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Columna
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El euro, ¿un lastre o un motor?

El año 2003 concluyó con un despertar del crecimiento económico: para EE UU se espera un avance anual cercano al 3% y para Japón del 2,6%. Más espectaculares son las cifras previstas para las restantes grandes economías asiáticas.

Por ejemplo, China estaba creciendo a finales del tercer trimestre a un ritmo anual del 18% a pesar de un incremento de sus importaciones de nada menos que el 40%, y Taiwán un 24%. Incluso países tan perezosos como Rusia y Brasil han iniciado su despegue: la empresa de Putin avanzó durante el año pasado un 8%, según las primeras estimaciones, y Brasil estará cercano al 4%, después de un descenso de casi tres trimestres.

Pero el rezagado es el gran gigante europeo, que también comienza a dar señales de recuperación: después de nueve meses consecutivos de descenso, el PIB alemán crecía a finales de septiembre a un ritmo anual del 0,9%, y Francia a un 1,6%, esperándose para el trimestre final un crecimiento de la zona euro cercano al 3%, la tasa más elevada de los últimos tres años.

Pero persisten sombras en ese proceso, y las más oscuras son los desequilibrios que acechan la recuperación americana; nada menos que un déficit por cuenta corriente del orden del 5% de su PIB y un déficit presupuestario cercano al 6%. El resultado es la rápida depreciación del dólar -desde finales de junio de 2001 la caída de la divisa americana ha sido de un 31% respecto al euro y de poco más del 14% con el yen, debido a las frecuentes intervenciones del Banco de Japón-.

Y lo malo es que mientras persistan el elevado endeudamiento público y privado americano, la única solución será la depreciación del dólar o la subida de los tipos de interés, acompañada de un proteccionismo atizado por las elecciones presidenciales de noviembre.

En Europa, un euro más cercano a 1,35 que a 1,2 dólares podría, para los aficionados al cuento de la lechera, suponer un freno a la inflación, un impulso al consumo privado, con la consiguiente reactivación de la demanda, y un acicate para llevar a cabo las tan traídas y llevadas reformas estructurales. Pero para ello es condición indispensable que el BCE olvide la existencia de un política fiscal abiertamente expansiva y recorte sus tipos de interés, lo cual no parece muy probable habida cuenta que las preocupaciones actuales en Fráncfort son la continua apreciación del euro y las incertidumbres que provoca sobre un proceso de recuperación considerado oficialmente todavía frágil.

¿Y cuáles son las perspectivas para España? El año 2003 va a cerrarse con un crecimiento del orden del 2,4% y las previsiones para este ejercicio se sitúan entre el 2,8% y el 3%, dependiendo de la contribución de la demanda externa, lo que equivale a decir del crecimiento del comercio mundial y el aprovechamiento del mismo por parte de nuestras exportaciones. Igualmente, cabe esperar una leve moderación de la inflación anual -en torno a tasas del 2,7%-, y una mejoría del empleo que difícilmente se notará en una reducción del paro habida cuenta del fuerte crecimiento de la oferta de mano de obra.

Huérfana nuestra economía de una política monetaria propia y habida cuenta que la practicada por el BCE resulta expansiva para el contexto español, la política presupuestaria adquiere una relevancia especial. Los Presupuestos Generales del Estado para 2004 recientemente aprobados prevén un déficit cero para el total de las Administraciones públicas -lo más probable es que 2003 haya terminado con un superávit del 0,2%-, lo que supondría una actuación expansiva que encerrará tanto más peligro cuanto más tarde el BCE en subir sus tipos de interés y el Gobierno en emprender las reformas estructurales tantas veces prometidas.

Pero es de temer que el Gobierno salido de las generales de marzo -y que no estará en situación de actuar hasta casi mediados de año- se va a encontrar con retos políticos más urgentes que las demandas de unas reformas económicas en su mayoría muy poco populares.

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