Recuperación y política económica
La economía americana da muestras de recuperación, pero las dudas sobre su robustez persisten. Carlos Sebastián analiza los desequilibrios económicos y sus consecuencias
Los datos de la economía americana, aunque no todos buenos, apuntan de forma clara a la recuperación de la mayor economía del mundo. Hay razones, sin embargo, para dudar de la salud de esta recuperación. Ni aunque se cumplieran las previsiones de algunos, que sitúan en el 4% el crecimiento de aquella economía en la segunda parte de 2003 y en el conjunto de 2004, podríamos estar seguros de su robustez.
La recesión de 2001 y la vacilante recuperación de los últimos trimestres no han servido para disminuir los profundos desequilibrios que sufre la economía americana. De hecho, algunos han empeorado y han aparecido otros nuevos. Las familias americanas han aumentado su endeudamiento en la crisis. Pese a las ayudas recibidas, en la forma de rebajas fiscales y en reducciones de tipos de interés, el ahorro doméstico sigue siendo negativo, mostrando una total ausencia de ajuste. Aunque el sector empresarial parece haber reducido sus desequilibrios, tras un largo periodo en el que la inversión y el empleo han caído, el sector público ha pasado de un superávit del 2% del PIB a un déficit de casi un 4%. Lo que resulta más agresivo de lo que constituiría una política fiscal anticíclica. Y más si el grueso del incremento del gasto ha tenido destino militar.
La ausencia de ahorro familiar y el fuerte desequilibrio fiscal están detrás del otro importante desequilibrio macroeconómico: el aumento del déficit por cuenta corriente que se encuentra ya en el 5% del PIB. Salir de una recesión con un aumento sustancial del déficit exterior representa algo así como una oportunidad perdida. Ahora la corrección de este desequilibrio, sin que se produzca una contracción de la demanda interna americana, sólo será posible mediante una combinación de depreciación del dólar y de recuperación de las otras economías desarrolladas. Pero Europa no parece preparada para contribuir a este proceso. Y, precisamente, la depreciación del dólar está frenando (y lo puede hacer aún más) la recuperación europea.
El aumento del endeudamiento público y las expectativas de un mayor crecimiento puede presionar al alza los tipos de interés. Es más, unos tipos de interés más altos pueden ser necesarios para que los ahorradores extranjeros estén dispuestos a seguir suscribiendo los crecientes volúmenes de títulos del Tesoro. Si esos ahorradores no quisieran mantener más títulos americanos el dólar sufriría un duro golpe, con consecuencias de difícil anticipación. Pero si los tipos aumentan, las familias tan endeudadas sufrirán (las empresas también) y la recuperación podría abortar.
Todo ello arroja algunas dudas sobre la política seguida durante la crisis. La alabada política monetaria de Greenspan contribuyó a la suavidad de la recesión, pero también a la ausencia de ajuste. Hay quienes culpan a la Reserva Federal de cierta responsabilidad en la burbuja bursátil de finales de los noventa, por no cambiar el sentido de su política ante la inflación en los precios de esos activos. Y puede no faltarles razón. Ahora se le puede reprochar un activismo excesivo, que no ha tenido en cuenta todas las consecuencias de su política. Y la política fiscal de Bush, si es que la evolución presupuestaria ha obedecido a criterios de política económica y no a otros criterios, está siendo a todas luces excesiva y distorsionante.