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Alimentación

Europa se resiste a los transgénicos

Alberto Ortín, Bernardo de Miguel y Ana B. Nieto.

El mercado mundial de los alimentos transgénicos supondrá este año un negocio de 4.750 millones de dólares, según el Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones Agrobiotecnológicas (Isaaa, sus siglas en inglés). El próximo año alcanzará los 5.000 millones. Si la UE participara en él, esa cifra posiblemente acabaría por doblarse. Sin embargo Europa, simplemente, no tiene una posición clara al respecto.

La aprobación de la Comisión Europea, el mes pasado, a la comercialización en la UE del maíz Bt11, genéticamente modificado, no ha supuesto el fin de la moratoria europea a los alimentos transgénicos. De hecho, el impacto económico que puede tener la venta de las semillas de este maíz es insignificante, según comenta un portavoz de la empresa que lo comercializa, la compañía suiza Syngenta. Además, cerca de 30 variedades distintas de cultivos transgénicos esperan a ser aprobados o no por la Unión Europea. Y el límite que la Comisión se había impuesto para estudiar el rechazo o aprobación a la comercialización de estos productos ha caducado en muchos casos.

Un laberinto de intereses políticos y económicos en la UE ha atascado el proceso. Los consumidores europeos se preguntan mientras tanto si la aprobación en goteo de las semillas modificadas genéticamente responde a motivaciones políticas o científicas. Y la cuestión envenena las relaciones comerciales entre Estados Unidos y Europa.

En EE UU está aflorando una corriente contraria a esta modalidad de alimentos

El mercado de estos productos moverá este año 4.750 millones

'La moratoria se acabará cuando se actúe sobre esta lista de semillas que aguardan su aprobación y se decida sobre ella' señala un directivo de la multinacional estadounidense Monsanto. 'La maquinaria no está funcionando a la velocidad que debiera', añade. En la UE, sólo España destina un número significativo de áreas de cultivo a transgénicos, 32.000 hectáreas de maíz Bt en 2003, lo que supuso un incremento del 33% respecto al año anterior. Alemania 'cultiva una pequeña superficie de maíz Bt', según datos del Isaaa. En 2003, Brasil y Sudáfrica se unieron a EE UU, Argentina, Canadá y China como 'nuevos líderes de la agrobiotecnología', según este mismo organismo. Australia, India, Rumania y Uruguay completan la lista de los 10 principales países productores de transgénicos. 'La dilación en la aprobación de nuevos cultivos en la UE supone un gran impacto económico en cuanto perturba las relaciones comerciales internacionales' indica el directivo de Monsanto.

Falta de voluntad política

El aval administrativo al Bt11 ha revelado la falta de voluntad política para resolver en Europa el dilema sobre la autorización de nuevos transgénicos. El nuevo maíz se ha autorizado sin conseguir siquiera el respaldo suficiente en el Consejo de ministros de Agricultura de la UE. Francia, Dinamarca, Austria, Grecia, Portugal y Luxemburgo votaron el 26 de abril en contra de la autorización, mientras que España y Alemania se abstuvieron. La división en el Consejo impidió tomar decisión alguna, ni a favor ni en contra del transgénico.

El Reglamento que establece el procedimiento de autorización para la comercialización de transgénicos prevé que, en caso de parálisis en el Consejo, el expediente regresa a los tres meses a la Comisión, institución que puede por sí sola decidir o no el visto bueno. Bruselas obvió el hecho de que no se pudiera alcanzar el número necesario de votos favorables ni en el Consejo de Ministros ni, anteriormente, en el Comité permanente de la cadena alimentaria (donde también se sientan representantes de todos los países de la UE). El comisario Byrne asegura que el 'procedimiento ha sido totalmente transparente y nadie puede decir que se ha llevado una sorpresa'. Pero en las filas del grupo europarlamentario de Los Verdes, la copresidenta, Mónica Frassoni considera que 'la Comisión cometió un grave error político'.

La situación amenaza con repetirse porque otros productos, como el maíz NK603 de Monsanto, recorren ya el tortuoso proceso de autorización. Esta vez, sin embargo, la presencia de 10 nuevos socios de Europa Central y del Este, entre los que las reticencias a los transgénicos parecen mucho menores, puede ayudar a conseguir la mayoría necesaria en el Consejo.

'No estoy seguro de que haya una opinión pública mayoritaria en contra de los transgénicos', advierte Pavel Telicka, el nuevo comisario checo que comparte con Byrne la cartera de Protección del Consumidor. El año pasado por primera vez, Bulgaria cultivó unas pocas miles de hectáreas de maíz tolerante a herbicida. Otro país europeo aspirante a la UE, Rumania, aumentó en 2003 en un 50% la superficie de soja transgénica, hasta las 70.000 hectáreas. 'Tengo la sensación de que el proceso será más fácil a partir de ahora', señaló Byrne tras el visto bueno al Bt11.

Quizá sea el mecanismo que se sigue en la UE para aprobar o rechazar la venta de un producto transgénico el factor que menos confianza pueda dar al consumidor sobre los beneficios de estos cultivos.

La solicitud de autorización para comercializar un alimento o pienso transgénico debe presentarse en el país donde primero se va a poner el producto en el mercado. La solicitud debe incluir un plan de control, una propuesta de etiquetado y un método de detección de nuevos alimentos y piensos modificados genéticamente.

La autoridad nacional debe acusar recibo en 14 días e informar a la Autoridad europea de seguridad alimentaria (AESA). La AESA dispone de seis meses para emitir un dictamen. La Comisión Europea cuenta entonces con tres meses para presentar, a partir de ese dictamen, una propuesta de autorización o no de la solicitud. Esta propuesta debe aprobarse por mayoría cualificada en el Comité permanente de la cadena alimentaria y de sanidad animal, compuesto por representantes de los Estados de la UE.

