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Columna
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Hormonas de crecimiento

Hay dos periodos de intenso crecimiento en la economía española en las últimas dos décadas. El primero se produce con la incorporación de España a la Comunidad Económica Europea (CEE) y se manifiesta claramente desde 1985 hasta 1990, cuando los desequilibrios, la apreciación de la peseta y la mala coyuntura internacional truncan el crecimiento. El segundo va de 1997 a 2001, y coincide con el periodo de convergencia económica y financiera de España a la UE hasta la crisis bursátil, que, pese a todo, ha tenido una virulencia muy inferior a la de los países del entorno y la de otras fases de desaceleración en España. Hay elementos diferenciales significativos entre ambos periodos, pero uno de los más llamativos es el distinto comportamiento de la productividad.

El intenso crecimiento de la segunda mitad de los ochenta (4,5% anual medio en el periodo 1985-1990) se producía con un moderado crecimiento de la productividad (1,7% anual medio en el mismo periodo), consecuencia de un moderado aumento del empleo. El elevado crecimiento de la segunda mitad de los noventa (3,8% anual en 1997-2001) no ha sido acompañado por crecimiento de la productividad de los trabajadores (cercano a cero), sino por un significativo aumento del empleo. La situación de escaso crecimiento de la productividad ha tenido continuidad en 2002-2003.

Entre ambos periodos se ha observado un cambio en la cifra de crecimiento que la economía española requiere para crear empleo. Antes de 1994 era necesario un aumento del PIB de al menos el 2% para que produjera aumento del número de ocupados. Dicho límite se redujo notablemente desde 1994 con la reforma laboral del último Gobierno socialista.

El aumento de la productividad no ha acompañado a la mejora en la construcción y los servicios

Bajo este punto de vista, no es justo, por tanto, achacar a las medidas de política económica de las dos últimas legislaturas responsabilidad sobre una pauta de crecimiento con baja productividad. Sencillamente, en la situación anterior no había incentivo suficiente, ante las rigideces de los mercados laborales, para contratar trabajadores de baja cualificación y reducida productividad, mientras que ahora sí lo hay. Hay otros elementos, sin embargo, que merecen analizarse.

Uno es la distribución del crecimiento por sectores productivos. En el último ciclo, la construcción ha tenido influencia notable, pese a su reducido tamaño sobre el total, en el crecimiento del PIB, acompañada por el sector servicios. Desde 1985, una buena parte del dinamismo se debía a la inversión de no residentes en sectores industriales, beneficiados por la apertura al exterior de la industria española, no tanto por la reducción de aranceles como por las oportunidades que brindaba la mera incorporación a la CEE. Ni la construcción ni los servicios son sectores cuyo crecimiento pueda apoyarse claramente en el aumento de la productividad de los trabajadores, a diferencia de la industria.

Otro elemento clave en el comportamiento diferencial de la productividad es la incorporación de inmigrantes al mercado laboral. Es probable que los nuevos entrantes a la población activa en los ochenta tuvieran un salario de reserva elevado respecto al salario medio de la población ocupada. Entre la opción de trabajar con un salario bajo o seguir con los estudios, o sin hacer nada, los potenciales entrantes en el mercado laboral optaban por retrasar la edad de incorporación. La tradicional protección familiar en España retrasaba significativamente las incorporaciones. La falta de ingresos alternativos, en el caso de los inmigrantes, reduce sus posibilidades de elección, tanto en términos de salario como de condiciones laborales.

La mejoría de la renta per cápita de la economía, como medida del bienestar individual medio, puede producirse por tres motivos: aumento de la participación laboral, aumento de la tasa de ocupación y de la productividad de la población ocupada. En el caso español, los dos primeros elementos todavía tienen recorrido, por la baja tasa de participación y por la entrada de trabajadores inmigrantes.

Pero hay razones en la oferta y en la demanda laboral para que el crecimiento económico español se produzca con bajo crecimiento de la productividad, que difícilmente pueden corregirse a corto plazo con medidas de política económica. Además, la situación es delicada ante los procesos de deslocalización industrial, que merman la inversión nueva en los sectores que podrían incorporar más crecimiento de la productividad. La mejora de las condiciones económicas requiere, por tanto, otro tipo de hormonas de crecimiento.

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