Vuelve Keynes, caiga quien caiga
El debate macroeconómico se centra en si existe o no la necesidad de utilizar los déficit presupuestarios como herramienta de impulso económico. El autor mantiene que las políticas de demanda ya se han empleado y que es hora de las políticas de oferta
Estamos asistiendo a un verdadero revival del pensamiento keynesiano. La culpa la tiene Bush porque si en algún sitio, a pesar de la retórica, se han aplicado medidas de estímulo monetario y fiscal, ha sido en Estados Unidos. Los tipos de interés han caído seis puntos y la posición de las Administraciones públicas ha pasado de un superávit del 3% del PIB a un déficit estimado del 6%. Nada, pues, más keynesiano que en momentos de crisis suplir las deficiencias del gasto privado inyectando dinero, bien dándole a la maquinita de imprimir billetes, bien reduciendo impuestos o bien aumentando el gasto militar. Que de todo ha habido.
La sorprendente recuperación de la economía creciendo a tasas del 7,2% tiende a legitimar ex post esta política. Parecería lógico, pues, que nos planteemos hacer lo mismo en Europa, donde a pesar de la alegría con que se han recogido los últimos datos, lo cierto es que el crecimiento sigue siendo raquítico. Ha llegado la hora, dicen, de desempolvar la Teoría general y arrinconar limitaciones autoimpuestas como el Pacto de Estabilidad y Crecimiento o el propio estatuto del Banco Central Europeo.
La inteligencia europea ha decidido que vuelvan los ingenieros sociales, y recuperar la primacía de la política sobre la economía
En España, mientras tanto, hablamos de otra cosa: de déficit social o déficit de infraestructuras, según la orientación igualitaria o populista del interesado. Pero en el fondo es lo mismo, se trata de llevar al límite la capacidad de actuación del Estado para encontrar atajos que nos solucionen inmediatamente lo que no nos gusta. Hablamos de conseguir atajos para 'hacer converger la renta real', para ser tan ricos como la media de los europeos.
La experiencia nos demuestra que estas prisas siempre nos llevan a incurrir en grandes déficit y a aumentar el endeudamiento público y, como dicen en mi pueblo, el que venga detrás que arree. Pero es una trampa, porque, como afirma el Banco Central Europeo en su último editorial, estabilidad y crecimiento no son alternativos, sino complementarios. Sólo se puede crecer generando credibilidad. Y puestos a hacer trampas, les ofrezco una más barata; con la ampliación de la Unión Europea este verano ya habremos convergido, nuestra renta per cápita estará por encima de la media europea. O sea que ya podemos dejar en paz el Presupuesto, el BCE y el Pacto de Estabilidad, si ese es nuestro objetivo.
Pero si el objetivo es tener una economía más próspera y más dinámica o aumentar de forma sostenida la capacidad de crecimiento, entonces hay que hablar de otra cosa: de políticas de oferta y de reformas estructurales. Las políticas de demanda sirven para amortiguar la intensidad del ciclo; y eso si no nos pasamos y lo hacemos explosivo. Y ya las hemos utilizado: el BCE ha bajado tres puntos los tipos de interés y el Pacto de Estabilidad ha permitido el juego de los estabilizadores automáticos y retrasar el equilibrio presupuestario hasta que la economía se acerque al crecimiento potencial. Podemos discutir si el BCE debería relativizar su objetivo del 2% de inflación o si el Pacto de Estabilidad ha de prestar más atención al componente estructural. Pero esas son discusiones técnicas que a nadie interesan, aunque de que acertemos depende el bienestar y la prosperidad inmediata.
Aquí parece que lo importante es en una legislatura cubrir el déficit de atención a la población dependiente o llenar Madrid de las autopistas que constriñen su expansión. Loables intenciones todas ellas, pero de pagar la deuda ya hablaremos, porque siempre se pueden subir los impuestos o tener un poco más de déficit. Y da igual, porque el noble fin justifica los medios. Ya lo ha hecho Bush, y le ha salido bien. Aunque nadie nos quiera explicar que Estados Unidos tenía margen de maniobra porque su economía es más flexible, más liberalizada, más competitiva y más joven. Una economía donde el mercado de trabajo ajusta rápidamente los salarios a la productividad y los costes fijos de empleo son pequeños; donde la movilidad geográfica de personas y capitales en búsqueda de mejores oportunidades de empleo o inversión es elevada; donde se crean y se destruyen empresas con facilidad; donde las pensiones de jubilación no constituyen un inmenso pasivo público y donde los excesos se castigan implacablemente como estamos aprendiendo de las actuaciones de la SEC y de la Fiscalía de Nueva York. Pero eso da igual, porque la inteligencia europea ha decidido que vuelvan los ingenieros sociales y recuperar la primacía de la política sobre la economía. Y en ese propósito intervencionista le sirven bien Keynes y Stiglitz.