicio que prestan sus miembros y la homologación de sus conocimientos a niveles europeos.

No sólo los asesores de banca privada y personal han de tener una buena formación, todos los empleados de entidades financieras que están en contacto con los clientes, de una forma u otra, transmiten recomendaciones. Así que todos ellos deben estar suficientemente formados para que no se defrauden las expectativas de los clientes y que estos reciban el mejor asesoramiento.

En definitiva, no basta con convencer al ahorrador de la necesidad de recurrir al profesional para planificarse, sino que, más importante todavía, los asesores deben tener un nivel de formación y de ética adecuados para responder convenientemente a los requisitos del inversor.

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