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Opinión
Tribuna
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Qué hacer tras la reunión de Cancún

Mucho se ha escrito en las últimas semanas sobre el fracaso de la reunión ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Cancún. Sin querer entrar a buscar responsables, lo cierto es que hemos perdido una ocasión excelente de contribuir a mejorar la gobernanza internacional y de dar un empujón a la economía internacional.

Cancún consistía en avanzar hasta la mitad del camino en el programa de negociación que adoptamos a finales de 2001 en Doha. Si no lo hemos conseguido, ha sido simplemente porque la distancia que separaba las posiciones de negociación no se redujo suficientemente. No se puso en marcha una dinámica de negociación, que es la que logra reducir las diferencias, al ir generando progresivamente la perspectiva de un resultado positivo y hacer que cada vez haya más delegaciones que deseen el éxito sobre el fracaso.

Algunos han achacado el fracaso al proteccionismo agrícola de los países del norte; otros han hablado de una fractura norte-sur; otros han hablado del deseo de la UE de imponer a países pobres nuevas obligaciones en materia de transparencia en las transacciones comerciales -los tan traídos temas de Singapur-. Finalmente, otros han acusado a la falta de respuesta de la OMC a las reivindicaciones de un grupo de países africanos al problema del algodón.

La coalición del G-21 traduce la voluntad de los grandes países emergentes de afirmarse en la escena internacional

Lo cierto es que con avances en Cancún ganábamos todos y que sin ellos todos hemos perdido.

A la UE le interesaba enormemente el éxito del programa de Doha, y por lo tanto deseaba avances en Cancún, posición táctica nada cómoda. Ahora bien, llegábamos a Cancún con los deberes hechos: habíamos puesto sobre la mesa propuestas en todos los puntos de la agenda, respondiendo a los intereses de países en desarrollo. Seguíamos una tendencia que habíamos comenzado antes del lanzamiento de la negociación en Doha, con la apertura total de nuestro mercado a los países más pobres del mundo bajo la iniciativa 'todo menos armas', incluidos todos los productos agrícolas.

Conscientes de la importancia de la agricultura para países en desarrollo, y no olvidemos que la UE es ya hoy el mayor importador del mundo de productos agrícolas, propusimos eliminar las subvenciones a la exportación para productos de interés para países en desarrollo, reducir sustancialmente las ayudas a nuestros agricultores que tienen un impacto negativo sobre el comercio internacional y ofrecimos un mayor acceso a nuestro mercado reduciendo nuestros aranceles. Todo ello con luz y taquígrafo: con cifras. En agosto, y después de que muchos países nos lo pidieran, llegamos a un acuerdo con EE UU. No se trataba de una alianza estratégica: queríamos obligarle a reducir sus ayudas agrícolas que, al contrario de la UE, se habían disparado en los dos últimos años con el Farm Bill.

En Cancún se formó el denominado G-21, en el que se cuentan Brasil, India, China y Sudáfrica. Además de su interés agrícola, este grupo buscaba hacer oír la voz de los países en desarrollo frente a un supuesto duopolio europeo-norteamericano. Extraño duopolio, dada la diferencia en las posiciones de EE UU y de Europa sobre el acceso a los medicamentos, sobre los temas de Singapur o las indicaciones geográficas. Creo que esta coalición traduce la voluntad de los grandes países emergentes de afirmarse en la escena internacional. No pudieron hacerlo en las Naciones Unidas con respecto a Irak. Y lo han hecho en Cancún con respecto al comercio. Para el G-21, la suma del éxito político de la afirmación de su existencia y de su interés en mantener altos niveles de protección para productos industriales ha pesado más que las perspectivas de éxito sobre la agricultura, sin duda también atractivas. En el caso de EE UU, pesaron las escasas perspectivas de un mayor acceso a los mercados agrícolas e industriales, que era su ambiciosa posición inicial. Pero lo que finalmente inclinó la balanza del lado negativo fue la perspectiva de una negociación separada sobre un producto políticamente muy sensible, el algodón.

Para los países menos avanzados y los de África (el G-90) parecieron pesar más los inconvenientes de la erosión de las preferencias comerciales de las que disfrutan en nuestros mercados, que las ventajas que tenían al alcance de la mano en otros ámbitos. De ahí que rechazaran el compromiso de limitar a dos los temas de Singapur: la transparencia de las transacciones comerciales y de las contrataciones públicas. Rechazo simétricamente opuesto, por parte de Corea, que deseaba mantener la inversión y la competencia en la negociación.

Con esta rápida descripción de las principales posiciones es claro cuán inexacta es la explicación del fracaso de Cancún por una súbita fractura entre norte y sur en la OMC. En Cancún no había un norte y un sur enfrentados, sino nortes y sures que no lograron encontrarse.

Se nos ha acusado, lo he leído y oído, de haber sido demasiado lentos. ¿Pero con respecto a quién o a qué? ¿Con respecto a todos los demás participantes principales que no variaron un ápice su posición? Aceptaría de buen grado esta crítica si el proceso de debate hubiera tomado velocidad. Creo que tenemos suficientes testigos para probar que no fue así.

La cuestión que nos planteamos ahora es, qué hacer, cuando tenemos gran parte de nuestro capital político invertido en este programa de negociaciones que, como dije en Cancún, si no está muerto se encuentra como mínimo en la unidad de cuidados intensivos. En la UE vamos a evaluar, a debatir y a proponer, con el espíritu de diálogo y unidad europea que nos ha animado desde el principio de esta empresa. Tranquilamente, con la cabeza fría, sin precipitación, esperando que otros harán lo mismo y que una vez más la sabiduría colectiva prevalecerá.

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