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Columna
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La locomotora china pisa el freno

Ángel Ubide

Las autoridades chinas están empeñadas en enfriar la economía del país para evitar un posible colapso. El autor explica por qué considera necesaria la ralentización del rapidísimo crecimiento del gigante asiático y sus efectos en la economía mundial

En los últimos meses, las autoridades chinas han anunciado más de 30 medidas destinadas a enfriar la economía. En su mayor parte son medidas administrativas, como ordenanzas para restringir la extensión del crédito y la inversión en determinados sectores -sobre todo el inmobiliario- la eliminación de subsidios a la exportación y el aumento de los coeficientes de caja bancarios, y se rumorea que una subida de tipos de interés podría ser el siguiente paso. Y, durante las últimas semanas, ha habido hasta siete declaraciones de miembros del Gobierno chino resaltando que las medidas de ralentización de la economía están empezando a surtir efecto.

Dicha ralentización es más que necesaria. El crecimiento real del PIB en el segundo trimestre probablemente supere el 11%, y la producción industrial está creciendo a tasas del 20% anual. Debido a una estructura de precios relativos distorsionada, la inversión ha alcanzado un nivel insostenible del 45% del PIB.

Con un sistema bancario ya en bancarrota, es preferible ralentizar la economía ahora para evitar males mayores

China representa aproximadamente un 30% del consumo anual de cemento, acero, carbón y hierro, y un 7% del consumo total de petróleo. Este rapidísimo crecimiento esta generando -a pesar de gozar de una oferta mano de obra casi ilimitada- cuellos de botella en ciertos sectores, y la inflación ha pasado desde cero a principios del año a casi 4% en abril.

Claramente, una economía creciendo con esta rapidez generara ineficiencias en la asignación de recursos que pasaran factura en el futuro. Con un sistema bancario ya en bancarrota, es preferible ralentizar ahora para evitar males mayores.

El proceso de tensionamiento de las condiciones monetarias en China es peculiar. Por una parte, el Banco Central es enorme respecto a la economía que gestiona -su balance es equivalente al 50% del PIB- y controla directamente todos los tipos de interés; además, dos tercios del sistema bancario están en manos del Estado.

Por otra parte, la economía china todavía no es una economía de mercado, y por tanto los mecanismos de transmisión de la política monetaria no funcionan de la manera convencional. Los bancos nadan en abundante liquidez, y por tanto medidas de restricción de la liquidez no tienen un efecto inmediato y la herramienta más eficaz es el control directo del crédito.

Pero tampoco esta claro que el control directo funcione, ya que la estructura descentralizada de poder otorga incentivos muy fuertes a las regiones para ignorar las directrices provenientes del centro. En un sistema donde el prestigio y el poder de los gobernadores regionales se basa en el poder económico relativo de cada provincia, y donde los proyectos de inversión requieren en su mayoría autorización administrativa -y, por tanto, el pago de comisiones por tráfico de influencias está a la orden del día- es muy difícil imponer desde el centro un plan de desaceleración eficaz. Además, las inversiones en infraestructura, para preparar al país para los Juegos Olímpicos de 2008, y también las dedicadas a energía están exentas de este proceso.

China necesita crecer al 8% por lo menos para garantizar la absorción de su inmensa fuerza de trabajo y evitar un aumento de desempleo que podría ser socialmente peligroso. De ahí que la gran preocupación de las autoridades chinas sea calmar la economía para evitar un posible colapso que podría tener unas consecuencias desastrosas para el Gobierno actual. Los datos sugieren que, de hecho, la desaceleración se esta consiguiendo. Los precios de materias primas, del acero, y de los fletes en el Báltico -un buen indicador adelantado del nivel del comercio mundial- han caído considerablemente en los últimos meses, y las economías de la región se están empezando a debilitar.

Las implicaciones de está desaceleración para la economía mundial están claras: el mundo ha vivido en los últimos seis meses una expansión económica impresionante que no puede continuar. Las autoridades económicas de las dos locomotoras mundiales, Estados Unidos y China, han declarado su intención de frenar sus economías. Por suerte, la recuperación en Japón parece que esta vez será sostenible, ya que el consumo privado está aumentado fuertemente. Pero para Europa el mensaje está claro: las perspectivas de exportación de los países europeos difícilmente serán mejores de lo que lo fueron en los seis meses pasados, y a partir de ahora la demanda interna tendrá que acelerarse para poder mantener un ritmo de crecimiento sostenido.

La desaceleración china esta calmando los mercados de materias primas y contribuirá a relajar las expectativas de inflación. No olvidemos que hace un año China era la gran fuente de desinflación. Todavía lo es, ya que sigue siendo una fuente casi infinita de expansión de capacidad a bajísimo coste y se ha convertido en un eje de producción a nivel mundial.

Además, medido en términos de paridad de poder de compra, el crecimiento de la economía china representó más del 25% de crecimiento mundial durante 1995-2003. Si China consigue estabilizar su economía con baja inflación, todos saldremos ganando.

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