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Columna
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Fondos manifiestamente mejorables

En el amplio espacio existente entre las instituciones que funcionan muy mal y las que lo hacen de modo sobresaliente son legión las susceptibles de mejora. En algunos casos, la aptitud para el perfeccionamiento de las creaciones humanas se hace tan evidente que nos referimos a ellas calificándolas, con estereotipada frase, de manifiestamente mejorables. Entran con facilidad en esta categoría el funcionamiento de la justicia, la democracia interna de los partidos (en general y, en algunos casos, en particular), nuestro mercado de trabajo, la televisión pública (y la privada), la justicia en el mundo y… tantas otras cosas que se podrían enumerar.

Suele darse por supuesto que algunas instituciones sometidas al imperio de la oferta y la demanda en mercados cotizados funcionan todo lo bien que la teoría económica prescribe, lo que las hace inmunes al escrutinio detallado de su funcionamiento efectivo. Imaginemos por un momento que pudiera decirse que nuestros mercados de valores son mercados ineficientes -en el sentido técnico del término- en los que, dada su regulación o el significativo poder de algunos agentes, se produce un sesgo predecible en la asignación de recursos sin que ésta responda a un criterio de optimización. Si esto fuera cierto y demostrable, existirían buenas razones para preocuparse por la colocación del ahorro de los españoles y para indagar en la regulación existente y en el poder de los agentes que intervienen en el mercado. Sin aspirar a la perfección, nadie permanecería indiferente ante desviaciones no anecdóticas de lo que debe ser el papel del mercado de valores en la asignación del ahorro entre los usos alternativos.

La hipótesis dominante es que las imperfecciones en los mercados se sitúan en los de bienes y servicios, principalmente de éstos, sin olvidar los de algunos factores, como el trabajo, por lo que las políticas de reformas -de oferta- han de procurar la creación de condiciones genuinas de competencia en estos mercados. Pero la misma hipótesis expresa su satisfacción por el funcionamiento general de los mercados financieros y de los diversos mecanismos que permiten la distribución del ahorro entre las colocaciones alternativas. Quizá sea útil poner en duda esta suposición, no para negar lo evidente, sino para extremar el celo sobre algunos extremos de nuestra realidad financiera que bien pueden calificarse de manifiestamente mejorables.

Algunas imperfecciones de nuestros mercados financieros claman de las instituciones una nueva y mejor regulación

Un reciente trabajo titulado Resultados de los fondos de inversión españoles: 1992-2001 (cuya publicación está prevista en el número de septiembre de la revista Análisis Financiero), del que es autor Juan Palacios, arroja algunas conclusiones del mayor interés para perfeccionar una pieza tan básica de nuestras instituciones financieras.

La moderna teoría financiera pone de manifiesto que si los mercados financieros son eficientes en el sentido de que los precios reflejan de forma completa toda la información disponible, el análisis de valores (que da recomendaciones de compra o de venta) no sirve, porque el mercado eficiente valora los títulos a su precio correcto. De igual modo, resulta inútil tratar de anticipar lo que hará el mercado para elegir el mejor momento para comprar o vender como pretende hacer el análisis técnico.

Cuando el mercado es eficiente, la mejor opción es mantener una cartera bien diversificada, ajustada al riesgo y no intentar anticiparse, con el corolario de reducir al mínimo la rotación de los títulos. Tales conclusiones de la moderna teoría financiera sirvieron para inspirar la actuación en EE UU de Wells Fargo, que lanzó en los años setenta los fondos índice y la gestión pasiva de carteras, ante la incredulidad de sus competidores.

Pero los hechos han corroborado lo bien fundado de esta estrategia, puesto que en un mercado eficiente un inversor pasivo obtiene una rentabilidad superior a la que alcanzaría con una gestión activa, ya que los mayores gastos de gestión de ésta no quedan compensados por la mejora en rentabilidad que pretende conseguir.

Visto el entusiasmo despertado en los años pasados por los fondos de inversión y el relevante papel alcanzado como canalizador del ahorro de muchos españoles, no obstante las vicisitudes del mercado, la discusión estriba en saber si nos hallamos ante una gestión adecuada de esos fondos.

Y aquí es donde las conclusiones del estudio que comento parecen especialmente preocupantes y sugieren la adopción de acciones públicas por el regulador. Me permito resumirlas más abajo:

Entre 1992 y 2001, la Bolsa se ha comportado como un mercado eficiente para los gestores de fondos, que no han sido capaces de superar la rentabilidad del índice de Bolsa en los últimos 10 años.

La rentabilidad anual para los partícipes ha sido muy inferior a la de la Bolsa (5,5 puntos y 7,5 puntos en los últimos 10 y 5 años, respectivamente). Diferencia que apenas se reduce en un punto si se ajusta por la diferencia de riesgo entre los fondos y la Bolsa.

La media de las comisiones de gestión y depósito fue de nada menos que el 2,41% los últimos cinco años, en absoluto justificada por los resultados obtenidos.

La mayor parte de la diferencia en rentabilidad entre la Bolsa y los fondos se derivó de desacertadas políticas de gestión activa que produjeron una inadecuada diversificación y rentabilidad, amén de costes adicionales de administración.

Y por si fuera poco, a lo largo del tiempo no hay consistencia en los resultados obtenidos por los fondos, de modo que la publicación de rankings sirve para dar información sobre el pasado, pero en absoluto garantiza o ilustra sobre los resultados futuros esperables ni sirve, en consecuencia, para decidir el fondo a elegir.

Baste con lo dicho para llamar la atención sobre algunas imperfecciones de nuestros mercados financieros que claman por nuevas y mejores regulaciones de las instituciones que gestionan los fondos. Los inversores individuales, que no tienen por qué estar familiarizados con la teoría, debieran poder confiar en la información que reciben. Me temo que es tan profusa como confusa. Y si el resultado de sus decisiones de inversión en un fondo individual es sistemáticamente peor que en Bolsa, hay buenas razones para revisar la gestión profesional realizada y -cómo no- la información que los ciudadanos han recibido de las instituciones financieras. Dicho sea sin ánimo de molestar.

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