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Columna
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Luis Ángel Rojo y Galdós

El actual número de la revista Claves de Razón Práctica, correspondiente a julio-agosto, ha publicado un amplio resumen del discurso de ingreso a la Real Academia de la Lengua de Luis Ángel Rojo, pronunciado el pasado 1 de junio, en el que el catedrático de Teoría Económica y ex gobernador del Banco de España analiza la evolución de la sociedad madrileña a través de los testimonios literarios de Benito Pérez Galdós.

El interés de repasar la situación social y económica del siglo XIX apoyándose en la obra narrativa de Galdós se encuentra, por un lado, en aprovechar la fina percepción de los problemas de su época que este escritor demostró tener y, por otro, en un aspecto fundamental, al que difícilmente una personalidad como Luis Ángel Rojo podría sustraerse, y que radica en la emoción con que sólo la literatura puede expresar dichos problemas, dándoles vida a través de unos personajes dotados de una humanidad que impulsa al lector a participar de sus sufrimientos y esperanzas.

De este modo, las citas que hace Rojo de Galdós permiten adentrarse, por ejemplo en las cuatro novelas de Torquemada, en las relaciones entre nobleza y burguesía en tiempos de la Restauración, y lo hacen elocuentemente, mediante la narración del sacrificio a que la arruinada familia del Águila somete a la jóven (joven) Fidela, obligándola a casarse con el avaro Francisco de Torquemada, sin importarles los vacíos que ese matrimonio producirían en su alma o, aprovechando la novela El caballero encantado, donde un aristocrático castellano de viejo cuño ha de convertirse por artes mágicas en un modesto labriego para llegar a entender una realidad de España que sólo podrá ser más justa y más rica mediante el trabajo y mediante la educación.

El poder testimonial de la literatura de Galdós que acaba de rescatar Luis Ángel Rojo en su excelente discurso fue ya destacada en vida del propio autor, entre otros por un escritor como Pío Baroja, quien a su vez seguiría la estela de Galdós denunciando, y de qué manera, una realidad social que se le hacía insoportable.

Cuando tenía 29 años, en El País del 31 de enero de 1901, Baroja escribió un entusiasta artículo titulado Galdós vidente, a propósito del estreno teatral de Electra: 'Como obra de arte es una maravilla, como obra social es un ariete. Luchan allí dos principios que se agitan en nuestra sociedad moderna: la rebeldía por un lado, que sueña en la conquista del mundo para el bien, para la ciencia, para la belleza, para la vida; el dogma, por el otro, que quiere afirmar la vida, para ganar el cielo, con los rumores del órgano'.

Luis Ángel Rojo destaca la posición firme de Galdós a favor de la enseñanza laica y cómo el estreno de Electra situó a don Benito en primera fila del sector anticlerical. Releyendo Electra sentimos indignación ante el insultante candor de Evarista, quien, consolando su conciencia con fuertes donaciones a los curas, se congratula cínicamente de que Dios arroje sobre su familia caudales y más caudales, que cada año les caiga una herencia, que las fincas compradas, al año, tripliquen su valor y que, cada vez que adquieren un erial, su subsuelo sea un inmenso almacén de minerales.

También en esa obra de teatro, como a Baroja y a Luis Ángel Rojo, nos estremece la malvada sutileza con que Pantoja decide recluir en un convento a la joven Electra: 'Sepa usted, amiga mía (dirigiéndose a Evarista), que el acto de apartar a Electra de un mundo en que la cercan y amenazan innumerables bestias malignas no es despotismo; es amor en la expresión más pura del cariño paternal, que comúnmente lastima para curar'.

Es de celebrar que, en un discurso de entrada a la Academia de la Lengua, se haya puesto en relación sociedad, y por supuesto economía, con literatura. La narrativa combina bien con la ciencia, al menos cuando el científico, como es el caso de mi querido profesor Luis Ángel Rojo, es capaz de sentir pasión por su trabajo y emocionarse con la realidad, tantas veces amarga, de un mundo en el que, desgraciadamente, siguen vigentes muchos de los problemas denunciados por Galdós hace cien años.

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