Rusia 'mon amour'
Desde las históricas decisiones sobre la reducción de los arsenales de armas estratégicas que pusieron fin a la guerra fría Rusia no había recibido tanta atención de los empresarios españoles como la obtenida a propósito de su eventual ratificación del Protocolo de Kioto. Como si en ello les fuera la vida (económica), han recibido con alborozo el diferimiento -no se sabe si transitorio o definitivo- de una decisión que hubiera significado la entrada en vigor del Protocolo de Kioto.
Mientras hay vida, hay esperanza; han debido pensar quienes se ven angustiados por las obligaciones medioambientales asumidas por la UE y por España al amparo de ese compromiso. Que puede traducirse: puesto que a estas alturas no parece existir para España (y sus empresas afectadas) una manera indolora de cumplir los compromisos de reducción de las emisiones de gases con efecto invernadero, démonos una tregua y mantengamos la esperanza de que la manifiesta falta de realismo de las previsiones (un aumento máximo de emisiones del 15% frente a una realidad que desbordaba ya en marzo el 32%) se verá conjurada por la posposición del tan citado Protocolo de Kioto o su modificación. Rusia es, a estos efectos, la gran esperanza.
Ya he expresado en estas páginas lo equivocado que me parece fiar a la desconsideración medioambiental la estrategia competitiva de la industria española. No es preciso ir muy atrás en el tiempo para recordar el coste en eficiencia (y el coste social) en que España incurrió por la tardía adaptación de su economía a las consecuencias derivadas de las sucesivas crisis del petróleo y la nueva estructura de precios relativos.
La internalización de los costes de una determinada calidad ambiental establecida como objetivo se puede distribuir de una u otra forma -dentro de algunos límites-, pero no se puede eludir socialmente. No es por ello razonable que nuestras empresas estén acariciando la posposición de la legislación internacional o europea con la esperanza de evitar los costes y la pérdida de competitividad. No podrán evitarlos pero, si pudieran, tampoco ganarían competitividad de modo estable.
Ni algunos retrasos ni posibles dulcificaciones en la exigencia de los compromisos llevarán a la UE a dar marcha atrás respecto de objetivos para los que las empresas de muchos países miembros llevan tiempo preparándose, con la ayuda y el estímulo -eso conviene subrayarlo- de sus propios Gobiernos.
¿Qué ha fallado en España para que estemos situados en la zona de alto riesgo? Dos cosas, principalmente. Una manifiesta falta de previsión por el Gobierno de las consecuencias de los compromisos adquiridos en el seno de la UE, unida a la más absoluta falta de iniciativa en política medioambiental.
Al Ejecutivo le pareció bien unirse al club de los que apostaban por un medio ambiente mundial más limpio -lo que siempre está bien visto-, especialmente cuando podía exhibir la autorización para elevar sus emisiones de gases hasta en un 15% por encima de los niveles de 1990. Los titulares de la época quedaban aseados y se presentaron como una victoria. Pero el Gobierno no se preocupó de trazar una estrategia dirigida al cumplimiento de esos objetivos ni, mucho menos, un mecanismo de estímulo a los agentes privados para que acomodaran sus comportamientos medioambientales al compromiso asumido.
Por eso criticar hoy al Gobierno por haber obtenido una derogación del compromiso europeo que sólo permite elevar las emisiones un 15% parece mucho menos apropiado que analizar lo poco que se ha hecho para cumplirlo hasta el día de hoy.
La verdad es que al Ejecutivo ni se le ha visto ni se le espera. Al parecer, un asunto de esta envergadura no debe ensombrecer el panorama económico de España en la cercanía de las próximas elecciones. Por ello, la asignación de los derechos de emisión -verdadero caballo de batalla a corto plazo- continuará sometida al mayor de los silencios (e incertidumbres). Y el temprano compromiso de algunos Gobiernos -como el holandés- en la adquisición de derechos de emisión y la creación de 'fondos de carbono' será aquí sustituido, a lo sumo, por una promesa electoral.
¿Quién lo iba a decir? Las empresas españolas confían en Rusia; es nuestra esperanza.