Si este Comité se pronuncia a favor, la Comisión autoriza el producto. Si no, el expediente se traslada al Consejo de Ministros de la UE, que debe aprobar o denegar la autorización por mayoría cualificada. Si el Consejo no se pronuncia en un plazo de tres meses (como ocurrió en el caso del Bt11), la Comisión puede adoptar de motu propio una decisión favorable o contraria. Las autorizaciones se conceden por un plazo de 10 años. Con lo cual, la última palabra en la UE sobre transgénicos la tiene la Comisión.

De fondo se mantiene el enfrentamiento con EE UU. Si la UE pensaba que con la aprobación del Bt11 se limarían asperezas con su mayor socio comercial, se equivocaba. El mismo día en que se aprobó la variedad del maíz de Syngenta, EE UU mostró su intención de mantener la denuncia presentada ante la Organización Mundial del Comercio contra la negativa europea de permitir la importación de productos genéticamente modificados.

El grupo de Los Verdes en el Parlamento Europeo advirtió que Washington reclama 1.800 millones de euros como indemnización. El representante estadounidense para el comercio, Robert Zoellick, se ha quejado repetidamente de que los países en vías de desarrollo no van a querer adquirir semillas modificadas genéticamente por temor a que la UE les cierren los mercados.

La desconfianza europea a los transgénicos contrasta con la situación en EE UU, donde se encuentra el 62% de los cultivos transgénicos existentes en el mundo. Sin embargo, algo parece estar cambiando en la valoración que el consumidor estadounidense hace de estos productos.

El sector de la alimentación orgánica, que se opone radicalmente a estos cultivos, gana adeptos año tras año en el país de las hamburguesas. El negocio en EE UU de la alimentación orgánica ingresó el año pasado 10.800 millones de dólares, un 20% más que en 2002. La Asociación de Comercio Orgánico (OTA, en sus siglas en inglés), califica a la agricultura transgénica como 'una tecnología no probada. Hay insuficientes datos científicos sobre el efecto a largo plazo en la salud humana'.

España El país con más hectáreas de estos cultivos da un giro

El país de la Unión Europea donde se cultiva el mayor número de hectáreas de transgénicos es España. El año pasado se dedicaron a estos cultivos 33.000 hectáreas, 8.000 más que en 2002.Las variedades de maíz modificado genéticamente cuyo cultivo está permitido suman 16 y son comercializadas por Syngenta, Pioneer, Monsanto, Limagrain, Nickerson Sur, Advanta, Arlesa, Koipe, Semillas Fito y Procase.La variedad que ocupa la mayoría de la superficie es el maíz Bt176, un tipo que la Comisión Europea recomienda no cultivar ya que, aunque reconoce que no presenta peligro para la salud humana, podría ocasionar resistencia a antibióticos. A partir de 2005 será previsiblemente retirada del mercado. Según la Agencia Española de Seguridad Alimentaria 'estaba ya previsto, en todo caso, reemplazar este maíz Bt 176 por la modificación Bt 11, en cuyo genoma no hay genes de resistencia antibiótica, pues se retiran en las fases iniciales del proceso biotecnológico'. La compañía Syngenta añade que hasta ahora no había podido proceder a su sustitución por la moratoria europea al Bt11.De los cerca de 30 variedades transgénicas que aguardan a ser aprobadas o rechazadas por la Comisión Europea, 10 han sido propuestas desde España, en los dos últimos años. Son semillas que comercializan multinacionales como Monsanto, Bayer o Pioneer.Las dos primeras variedades aprobadas en España fueron Bt176, en 1998. En febrero de 2003 se aprobaron otras cinco variedades y en febrero de este año se han permitido el cultivo de otros 9 tipos de maíz modificado genéticamente.El Gobierno de José María Aznar mantuvo una beligerante actitud a favor de los transgénicos, pero el nuevo Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero parece mucho más reticente. El pasado 26 de abril, en lugar de votar a favor como tenía previsto el anterior Gobierno, España se abstuvo en el consejo de Ministros de Agricultura de la UE en la votación sobre el permiso de comercialización presentado por la multinacional suiza Syngenta para el llamado maíz Bt11. El cambio, según explican fuentes españolas próximas a la negociación, se debió 'a la incoherencia de autorizar la importación de un producto que no se permite todavía cultivar a los agricultores europeos'.La mayoría de los gigantes de la distribución en España, El Corte Inglés o Carrefour entre otros, no venderán alimentos transgénicos de su marca. Aunque no dan explicaciones oficiales, la impresión generalizada del sector es que el consumidor posiblemente desconfíe de los alimentos que en su etiqueta informen sobre la existencia de organismos modificados genéticamente. La Agencia Española de Seguridad Alimentaria subraya que los alimentos transgénicos aprobados 'han pasado evaluaciones sanitarias muy estrictas. Son los alimentos más evaluados en toda la historia de la alimentación'.

Posiciones encontradas

La FAO, la agencia alimentaria de la ONU, ha publicado un informe en el que asegura que los alimentos transgénicos son muy prometedores para ayudar a los países más pobres. Defiende la tesis del Gobierno estadounidense de que estos productos pueden paliar el hambre en el mundo.Greenpeace denuncia que los 'ingredientes transgénicos entran en nuestras dietas sin nuestro consentimiento expreso, a pesar de que más del 70% de la ciudadanía europea rechaza estos alimentos', según puede consultarse en su web española. Mantiene que el problema del hambre no es técnico, sino de acceso a los mercados y a los créditos. Y denuncia que en Navarra y Aragón se han dado casos de contaminación en campos de cultivo.

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