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Columna
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Virtualidad presupuestaria

Anselmo Calleja subraya que la incapacidad de los Presupuestos Generales para iluminar las decisiones de los agentes económicos, a causa de su opacidad, se acentúa con unas previsiones desmentidas regularmente por los hechos

Los Presupuestos Generales del Estado son la manifestación más importante de la política económica (y casi de política tout court) con la que los poderes públicos pretenden alcanzar entre otros objetivos un determinado ritmo de expansión en cada ejercicio anual. Su importancia se deriva del peso de las grandes masas de gastos e ingresos públicos; de que las decisiones de gasto de familias y empresas pueden venir influenciadas significativamente por las medidas que incorporan y por las expectativas que generan las previsiones económicas que los acompañan.

Pero para que este importante instrumento de política económica pueda cumplir eficazmente su cometido debería expresarse en términos que los no expertos en las abstrusas definiciones de la contabilidad pública puedan efectuar un mínimo análisis de su contenido, cosa que no es posible hoy en día.

Esta falta de sinceridad de los Presupuestos hace que en este aspecto España haya sido y siga siendo diferente de las economías avanzadas, que consideran que la confianza de los agentes económicos en este instrumento se basa en su transparencia.

Parece probable que la economía española no podrá contar con el impulso del motor exterior en la medida de lo esperado

Según parece, el proyecto del primer informe económico y financiero que viene acompañando el proyecto de Ley de los Presupuestos Generales del Estado para argumentar su justificación se inspiró en los dos principios básicos (y lógicos) que seguían idénticos documentos en dichas economías. Concisión en su exposición para no crear el rechazo de su lectura y, sobre todo, una presentación de los agregados presupuestarios en términos tales que permitan como mínimo hacer un juicio sobre los objetivos -estabilidad económica y equidad social- que los Presupuestos (se supone) pretenden alcanzar.

No se sabe por qué (¿o quizás sí?) ese proyecto que se presentó a mediados de los setenta no se materializó siguiendo esos principios y así el documento que vio la luz, el llamado libro amarillo, fue creciendo en extensión, pero sin aportar la información necesaria sobre el importante asunto que iban a discutir sus señorías. Lo realmente sorprendente, sin embargo, es que cabe suponer que hoy se dispone de la información necesaria para que ese documento pueda ser suficientemente esclarecedor, pues la presentación del saldo presupuestario en términos de contabilidad nacional a que obliga la Ley de Estabilidad Presupuestaria requiere la existencia de los agregados presupuestarios en las mismas definiciones.

La incapacidad de los Presupuestos para iluminar adecuadamente las decisiones de los agentes económicos por su opacidad se acentúa con unas previsiones económicas desmentidas regularmente por los hechos, como va a ocurrir sin duda con las de 2004.

Bastaría simplemente con corregir la incongruencia de la evolución prevista en dos agregados importantes para reducir el crecimiento esperado en bastante más de un punto porcentual. Aun suponiendo que la elasticidad de las importaciones respecto a la demanda total no prosiga su tendencia alcista, la aplicación de su nivel actual acrecentaría en más de tres puntos porcentuales el aumento previsto para las importaciones, detrayendo como consecuencia más de un punto del crecimiento del 3% previsto para el próximo año.

Tampoco se ve de dónde va a venir el estímulo que lleve a la fuerte aceleración prevista para la inversión en equipo dado, por un lado, su práctico estancamiento en los primeros seis meses de este año (corregido de variaciones estacionales) y el importante margen de capacidad ociosa que debe haber en la economía después de que este agregado haya crecido (el 65%) casi el triple que el PIB en los cinco años hasta el 2000.

El crecimiento del 3% en 2004 se basa en el estímulo que proporcionan dos motores. El exterior, movido más por los deseos que por la realidad de que la recuperación económica global acuda esta vez a la cita, impulsada por un mayor dinamismo de la economía norteamericana. Pero los datos que van apareciendo son muy erráticos y contradictorios e incluso uno de los más relevantes -los del empleo- no auguran nada bueno para esa economía, pues su fuerte caída es más propia de una economía en recesión.

Las empresas muestran así el deterioro de sus expectativas e intentan curarse en salud ante el ajuste que consideran inevitable más pronto que tarde en la economía norteamericana, hoy embarcada en una huida hacia delante de enormes y crecientes déficit presupuestario y exterior.

Del mismo modo, nuestros mayores socios en el euro no se quieren percatar de que el posible estímulo a corto plazo de un creciente déficit público (hasta ahora nulo, si no negativo) queda más que compensado al minar la confianza de familias y empresas, base de un crecimiento sostenido. El ejemplo más representativo de este error de apreciación quizás lo dé nuestro vecino galo cuando para combatir el paro recurre a la trasnochada política populista de recortar impuestos, cuando el déficit público se sitúa en el 4% del PIB.

Si como parece probable la economía española no va a poder contar con el impulso del motor exterior en la medida de lo esperado, va a ser preciso para mantener simplemente su actual ritmo de crecimiento que aceleren el suyo los dos factores que desde hace varios años viene manteniendo su expansión: el consumo privado y la construcción. Lo que todavía parece más improbable.

La combinación de recorte de impuestos, bajos tipos de interés, llegada masiva de inmigrantes con grandes necesidades que cubrir y el importante aumento del empleo han hecho del incansable consumidor el sostén de la economía en estos años comprando viviendas y todo lo que necesitan para hacerlas habitables, acudiendo sin tregua a los grandes centros comerciales para satisfacer sus ilimitadas necesidades.

Para mantener este ritmo de gasto las familias han recurrido alegremente a un crédito barato, pero su deuda no puede crecer permanentemente más que su renta como ha venido ocurriendo. Antes o después las familias decidirán que ya se han endeudado demasiado y antes o después los institutos de crédito encontrarán que se han agotado los buenos riesgos crediticios y este proceso llegará a su fin.

Es difícil predecir este momento, pero podría estar más cerca de lo que se piensa, pues lógicamente la probabilidad de que llegue crece proporcionalmente a la duración del proceso que ya sobrepasa las expectativas.

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