_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El sueño de Jovellanos

Cuando Jovellanos soñaba, como otros pensadores ilustrados, que 'la plenitud de la instrucción' habilitaría a los individuos para adquirir su felicidad personal y concurrir al bien y prosperidad de la nación (Bases del Plan General de Instrucción Pública, 1809), no podía sospechar que nosotros, ahora, dos siglos más tarde, tras los esfuerzos realizados en materia de educación durante 25 años de democracia, constataríamos lo lejos que estamos de haber procurado tanto la felicidad personal como la prosperidad general.

Aunque no hay datos sobre el estado de la enseñanza a principios del siglo XIX, sabemos que todavía en 1900 un 59% de la población española no sabía leer y escribir, siendo analfabetas el 70% de las mujeres. En esas condiciones, que lógicamente serían peores en tiempos de Jovellanos, no es difícil que se pusieran grandes esperanzas en una enseñanza pública, universal, cívica y humanista, como la que había defendido Jovellanos y que, pocos años más tarde de su plan general, inspiraría la Constitución de Cádiz de 1812.

En la actualidad, sólo el 3% de la población española es analfabeta, generalmente personas ancianas; un 37% tiene estudios primarios; un 46% ha alcanzado estudios medios o de formación profesional, y el 14% restante tiene estudios superiores.

Por si ello fuera poco, además de la total escolarización desde los 4 hasta los 16 años, se ha roto con la discriminación hacia la mujer, y de los 1,5 millones de universitarios, el 53% son mujeres en la actualidad, y también se ha acabado con la discriminación social que llevaba a que, todavía en 1975, apenas llegara a la universidad el 1% de los hijos de padres con estudios primarios o analfabetos, mientras que ahora cursan estudios universitarios el 37% de los hijos cuyos padres tienen esos bajos niveles educativos.

Pero, a pesar de tan espectaculares logros, el sueño de Jovellanos sigue sin cumplirse. Podría pensarse que es irrealizable o fijarse en detalles tan accesorios como el del absentismo escolar, que tan ocupados ha tenido a nuestros pensadores hace pocos días, pero si se atiende al fundamento de las ideas ilustradas y progresistas se puede ver que, sencillamente, la causa de estar cada vez más alejados del sueño de felicidad y de progreso puede obedecer a que nuestro sistema educativo está transmitiendo, como quizás sea inevitable, la pobreza intelectual reinante y los nuevos valores que imperan en nuestra sociedad.

Así, la idea ilustrada de la utilidad pública que puede conseguirse venciendo la ignorancia de los seres humanos, cede terreno ante el egoísmo, la insolidaridad y un objetivo último de éxito personal que, para colmo, acaba situando a triunfadores de dudosos méritos como ejemplo a seguir.

Archivado En

_
_