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Columna
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Las burbujas de la economía

Parece que los inversores en Bolsa no las tienen todas consigo y verdaderamente razones no les faltan. Después de tantos pronósticos de recuperación económica incumplidos, no acaban de creerse que esta vez sea la buena. La subida de los índices bursátiles a ambos lados del Atlántico desde la pasada primavera ha sido incapaz de superar amplia y durablemente las significativas barreras del 10.000 en el Dow Jones o el 7.000 en el Ibex 35.

Contrariamente a lo que cabría esperar, los mercados han tenido una reacción prudente al fuerte crecimiento (7,2% anual) de la economía norteamericana en el tercer trimestre. Claro que es posible que recuerden cómo las esperanzas suscitadas por un crecimiento similar año y medio antes se vieron frustradas en el trimestre siguiente por un práctico estancamiento.

A esta actitud reservada de los inversores también están contribuyendo probablemente los serios problemas e incertidumbres que todavía se ciernen sobre la economía mundial.

Para empezar, hay razones para dudar de que esa economía haya iniciado por fin una tendencia alcista, vigorosa y duradera. La fuerte expansión del tercer trimestre fue debida fundamentalmente a un crecimiento del consumo de bienes duraderos y de la construcción de viviendas nada menos que del 27% y 20% anual, respectivamente.

El hecho de que estos componentes de la demanda hayan sido el principal motor de la economía -y no haya habido por tanto una demanda insatisfecha de los mismos- y que éste renovado vigor se deba a un recorte de impuestos y a la continuada refinanciación de hipotecas, hace presagiar una pronta inflexión de su tendencia.

Pero seguramente lo que más está llevando al desánimo de los inversores es el temor de que la incertidumbre creada por los enormes y crecientes déficit público y exterior de la economía norteamericana se resuelva como en circunstancias similares en el pasado, y más bien pronto que tarde. El presidente Bush ha venido afirmando que está a favor de un dólar fuerte, pero el importante y continuado declive del billete verde hace recordar a San Agustín -'Señor, dame la castidad..., pero todavía no'-. Bush quiere, naturalmente, un dólar fuerte, pero no ahora. Es más, cabe pensar que dentro de un año, después de las elecciones presidenciales, hará, si las gana -y no se diga si es otro el presidente-, el ajuste draconiano que esa economía viene exigiendo, dejando caer el dólar hasta donde haga falta, con las nefastas consecuencias para la economía mundial que huelga comentar.

Todo esto lleva a pensar que la actual subida que viven las Bolsas es la reacción a la fuerte caída -del orden del 45% y 60%, respectivamente, en EE UU y en Europa desde el máximo del año 2000 al mínimo del 2003- que sobrevino al explotar la burbuja bursátil que se formó a ambos lados del Atlántico.

Las importantes pérdidas sufridas por quienes invirtieron en Bolsa hace cuatro o cinco años y las dudosas perspectivas sobre la evolución de estos mercados no son las condiciones más idóneas para la inversión mobiliaria, pero sí lo son, junto a unos tipos de interés históricamente bajos, para desviar las inversiones hacia el mercado inmobiliario y crear así una nueva burbuja en Europa, particularmente en Reino Unido y España.

El Banco de Inglaterra, a la vista fundamentalmente de unos precios de mercado de las viviendas que han superado ampliamente las definiciones históricas o razonables de equilibrio, ha subido hace unos días el tipo de interés en 25 puntos básicos, hasta el 3,75%. Probablemente ese desequilibrio de precios es aún mayor en España, pero el Banco de España no puede hacer lo mismo, como sin duda desearía, y tiene que limitarse a predicar -hasta ahora inútilmente- la moderación en la práctica hipotecaria. Porque para un banco central, prudente por definición, ante las dudas sobre la existencia o no de una burbuja, los efectos negativos de frenar la expansión en ausencia de la misma no se pueden comparar con los de su eventual explosión (véase el Japón).

Hay que señalar, sin embargo, la excepción que confirma la regla de uno de los grandes bancos que ya está frenando esta parcela de su actividad. En el pasado ya ha dado prueba de su buena gestión al no haber participado en la aventura latinoamericana. Es de temer que los que sí lo han hecho bien pudieran acrecentar aún más la inmensa acumulación de créditos hipotecarios pensando que, si las cosas vienen mal dadas, a la cúpula dirigente les volverá a salir gratis total como entonces, aunque no así a los accionistas ni a la economía.

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