El fantasma de Seattle
La reunión de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Cancún corre peligro de convertirse en una edición revisada de la celebrada en Seattle (Estados Unidos) en 1999. El fracaso de aquella cita fue achacado a las protestas callejeras de los manifestantes anti-globalización. Una broma pesada que quedará en los anales de la historia como verdad incontestable gracias a la manipulación vergonzosa de los hechos por parte del Gobierno anfitrión y secundada sin pestañear por todas las grandes potencias.
La verdadera batalla de Seattle no se produjo en las calles sino dentro del Palacio de Congresos, que es donde los equipos negociadores fracasaron en su intento por sellar un pacto que permitiera culminar con éxito aquella ronda de liberalización comercial. Los mayores escollos fueron la negativa de EE UU, Europa y Japón a recortar sus subsidios agrícolas; y la pretensión del Gobierno de Bill Clinton de imponer a los países pobres estándares laborales y de protección del medio ambiente que, a todas luces, no estaban en condiciones de financiar. Cuatro años más tarde, el tema agrícola amenaza de nuevo con hacer descarrilar la ronda iniciada en Doha (Qatar) a finales de 2001.
Pese a los reiterados propósitos de enmienda hechos por las grandes potencias, las cifras indican claramente que poco o nada ha cambiado desde Seattle. Japón subvenciona a sus agricultores con unos 47.000 millones de dólares al año, Estados Unidos con casi 50.000 millones y la Unión Europea con más de 90.000 millones. Ayudas que no sólo benefician a pequeñas explotaciones de carácter familiar, esa imagen idílica del agricultor que se empeñan en difundir los políticos de las mayores economías, sino que sobre todo van a parar las arcas de los grandes conglomerados agroalimentarios. El resultado de esta política es que millones de agricultores de los países en desarrollo son incapaces de competir con los productos subvencionados de las grandes potencias, a pesar de que subsisten con salarios de un dólar al día.
Sabiendo, como sabemos, que el comercio internacional es uno de los pilares básicos del crecimiento económico, resulta inexcusable que la defensa de estos gigantescos subsidios ponga en peligro la nueva ronda negociadora. Un fracaso en Cancún agravaría algunos de los factores más desestabilizadores de nuestra economía global (creciente desigualdad, flujos migratorios masivos, mayor inestabilidad geopolítica), en un momento en el que las grandes economías necesitan movilizar todos los resortes disponibles para salir de la crisis que las azota.
La UE ya ha aprobado una reforma de la Política Agrícola Común (PAC) que reduce el volumen de ayudas directas a la producción. Un paso en la buena dirección que debería coronarse con un acuerdo en Cancún que, de una vez por todas, implante unas reglas del juego más razonables.