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Tribuna
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La nueva geografía de la sociedad de la información

Una de las implicaciones más importantes de los denominados cambios de era es que, a su vez, producen un cambio de la geografía económica por el que nuevas ciudades, regiones o países, aprovechando las oportunidades que todo cambio conlleva, emergen como centros neurálgicos del nuevo orden espacial que se va configurando.

Florencia en el Renacimiento, Manchester con la revolución industrial o, más recientemente, Hollywood en la sociedad posindustrial son tres ejemplos de ciudades que sirven para ilustrar lo que podría denominarse, utilizando a Schumpeter, 'procesos geográficos de destrucción creativa', en los que en paralelo a los cambios económicos, tecnológicos, culturales y sociales va cambiando la dialéctica centro-periferia, en la que nuevos espacios pasan a ser centrales mientras otros quedan relegados a periféricos.

Por eso, en plena transición hacia una sociedad de la información o del conocimiento, es oportuno conjeturar acerca de cuáles pueden ser los nuevos centros o nodos -dada su estructura en redes- que ésta producirá. En este sentido, aun reconociendo el carácter incipiente del proceso, no es arriesgado aventurar algunas hipótesis acerca de los rasgos de esta geografía del éxito emergente:

A pesar de la conectividad prácticamente universal proporcionada por las tecnologías de la información y comunicaciones (TIC) e Internet, que ha llevado a proclamar la 'irrelevancia de la distancia' (death of distance), parece cada vez más evidente que ello no implica la irrelevancia del lugar. Es decir, muchas de las actividades propias de la sociedad de la información siguen siendo place-based (necesitan un determinado espacio físico) y, por tanto, no es lo mismo que se realicen en un sitio u otro.

La escala regional/urbana es la idónea para desarrollar estas actividades de forma óptima, pues precisan de unas condiciones de proximidad física, creatividad, desarrollo cultural, espíritu innovador, etcétera, que donde mejor se dan es en los entornos urbanos o semiurbanos.

Los ingredientes que compondrían la receta del éxito de estas actividades y de los espacios que las acogen serían los siguientes: recursos humanos cualificados, centros difusores de conocimiento (universidades, centros tecnológicos…), cultura innovadora, networks que posibiliten la interacción social, clusters capaces de estructurar espacialmente esta interacción, actitud emprendedora, dotación amplia de infraestructuras de banda ancha como condición imprescindible y, finalmente, todo ello convertido en capital social como elemento aglutinador de la identidad regional o urbana, y dinamizador de los recursos más activos de la sociedad.

Por último no parece aventurado predecir que nos encaminamos hacia un horizonte que podría calificarse de convergencia nacional y clusterización regional, en el que el uso de la tecnología tenderá a igualar a los países (especialmente a los que se encuentren en un mismo estadio de desarrollo), mientras que la producción de tecnología tenderá a concentrarse en aquellas áreas (regiones y ciudades) que sepan crear y ofrecer las condiciones más adecuadas para ello.

Hay ya ejemplos que sirven para ilustrar esta nueva geografía del éxito, sin necesidad de recurrir a otros más socorridos y seguramente menos replicables, como el del Silicon Valley; y éstos serían países como Irlanda, India -en concreto zonas como Bangalore-, e Israel (los de las tres íes como han sido denominados).

Probablemente sea este último país el que mejor resuma la tesis que aquí se expone. Israel ha logrado convertirse en uno de los nodos centrales de la nueva economía mundial, especialmente, aunque no en exclusiva, en el ámbito de las TIC, y ello, como es sobradamente conocido, en unas condiciones extraordinariamente difíciles y en un entorno geográfico no especialmente favorable.

El fundamento del desarrollo israelí hasta convertirse en potencia tecnológica se ha basado en unos recursos humanos excelentemente cualificados formados a partir de instituciones universitarias (la Universidad de Tel Aviv, la Hebrea de Jerusalén, etcétera) y tecnológicas (el Instituto Technion, el Weitzmann…) punteras a nivel mundial. Y como estos recursos entran en un proceso de networking en la propia universidad y durante el servicio militar; para, posteriormente, formar parte de las empresas de alta tecnología radicadas fundamentalmente en el cluster de Tel Aviv. Un cluster que según algunos indicadores poseería un nivel tecnológico similar al de Boston, siendo superado únicamente por el del Silicon Valley. Todo ello complementado por un sistema de incubación de empresas, considerado modélico, que fomenta la innovación y la iniciativa empresarial.

En este sentido importa recordar que Israel es un país relativamente pequeño (unos seis millones de habitantes), comparable a algunas comunidades autónomas españolas, lo cual, por tanto, no contradice, sino que reafirma lo expuesto anteriormente acerca de la escala regional y urbana.

La mejor lección que se puede extraer de Israel es que, si se sabe hacer de la necesidad virtud, es posible superar los determinismos geográficos: la nueva economía basada en actividades intensivas en conocimiento ofrece más que nunca oportunidades a todas aquellas regiones y ciudades capaces de entender los cambios, anticipar sus consecuencias y reaccionar estratégicamente creando el ecosistema adecuado para atraer o desarrollar estas actividades propias de la sociedad de la información.

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