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El hotel Willard, cuna del lobbismo en Estados Unidos

El hotel Willard de Washington, situado en la Avenida Pensilvania, queda a un cómodo paseo de la Casa Blanca y de camino al Capitolio, una situación privilegiada que hacía que su lobby fuese un lugar de encuentro común y no siempre casual entre legisladores, miembros del Ejecutivo y la burguesía.

Eran tantos los intereses que se tejían en esta área y tanto llegó a asentarse la actividad que en el siglo XIX este acto de cabildeo se empezó a conocer como hacer lobby. Y nacieron los lobbistas. Tomaron la capital del país convirtiéndose en el mayor sector privado de la ciudad. Su actividad, que ha crecido en la medida que lo han hecho en complejidad las leyes fiscales, no es ya una actividad desordenada y casual en EE UU.

La última legislación sobre ésta se encuentra en la Ley de Revelación del Lobby de 1995 (la anterior es de 1946). Esta legislación define al lobbista como el individuo que pasa 'al menos el 20% de su tiempo trabajando para un cliente particular en labores de lobby, tiene múltiples contactos con el cuerpo legislativo, miembros del Congreso, funcionarios de alto rango y trabaja para un cliente por más de 5.000 dólares al semestre por este servicio'.

Las organizaciones lobbistas deben registrarse cuando sus gastos excedan de 20.500 dólares en un semestre. La actividad política de base, a través de manifestaciones, peticiones o campañas, no se consideran lobby. Las asociaciones extranjeras representantes de Gobiernos deben registrarse en el departamento de Estado y es otra la ley que las regula. Fuera de la norma quedan las asociaciones religiosas.

La ley estadounidense establece el deber de estos grupos de informar de su actividad y del detalle de su contabilidad dos veces al año ante la oficina administrativa de la Cámara de Representantes (Clerk of the House) y prevé multas de hasta 50.000 dólares en caso de que no se enmienden declaraciones erróneas o falsas o no se cumpla la legislación.

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