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Tribuna
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El BCE con nuevo presidente

El primer cambio que debe imprimir al BCE su nuevo presidente, Jean-Claude Trichet, es que la autoridad monetaria deje de dar lecciones a los políticos, algo que su predecesor convirtió en hábito. Esa no es, según el autor, la misión del presidente del banco central

El Banco Central Europeo (BCE) tiene nuevo presidente. Jean-Claude Trichet ha tomado el relevo del peculiar Wim Duisenberg. ¿Cuál será la diferencia? La respuesta cínica diría que imperceptible. El BCE no es la Reserva Federal de EE UU, donde el presidente coge claramente las riendas. La estructura institucional del sistema de bancos centrales de la eurozona es muy diferente. Los gobernadores de los bancos centrales ejercen una considerable influencia en la toma de decisiones en la zona euro y continuarán limitando el poder del presidente. Aun así, cabe esperar que se produzcan algunos cambios en la manera en que el BCE guía su política monetaria y cómo la explica a la opinión pública.

Hay algunas áreas en las que el cambio es necesario. Primero, sería sabio que el nuevo presidente dejase de dar lecciones a los políticos sobre lo que deben hacer. Duisenberg convirtió en un hábito las constantes críticas a los políticos europeos por no lograr reducir los déficit y por posponer la introducción de reformas estructurales.

El objetivo de mantener el 2% en la zona euro requiere que la inflación en Francia y en Alemania se aproxime demasiado a cero

El presidente del banco central no debe dedicarse a eso. El Tratado de Maastricht consagra la independencia del BCE, piedra angular en la consecución de la estabilidad monetaria. La independencia, sin embargo, atañe a ambas partes. Quiere decirse que los políticos no deben interferir en la actividad de los banqueros centrales. Pero implica también que los representantes del banco central deben abstenerse de inmiscuirse en los asuntos de los Gobiernos nacionales. Los constantes sermones desde Fráncfort podrían un día volverse como un bumerán si el BCE comete errores importantes.

La estrategia de la política monetaria es el segundo aspecto que necesita un cambio. Cuando el BCE inició su labor, el objetivo primordial era establecer una sólida reputación como duro combatiente de la inflación. Para conseguirlo, el BCE definió la estabilidad de precio como una tasa de inflación del 2% como máximo, el objetivo más bajo de todos los bancos centrales del mundo industrializado. Y eso no ha cambiado con la 'clarificación' que el BCE formuló en mayo de este año sobre su objetivo de inflación. La meta oficial continúa siendo mantener la inflación por debajo del 2%.

Pero parece cada vez más obvio que se trata de un nivel demasiado bajo, lo que para muchos economistas constituye un error por diversas razones. Las estadísticas oficiales, por ejemplo, tienden a sobreestimar la tasa de inflación. Además, el objetivo de mantener el 2% como media en la zona euro requiere que la inflación en países como Francia y Alemania se aproxime demasiado a cero. El principal argumento contra un objetivo tan ambicioso, sin embargo, lo proporciona el hecho de que el BCE haya sido incapaz de lograrlo la mayor parte del tiempo desde 1999. Y no es probable que sea diferente en el futuro. Las rigideces en las economías europeas impiden que la tasa de inflación caiga muy por debajo del 2% durante un periodo largo de tiempo. El BCE, por tanto, continuará sin conseguir su objetivo. Por consiguiente, debería dejar de aparentar que quiere lograrlo.

Tampoco hay necesidad para intentar empujar el tipo de inflación por debajo del 2%. La mayoría de los banqueros centrales que se han fijado un objetivo de inflación se lo han planteado de un modo mucho más relajado. Han definido su meta como un término medio, del 2,5% por ejemplo, permitiendo una banda de flexibilidad tanto arriba como debajo de la misma. Se trata de un planteamiento más correcto que definir un máximo imposible de respetar la mayor parte del tiempo. Esos banqueros centrales, además, han sido capaces de mantener la tasa de inflación al mismo nivel que en la zona euro. Y al seguir una estrategia mucho más relajada se han ahorrado la necesidad de tener que explicar cada mes por qué la tasa de inflación está por encima de la referencia.

El BCE es ahora una institución madura. Ya no necesita demostrar su seriedad frente a la inflación. El nuevo presidente puede guiar al BCE hacia una nueva era en la que los objetivos oficiales se formulen de una manera realista. Así se evitaría la mala reputación que acompaña a una institución que no puede responder con hechos a sus promesas.

Doctor en Economía, profesor de la Universidad de Lovaina (Bélgica) y senador en el Parlamento belga. Autor de 'Economics of Monetary Union'

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