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Tribuna
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El comercio ayuda al empleo

Los acuerdos comerciales que está firmando EE UU con países en desarrollo sirven para mejorar la legislación laboral y medioambiental de estos últimos, según el autor. En su opinión, hay quien utiliza las normas laborales internacionales como pretexto para oponerse al libre comercio

A estas alturas, el ritual nos es familiar: la Administración Bush pacta un nuevo acuerdo de libre comercio que recibe un amplio apoyo de casi todos los sectores de la economía estadounidense. El pacto incluye patrones laborales y medioambientales y condiciones de aplicación que superan con mucho las de los acuerdos comerciales de otros países. Los fabricantes aclaman el acuerdo porque servirá para favorecer puestos de trabajo bien remunerados en EE UU y estimulará las exportaciones estadounidenses a un mercado extranjero importante. Sin embargo, los sindicatos lo condenan, instan al Congreso a rechazarlo y afirman que el socio comercial carece de leyes laborales adecuadas.

Hace poco se repitió esta escena, pero en este caso el acuerdo comercial no se había pactado con una democracia con problemas, de Latinoamérica, Oriente Medio o África. Esta vez, el que presuntamente despreciaba los derechos de los trabajadores era, aunque parezca increíble, Australia. Actualmente, Australia figura delante de EE UU en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU, indicador general del bienestar social y económico, y detrás de Noruega, Islandia y Suecia únicamente.

Estados Unidos no puede plegarse a los dictados de los aislacio-nistas económicos

Este episodio reveló las prioridades de muchos de los que utilizan las normas laborales internacionales como pretexto para oponerse al comercio. Si EE UU no puede comerciar libremente con un país desarrollado y con salarios altos como Australia, ¿con quién puede comerciar? De hecho, aunque adoptáramos los patrones de los aislacionistas, no está claro que pudiéramos siquiera comerciar unos Estados con otros, y aún menos con países extranjeros. Su argumento contra el comercio con los países en desarrollo es un círculo vicioso: no debemos abrir mercados con países pobres que tienen condiciones de trabajo diferentes a las nuestras, aunque ese comercio contribuiría a vencer la pobreza y mejorar esas condiciones de trabajo. La realidad es que podemos hacer más para mejorar las condiciones laborales y medioambientales fomentando el comercio y el crecimiento económico que aislando a los países pobres de la economía mundial.

Algunos dicen que apoyan el comercio, pero sólo si nuestros acuerdos de libre comercio incluyen condiciones laborales y medioambientales. Luego, rechazan el hecho de que es precisamente eso lo que la Administración Bush está llevando a cabo. Con la orientación de los dos partidos en el Congreso a través de la Ley Comercial de 2002, EE UU sigue una triple estrategia logra progresos apreciables en protección del medio ambiente y derechos laborales.

En primer lugar, nuestros socios en los acuerdos de libre comercio deben comprometerse a hacer cumplir de hecho sus leyes laborales y medioambientales. Este requisito va acompañado de un innovador proceso de análisis de conflictos y de imposición de multas a los países que no cumplan con sus obligaciones. Y no son meras penalizaciones: los fondos se han de encauzar hacia la solución de problemas laborales o medioambientales. EE UU es el único país que está haciendo campaña a favor de este tipo de condiciones comerciales.

En segundo lugar, trabajamos con los países para mejorar las leyes y las prácticas laborales y medioambientales. Durante nuestras negociaciones de libre comercio con Chile, este país reformó el código laboral de la era Pinochet para ajustarse a las normas internacionales. Cuando negociamos un acuerdo de libre comercio con Marruecos, el Gobierno modernizó su código laboral y aprobó leyes para combatir la contaminación del aire y reforzar las normas medioambientales. Durante las negociaciones del Tratado de Libre Comercio entre EE UU y América Central, Guatemala mejoró notablemente la aplicación de sus leyes laborales, incluyendo el combate de la violencia contra los miembros de los sindicatos. Este Tratado también establece un proceso independiente a través del cual los ciudadanos pueden plantear cuestiones medioambientales, contribuyendo a la construcción de la sociedad civil en países en desarrollo.

En tercer lugar, estamos abordando problemas de aplicación concretos. Un informe reciente de la Organización Internacional de Trabajo (OIT) declara que, generalmente, las leyes laborales en Centroamérica son conformes a los patrones internacionales. Pero las mejores leyes no ayudarán si un país pobre carece de voluntad política o, lo más común, de recursos para hacerlas cumplir.

El mejor modo de ayudar a los países en desarrollo a hacer cumplir unas buenas leyes laborales y medioambientales es una cooperación que se convierta en habitual. Durante nuestras negociaciones comerciales, animamos a los Gobiernos a que sus intenciones vayan acompañadas de recursos. El Salvador, por ejemplo, aumentó su presupuesto para la aplicación de la legislación laboral un 20% y añadió un 50% de inspectores de trabajo más.

Pero los socios comerciales más pobres necesitan ayuda, así que EE UU está combinando ayuda internacional con asistencia de ONG, bancos multilaterales de desarrollo y empresas estadounidenses. En Marruecos se están realizando proyectos de millones de dólares que combaten el trabajo infantil y aumentan las oportunidades de educación de los niños. Un esfuerzo similar en Centroamérica educará a los trabajadores sobre sus derechos legales y fomentará modos de resolver conflictos laborales. Estamos formando equipo con empresas y las ONG para mejorar el seguimiento de las normas laborales en las fábricas de ropa, enseñar a los oficiales de aduanas a interceptar cargamentos de productos de especies en peligro de extinción y fomentar programas de agricultura ecológica.

Los acuerdos comerciales de EE UU reflejan los valores estadounidenses. La política comercial de la Administración Bush fomenta el crecimiento económico dentro y fuera del país, al tiempo que mejora las condiciones laborales y medioambientales en el extranjero. No podemos plegarnos a los dictados de los aislacionistas económicos, cuyos objetivos, vanos y cambiantes, sólo convencen a los países pobres de que nuestra preocupación por el trabajo y el medio ambiente es un pretexto para cerrarles la puerta del mercado estadounidense. Para continuar produciendo resultados que mejoren la vida dentro y fuera de cada país, no hemos de tender un puño cerrado, sino una mano abierta.

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