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Tribuna
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Mito y realidad de la recesión alemana

La reunión bilateral entre Aznar y Schröder de esta semana ha escenificado nuevamente el distanciamiento entre Alemania y España en los asuntos comunitarios, además de poner de relieve la distinta situación económica que viven ambos países. El enfrentamiento dialéctico de meses atrás sobre los fondos estructurales y la actual disputa sobre el sistema de votación en la UE han alimentado la visión, desde algunos sectores, de una Europa dinámica contrapuesta a otra anquilosada y enferma.

Sin embargo, un análisis más pormenorizado de ambos fenómenos, tanto del boom español como de la recesión alemana, nos debería permitir poner en duda tanto la solidez del primero como la gravedad del segundo.

Unas semanas atrás, el anuncio de un muy probable crecimiento nulo para este año fue acogido con relativa satisfacción en Alemania, tras repetidas estimaciones de retroceso y ante la perspectiva de cifras positivas en 2004.

La severidad de las estadísticas no debe hacernos olvidar que las tasas de crecimiento de España y Alemania no son siempre comparables, dados sus distintos estadios de desarrollo. La diferencia en PIB per cápita, y por tanto en capacidad de crecimiento entre ambos países es similar a la existente, por ejemplo, entre España y Eslovenia.

En cualquier caso, la atonía del PIB alemán sigue siendo preocupante ante el relativo dinamismo de otras economías ricas como EE UU, justificando con creces las ya iniciadas reformas estructurales. Sin embargo, la capacidad de innovación y la competitividad del país en los mercados internacionales no se han visto sustancialmente afectadas por la situación económica.

El estudio anual del Foro Económico Mundial situaba a Alemania en un meritorio decimotercer puesto en cuanto a capacidad futura de crecimiento, por delante de Reino Unido o de España. Frente a esta clasificación, basada en criterios macroeconómicos y estructurales objetivos, el ranking de competitividad empresarial -elaborado a partir de entrevistas con empresarios- mejoraba incluso el encuadre alemán hasta un destacado quinto puesto.

En términos estadísticos, esta competitividad se manifiesta claramente en su capacidad exportadora e inversora. Además de liderar la inversión en Europa del Este, Alemania es uno de los pocos países que muestra superávit comercial con China, el país más competitivo del mundo en la actualidad. En el caso español, en cambio, las importaciones de China son seis veces superiores a nuestras exportaciones. Recientemente, la firma Thyssenkrupp llegó incluso a vender a China una planta entera de acero de unas 250.000 toneladas. Al mismo tiempo, Alemania exporta servicios de alto valor añadido al mundo entero. A modo anecdótico, una empresa informática con sede en Berlín es responsable de los efectos especiales de la nueva entrega cinematográfica de Matrix.

En el plano empresarial, es preciso recordar cómo los periodos de recesión son especialmente propicios a las reestructuraciones y a la toma de posiciones en nuevos mercados. Así, algunas empresas familiares alemanas aprovecharon la larga atonía bursátil para adquirir a sus homólogas cotizadas.

En esta línea, algunas empresas españolas han realizado recientemente importantes compras de sociedades alemanas, como Cortefiel con Werdin, NH con Astron y Uralita con Pfleiderer. Sin embargo, las dos primeras experiencias han resultado hasta la fecha negativas, debido esencialmente a la clara orientación de estas empresas hacia un consumo interno estancado. En cambio, la compra de la empresa puntera en aislamientos térmicos ha mejorado la competitividad de Uralita en el ámbito internacional, además de diversificar sus fuentes de negocio.

En términos prácticos, y más allá de la infructuosa dialéctica política, la recesión alemana no debería desviar nuestra atención de las interesantes oportunidades que sigue presentando aquel país a las empresas españolas. La entrada en el mercado alemán permite en muchos casos mejorar la competitividad global y establecer sólidas plataformas para acceder a los emergentes países de Europa central y oriental, cuya competencia constituye para España una amenaza más apremiante que la pérdida de un puñado de votos en el Consejo o Parlamento europeos.

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